“Será muy difícil volver a encontrar un ciclista como el legendario Fausto Coppi”
Le adoraban tanto que no dudaban en prestarle su bici en aquel contexto bélico. Pasó hambre, penurias y una malaria que no le impidió ganar cinco Giros, dos Tours, el Mundial...
donostia - Fausto Coppi vence el Giro del 9 de junio de 1940, y un día después Mussolini declara la guerra a Francia y Gran Bretaña. Apenas le da tiempo de saborear el triunfo cuando, movilizado como soldado del régimen fascista, acaba prisionero en un barracón. “Pese a todo fue un campeón. La gente le conocía más que a los propios dirigentes del país”, se sorprende Raul Perez, autor del libro escrito en euskera Biba Coppi, que repasa la trayectoria de la legendaria figura.
Cantaba Domenico Modugno ‘penso che un sogno così non ritorni mai più’. ¿Piensa como el cantante, que un sueño así, como fue la vida de Coppi, ya nunca volverá?
-Italia ha dado buenísimos deportistas, pero será difícil volver a encontrar un ciclista de la talla de Fausto Coppi. Fue un hombre de leyenda capaz de ganar cinco Giros, dos Tours, el Mundial e infinidad de carreras. Todo ello en un contexto bélico en el que Mussolini declara la guerra a Francia y Gran Bretaña. La añoranza, en buena medida, viene de su trágica muerte. No hay más que tomar como referencia a Gino Bartali, un ciclista parecido a Coppi, pero que falleció por su avanzada edad, por ley de vida. Coppi no. Con su muerte a los 40 años, y tan repentinamente, nació el mito.
¿La malaria que hizo plegar para siempre las alas a la garza real la incubó en el campo de prisioneros inglés, donde pasó casi dos años?
-No, al parecer, la contrajo tras un viaje a la República del Alto Volta, lo que hoy es Burkina Faso. Los italianos estaban siendo literalmente masacrados por los ejércitos británicos. Fausto cayó prisionero. Pasó hambre, penurias y una malaria que lo dejó al borde la muerte durante sus 20 meses de reclusión en el campo de concentración. Pero aquella malaria la había superado y no tuvo nada que ver con la que finalmente acabó con su vida. La contrajo de nuevo en África, donde participó en unas carreras de exhibición. Según decía, las últimas de su trayectoria deportiva.
Cualquier comparación con los tiempos actuales parece fuera de lugar. Un campeón adorado, pero en una sociedad de posguerra...
-No hay comparación alguna. Hoy en día puede decirse que la competitividad es mucho mayor. Entonces el número de ciclistas que podía aspirar a ganar un Giro era inferior al de hoy. Igual había cuatro o cinco, y el resto hacía lo que podía. Todo en plena guerra, con carreteras destrozadas.
¿Qué anécdotas ha rescatado?
-Tras la guerra fichó por el equipo Bianchi, la escuadra más importante de la época. Lo hizo poniendo dos condiciones: que su hermano corriera con él en el equipo y, en segundo lugar, llevarse a su mecánico de confianza.
¿Tan importante era para él?
-Tal y como estaban las carreteras, tener un buen mecánico era determinante. Hoy en día todos los profesionales atesoran un nivel parejo y las carreteras están en buen estado. Cualquier comparación vuelve a ser nuevamente odiosa. En aquella época tener un mecánico bueno podía decidir una carrera. Más aún teniendo en cuenta que además podías sufrir cinco o seis pinchazos en una misma etapa. Hoy en día pinchar es casi una noticia pero por entonces el ciclismo tenía mucho de aventura. Una tormenta en aquellas carreteras no era lo mismo que hoy en día.
Y todo ello con una de las rivalidades más recordadas de la historia del deporte. La figura de Coppi no se entiende sin Bartali, su eterno rival...
-Sí, comparo esa rivalidad con la que mantuvieron Pulidor y Anquetil años más tarde. Era normal. Coppi murió en el año 60, y con él acabó una época. Coincidieron dos enormes campeones que encarnaban el sueño de la posguerra. Según los libros que he podido consultar, la rivalidad era tremenda. En la documentación se resalta que la rivalidad era tan implacable que incluso intentaron vetarse en el Tour...
¿Por qué?
-Cada uno tenía miedo de que le tocara trabajar para el otro porque los dos querían ir como líderes. Pese a todo, resulta curioso que el Tour de 1949, el primero que gana Coppi, lo hiciera en buena medida porque Bartali le ayudó. Él ya no podía ganarlo, Coppi estaba más fuerte, y al final se impuso la ley del ciclismo y la carretera.
Pero hubo entre ellos algo más que rivalidad...
-Sí, desde luego. Lo mejor es que acabaron siendo grandes amigos. El año en que Coppi murió estaba dispuesto a correr en un equipo dirigido por Bartali, lo cual nos indica que ya habían dejado atrás las tiranteces. Ambos se vieron unidos también en la desgracia, puesto que los dos perdieron a sus hermanos en una carrera ciclista. Hubo muchas similitudes.
¿Por qué un libro sobre Coppi a estas alturas?
-Hace cinco años encontré en la Feria del Libro Antiguo de Donostia un ejemplar sobre Anquetil. Siempre me ha gustado el ciclismo, y se despertó a partir de ahí un renovado interés por su figura. Me hice con mucha información, y le di rienda suelta a mi pasión por la escritura para elaborar el libro. Este segundo ha surgido casi de un modo inconsciente, tirando del hilo de las ideas que sobre la figura de Coppi se deslizaban en el libro de Anquetil.
¿Cómo se ha documentado?
-Sobre todo, comprando libros a través de Internet. He de reconocer que la escritura del libro también ha sido una excusa perfecta para conocer idiomas. He tenido que leer mucho en inglés y en francés. Hay muchísima literatura ciclista en ambos idiomas.
La de Coppi es una figura que trasciende el propio deporte. No hay más que ver cómo Italia lloró su muerte?
-Podríamos comparar la conmoción que provocó su muerte en Italia con la de Ayrton Senna en Brasil. Tres veces campeón del mundo de Fórmula 1, Senna está entre los más exitosos pilotos de la era moderna, y 24 años después de su muerte todavía sigue siendo un misterio la causa real del accidente que le arrebató la vida con 34 años. En Brasil fue un shock, parecido al que causó la muerte de Coppi en Italia. Tanto en un caso como en el otro, la gente conocía más a estos deportistas que a los propios dirigentes de sus países. Son figuras que trascienden el ámbito deportivo, pero en el caso de Coppi hay ingredientes añadidos?
¿A qué se refiere?
-En aquella época el ciclismo era como una especie de western, con el bueno, el malo, el listo? Debería haber infinidad de películas sobre esa época y aquellos ciclistas. Da para ello.
¿Qué papel jugaría ‘Il Campionissimo’ en ese western?
-Coppi sería el bueno, aunque dependería del director (sonríe). Resulta sorprendente que regresara a la competición después de haber padecido las secuelas de su estancia en un campo de concentración, en el contexto de la contienda bélica que se vivía. La gente le adoraba, y hay muchos detalles que lo atestiguan. En aquella época, por ejemplo, no había garajes. Los vecinos se ofrecían para subirle la bicicleta a su casa, e incluso le dejaban la suya. Después de la guerra, hasta que se recobró la normalidad, hubo un tiempo en el que ni siquiera tenía su propia bicicleta?
Hablando de personajes de película, su masajista Cavanagh tampoco se queda a la zaga...
-Sin ninguna duda. Era invidente, y desde luego que se convirtió en un personaje totalmente de película. Apostó por él desde el principio. Fue sorprendente cómo tocándole las extremidades, las piernas, ya supo que estaba ante un campeón. Valoró su capacidad pulmonar, sus constantes vitales, y desde ese mismo momento no tuvo ninguna duda de que se encontraba ante un fuera de serie. Es otro personaje mítico que le acompañaba a todos los lugares. Se convirtió en un personaje mucho más famoso que todos los directores que tuvo.
¿Cómo era el ‘Il Campionissimo’ desde el punto de vista humano?
-La documentación de la época revela que se trataba de una persona supersticiosa y bastante insegura. Por eso le afectó tanto la muerte de su hermano, que es quien le guiaba y le ayudaba. La carrera más importante que ganó su hermano fue la Paris-Roubaix, y los libros dicen que Coppi se alegró más que él de aquel triunfo. Era un hombre muy de familia, en consonancia con aquella Italia de la época, campesina y humilde.
Resulta fascinante que en aquel contexto de posguerra atrajera a ricos y pobres, que aquel hombre de rostro afilado tuviera rendidos a sus pies a seguidores de todo tipo de ideología...
-Sin duda. De hecho, los partidos políticos intentaron patrimonializar los triunfos de Coppi y Bartali tratando de convertirlos en sus iconos. Les intentaron atraer desde el punto de vista político, pero ninguno accedió. Estamos hablando del fascismo, una época en la que el deportista no dejó de ser adorado en ningún momento por todo el país...
Escritores, periodistas, poetas...
-Sí, sí. En la época se dejó escrito que Coppi parió a la Italia de la posguerra, con aquella salida del túnel del Turcchino durante la Milán-San Remo de 1946 (la primera clásica que se celebra tras el fin de la contienda bélica) que fue interpretada como una metáfora de la nueva Italia. Para el país fue recuperar a su héroe después de seis años de guerra. Había dudas de cómo volvería tras la contienda. No olvidemos que había estado recluido en un campo de concentración.
¿Qué aportó al ciclismo?
-Revolucionó el ciclismo desde el punto de vista de la alimentación. Hasta entonces los ciclistas comían cuando tenían hambre y él fue, entre otras muchas cosas, el precursor de este tipo de cuidados.
Se dice de los periodistas de la época que en realidad escribían de oído...
-En realidad, es cuestionable su relato. Ellos en realidad veían la salida, luego se iban a un punto intermedio y finalmente la llegada. En la meta hablaban con ellos y se hacían su composición de lugar. Hay un libro de Albert Londres muy esclarecedor al respecto. Este escritor fue uno de los más sobresalientes cronistas del siglo XX, y en Los forzados de la carretera, Tour de Francia de 1924, relata su encuentro con los hermanos Pélissier, tan polémicos en aquella época, que acabaron confesando que lo que le contaron no se correspondía con la verdad.
Habrá rastreado hasta el último documento gráfico de las hazañas de ‘Il Campionissimo’.
-No es que haya tanto material. Con lo que hay solo se puede disfrutar. Hoy en día hay grabaciones de etapas enteras, pero de aquella época, la mayor parte son fragmentos, y hace una ilusión especial ser testigo de ello.