El gigante verde
Peter Sagan demuestra su superioridad para lograr su segundo triunfo en el repecho de quimper, donde los favoritos, atentos, llegan juntos
donostia - Sagan se quitó a Sonny Colbrelli de encima como despejando una mota de polvo de un traje caro en día de boda. Lo apagó como a un ruido de fondo que molesta pero no desconcierta. Sagan, un forzudo, aplastó a Colbrelli. El eslovaco le mandó directo al cuarto oscuro para celebrar su segundo triunfo en el Tour. En las cinco etapas disputadas, Sagan ha ganado dos y ha sido segundo en otras tantas. La otra fue una contrarreloj por equipos. El campeón del mundo vale como un equipo entero. Nadie como Sagan, un tipo capaz de vencer tres campeonatos mundiales corriendo solo. En el repecho de Quimper, el eslovaco se autogestionó una vez más de forma exitosa. No necesita a nadie que le lleve a hombros. En el tramo decisivo rastreó la rueda de Colbrelli y después se posó en la chepa de Van Avermaet, el líder que sigue siéndolo, para rematar en la corona de una jornada en la que los favoritos se ensortijaron a la espera del Muro de Bretaña. Ninguno perdió el paso, alertados todos ellos de un final de clásica. Mientras los jerarcas de la carrera se vigilaban de cerca, Sagan había elegido la rueda buena. Es su especialidad. La otra es vencer vestido de verde. Su esmoquin en el Tour. Es su buzo de trabajo. 90 días teñido de verde.
La derrota del italiano, entusiasta, pizpireto, resultó conmovedora. Braceó y pedaleó con frenesí Colbrelli, como en un baile maldito, espasmódico, repleto de energía. Haciendo aspavientos. Sagan, masticando los pedales con saña, a coces, le pisó con sus botas de siete lenguas, con su potencia de bisonte en estampida, con sus columnas y su pose de estrella del rock. Entendió Colbrelli, el único en mantenerle la mirada en Quimper, que no le quedaba otra que claudicar. Bandera blanca. Derrengado, Colbrelli se despidió sin elegancia. No pudo rechistar porque Sagan le estranguló, le dejó sin voz ni aliento. Al italiano le acompañaba el jadeo. A Sagan, una sonrisa de superioridad y varios golpes en el pecho. Toro salvaje. El eslovaco le colocó una corbata de plomo que le asfixió. A Colbrelli el cielo de la boca le sabía a sangre. El ácido láctico le inundó el organismo. La compuerta la abrió el eslovaco, el ciclista arcoíris, que dispone de todos los colores en su catálogo interminable. Un ciclista para la historia.
sin distracciones Froome persigue la eternidad y Quimper era un lugar en el que uno podía perderse. Por eso dispuso a Kwiatkowski, su guía, a modo de lazarillo en un final tumultuoso, con aire de encierro sanferminero. “Es la clase de etapa en la que algo puede ir mal y puedes perder 30 o 40 segundos si te cogen en una mal posición”, analizó el británico. Después del polaco fue Egan Bernal, que está bebiéndose el Tour con los ojos de debutante y piernas de superclase, el que remolcó a su líder para acomodarlo en el meollo. En el Movistar, Valverde pujó hasta dónde pudo por el triunfo -fue cuarto- y Landa se las ingenió para acabar sin sobresaltos. “Era un final muy explosivo; no es lo mejor para mí, que soy un escalador al que le van mejor subidas largas”, destacó el alavés, muy atento en carrera, cada vez más candidato a todo. A Landa el Tour le está sentando muy bien. Quintana, el que peor cara muestra, también aprobó. “No era un final adecuado para mis características, pero ya se van viendo las rampas y poco a poco nos va viniendo un terreno mejor para nosotros”, relató el colombiano.
Junto a ellos Dumoulin, Porte, Urán, Bardet, Roglic, Martin y Nibali. El Tour rueda en un pañuelo. Se pelea por cada pulgada, por cada segundo. Es un vis a vis. En Quimper, además de quienes optaban a la victoria del día, se personaron los capos sin distracciones. Cada uno con su estilo y su manera de encarar una resolución compleja con espíritu de clásica. Una vez se secó la energía de Chavanel, Calmejane, Vermote, Skujins, Edet y De Busyt, los aventureros del día, Taaramae buscó el gran salto hasta que todo se volvió grave y solemne en Bretaña, la tierra de Bernard Hinault, un campeón con carácter y malas pulgas. Con el ceño fruncido, los equipos de los favoritos dispusieron el tablero. El Quick-Step, el equipo que ama las clásicas, envidó con Gilbert, que midió mal. Se precipitó. Su despegué se quedó corto. A Alaphilippe, otro especialista, no le fue mejor. En la rampa, Van Avermaet era la luz amarilla. El faro. Sagan percibió de inmediato el destello del belga. Se prensó a su estampa para emerger de inmediato. Colbrelli, a su vera, elevó sus prestaciones al límite. Hasta que Sagan le obligó a sentarse en el sillín. Arrodillado Colbrelli ante el eslovaco, el gigante verde.