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Landa sobrevive al pavés

El alavés sufre una severa caída y, aunque herido, entra con los mejores en Roubaix tras una etapa diabólica que vence Degenkolb, retira a Porte y penaliza a urán con 1:40

Landa sobrevive al pavésFoto: N.G.

donostia - “¿Hueles eso? ¿Lo hueles muchacho? Es Napalm hijo. Nada en el mundo huele así. ¡Me encanta el olor a napalm por la mañana!”. En Arras olía a guerra, a piedras que deletreaban el infierno hacia Roubaix. La arenga bélica de Bill Kilgore, coronel del ejército yankee en Vietnam en el filme Apocalipsis Now, era el anuncio de una etapa diabólica que venció John Degenkolb, el mejor entre un ataque de nervios, pánico, tensión, terror, estrategia, valor, caídas, averías y sangre. Ingredientes para la peor de las guerras en una senda de quince tramos de adoquín, el Napalm con el que la organización bombardeó el Tour. Entre la lluvia de piedras y la tormenta de fuego de un día en el frenopático, se salvó milagrosamente Mikel Landa, un superviviente. El de Murgia se estampó contra el suelo en una extraña caída, en una isla sin pavés, en el asfalto. Se dañó el hombro derecho y la cadera, golpeado, la piel levantada, en carne viva. Herido en un campo de minas, pero con vida. Vivir para contarlo. “Me pica el hombro derecho, pero confío en que no sea nada más que chapa y pintura. Estoy contento porque hemos salvado una situación muy complicada. Los compañeros han estado de 10, solucionando todos los problemas”, resumió Landa, que sufría en cada pedalada, que apretaba los dientes a modo de alivio, que resoplaba para airear el daño.

A Landa se le pudo esfumar el Tour de Francia en esa caída, de la que le costó rehabilitarse. Dormirá dolorido Landa, tal vez incómodo, buscando la postura idónea para esquivar el sufrimiento pero vivo en el día de descanso del Tour. Con el cuerpo magullado pero las aspiraciones intactas llega Landa al paraíso del primer parón de la carrera, emparejado a Froome y el resto de favoritos. Ese es el gran triunfo de Landa, que divisa las montañas desde una colina. Estuvo a un dedo de que no fuera así. Perdía un minuto y al final suturó una cornada que se presumía mortal. Aturdido, intentó entender cómo se cayó después de haber surfeado corajudo sobre un mar de piedras sin más lija que el estrés y el traqueteo de los huesos. Refrescaba el gaznate para aliviar la garganta seca que provoca la tensión y el polvo de los adoquines y tropezó de mala manera. “Iba bebiendo en un tramo de asfalto entre sectores de pavés y he pasado por encima de un agujero o alcantarilla”, deslizó. Pudo ser el trago más amargo. La alcantarilla casi se lleva por el sumidero las ilusiones de Landa, que encajó el golpe. Resistió.

Tras gatear se puso en pie y el ejército de salvación acudió a su rescate. Bennati, Erviti y Amador le devolvieron a la vida con cirugía de urgencia en el hospital de campaña que levantó el Movistar, que dispuso a los rescatadores al servicio del murgiarra mientras por delante, Quintana, un colibrí, trazaba de maravilla en el adoquín y Valverde, con el traje de clasicómano disfrutaba en un baile maldito. “El equipo ha hecho un trabajo fantástico con Mikel y hemos superado un día muy difícil”, advirtió Valverde, que atacó cuando Landa pendía de un hilo y Quintana se prensaba en la espalda de Froome. El británico se revolcó en la cuneta tras caer en una curva kilómetros antes. Era el tramo ocho. Froome reaccionó como un felino. Puso los manos y aterrizó para ponerse en marcha de un respingo. Gato. Siete vidas. Nada que ver con Richie Porte, que se estrelló en el amanecer. El ocaso del australiano en el Tour. Otra vez. Se fracturó la clavícula y abandono. Hace un año se astilló en el Monte del Gato. Gato negro.

La etapa también fue oscura para Rigoberto Urán, que perdió tracción en el Tour. Al colombiano se le rompió la cadena de la bicicleta. Sin eslabones, pedaleando en el aire y luego en la desolación, cedió 1:40 en Roubaix, un fotomatón de guerreros de terracota. Hombres enmascarados, rostros de deshollinadores. El polvo del camino impreso en cada gesto. El de Romain Bardet era el de la fatiga extrema y el estrés interminable tras una etapa que le castigó una y otra vez. Al francés le echaron mal de ojo. Bardet tuvo que cambiar de bicicleta en tres ocasiones. Un hombre a una avería pegado. No se cansó de perseguir Bardet. Sin desmayo. Inasequible al desaliento. Así pudo aferrarse a las constantes vitales del Tour, que continua prieto entre los favoritos.

siempre al límite Entre los adoquines se descascarillaban unos y otros. Ruleta rusa. Froome, Dumoulin, Fulgsang y Kwiatkowski, entre otros, padecieron los rigores de una etapa en estampida, alocada y caótica. Una invitación a un campeonato de supervivencia. Antes de entrar en los tramos de piedras, se encogían los corazones, subían las pulsaciones y se tensaban los músculos. Tal vez porque todos pensaban que caerse era una cuestión estadística con muchas probabilidades, se iban al suelo. La profecía que se cumple a sí misma. Lo comprobó en sus tiernos huesos Egan Bernal, el debutante que brilla como un estrella. El colombiano del Sky se estampó en Roubaix. Llegó un cuarto de hora después. El Tour es un severo profesor y exige un aprendizaje constante.

Más si cabe entre las piedras, que hablan en un idioma incomprensible para la mayoría. Los clasicómanos conocen sus secretos, el modo de comunicarse con ellas. Por eso agitaban la coctelera Lampaert, Van Avermaet, Sagan, Degenkolb? Tipos duros como rocas cuyo empuje derrotó a la fuga en la que se insertó Omar Fraile, valeroso. El santurtziarra decidió emprender la aventura junto a otro puñado de corredores para anticiparse al riesgo. Fraile se aplicó en su estreno a pesar de la caída de la jornada precedente. El vizcaino es valiente. No teme a lo desconocido. Decidió ir en busca de su destino. A Degenkolb, un superviviente, el destino le devolvió lo que estuvo a punto de quitarle dos años y medio atrás. Cuando un terrible accidente le mandó al hospital y después al diván. El alemán encontró la redención entre el áspero tacto de los adoquines. Degenkolb se adhirió a la revuelta de Lampaert y Van Avermaet, que Sagan no pudo rastrear, para desencadenarse y apuntar al cielo. Desatada la pasión en Roubaix, Landa sobrevivió al pavés.