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El MVP por el que nadie apostaba

Las dudas sobre su físico hicieron que hace diez años Stephen Curry solo atrajera ofertas de universidades de tercera fila

Todo el mundo quiere a Stephen Curry, el MVP de la NBA. Le adoran sus compañeros de Golden State, a quienes glosó de forma individual en la ceremonia de su coronación como mejor jugador de la liga estadounidense y pidió que dejaran la huella de sus dedos en el trofeo “para recordar siempre quién me acompañó en este viaje”. Le idolatran los incondicionales de los Warriors, que alucinan con su mortífero tiro de tres puntos y su hipnotizante manejo de balón. Le respetan sus rivales, que reconocen lo majestuosa de su campaña -bueno, quizás todos menos Tony Allen, el perro de presa de los Grizzlies, que aventajan por 2-1 a los Warriors en su eliminatoria de play-off, que ha dicho que Curry merece el premio “pero tampoco hace nada que no haya visto antes”-. Y, en definitiva, dejando los forofismos a un lado, agrada y gusta a todo aficionado al baloncesto por encarnar como pocos a David en un deporte repleto de Goliats, a un tipo que desafía desde sus 191 centímetros y sus escasos 85 kilos a cualquier rival que se le ponga por delante, a un tipo siempre pegado a una sonrisa que da tanta importancia a la competición como al hecho de divertir y divertirse en la cancha. “Aseguraos de vivir el momento y trabajar duro cada día. Espero haber inspirado a personas de todo el mundo para que sean ellos mismos, que sean humildes y agradecidos”, dijo al recibir el MVP.

Pero no siempre fue así. De hecho, hace nueve años nadie apostaba por aquel chaval bajito y enclenque que intentaba que alguna universidad se fijara en él. Nadie le quería como jugador de baloncesto. Hijo del exjugador Dell Curry, uno de los mejores tiradores de los últimos 30 años en la NBA, Stephen siempre hizo gala de una prodigiosa muñeca, pero su físico parecía un handicap insuperable. En su último año en el instituto Charlotte Christian de North Carolina los ojeadores se fijaban más en su escaso 1,80 y en sus poco más de 70 kilos que en su magnífico 48% desde la larga distancia. En ese año 2006, la web 247sports.com le catalogó como el jugador 245 de high school del país, el número 51 entre los bases; ScoutHoops colocaba también 35 directores de juego por delante de él... Consciente de que su nombre quedaba muy lejos del radar de las grandes universidades -ni siquiera la modesta Virginia Tech, donde su padre fue una leyenda, le garantizaba un puesto en el equipo de cara a su primer año-, Curry ya se había comprometido el año anterior con la modesta Davidson, desechando a los otros dos únicos centros que se habían fijado en él: Virginia Commonwealth y Winthrop.

En su primer partido con los Wildcats, Curry perdió 13 balones. En el segundo, ante Michigan, anotó 32 puntos y comenzó a escribir su leyenda. Como freshman promedió 21,5 puntos, en su segunda campaña llevó a Davidson, que no ganaba un partido en el torneo de la NCAA desde 1969, hasta la antesala de la Final Four, y a pesar de los cantos de sirena de la NBA decidió quedarse un curso más para pulir sus cualidades como base. ¿Resultado? El chico ninguneado tres años atrás acabó como máximo anotador universitario del país (28,6 puntos por partido) y entró por consenso en el primer equipo All American.

Pero todavía existían dudas acerca de su adaptación al baloncesto profesional y su nombre no salió hasta el séptimo puesto del draft de 2009. Memphis elegió con el número dos a Hasheem Thabeet, un tanzano de 2,21 que lleva un año fuera de la NBA, donde nunca pasó de los 3,1 puntos y 3,6 rebotes por partido, mientras que Minnesota seleccionó en los puestos cinco y seis a otros dos bases que no han tenido, ni de lejos, su impacto: Ricky Rubio y Jonny Flynn. Curry demostró desde su curso rookie que la NBA en absoluto le venía grande y tras dejar atrás los constantes problemas con sus tobillos de sus primeros años como profesional ha crecido hasta convertirse en MVP a los 27 años. Ahora todo el mundo le quiere, pero no siempre fue así.

Washington-Atlanta. Una canasta sobre la bocina de Paul Pierce permitió a los Wizards ganar por un ajustado 103-101 pese a la baja de John Wall y colocar el 2-1 en su serie ante los Hawks, muy alejados de su nivel.

Memphis-Golden State. Los 21 puntos y 15 rebotes de Marc Gasol y el entramado defensivo de los Grizzlies volvió a desquiciar a unos Warriors que solo anotaron seis de los 26 triples que lanzaron. Curry volvió a jugar demasiado exigido.