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El cielo no puede esperar

Carlos Suárez, amigo de Darío barrio, explica las motivaciones de los saltadores a pesar del peligro

El cielo no puede esperarFoto: Armando del Rey

Donostia - No siempre el cielo puede esperar. No al menos para quien lo ama profundamente y encuentra allí, en las alturas, planeando, lo que le da la vida, un paraíso en suspenso. Un Edén etéreo. “Sentir que vuelas como lo hace un pájaro es una sensación única”, describe Carlos Suárez, amigo de Darío Barrio, que perdió la vida mientras buscaba un trozo de felicidad en el aire. “Allí arriba, volando, uno es muy feliz, eso es todo”, subraya Carlos, escalador, alpinista y saltador de BASE, sobre el irrefrenable deseo de “las sensaciones fuertes” que provoca acariciar el aire, mecer el viento, flotar con el cuerpo alado. Todo es sentirse vivo, ingrávido, fluir con Eolo, una mirada en gran angular, un reto, ver paisajes extraordinarios, volar a toda velocidad a pesar de los riesgos de una modalidad que penaliza como ninguna cualquier error. “Uno es consciente de lo que se juega. Ni cuando vuelas la primera vez, el salto responde a una locura”, matiza el saltador, que acumula más de mil vuelos. Eso ofrece un alto grado de seguridad, pero no garantiza que todo salga bien.

Darío también era un experto que almacenaba muchísima experiencia en su alas, al igual que Álvaro Bultó, otro amigo que también pereció volando recientemente. Darío participaba en un vuelo de homenaje a Álvaro. La fatalidad, que no sabe de amistades, se cruzó con él. Un trágico accidente. “Volar le hacía feliz. Era tremendamente feliz ”, desgranaba Carlos Suárez sobre la memoria del amigo que ya no está. “Es un gran palo para todos, lo primero para los suyos”. La muerte, significa Carlos, en una actividad que “explora” los límites, en constante evolución, donde todavía está muy presente “la prueba y el error, como en cualquier especialidad que está en sus inicios y se está perfeccionando”, es una parte del mecano. La cruz de la moneda. Minimizar el peligro que abraza al salto BASE hasta la cota cero es imposible. Hay que saber convivir con el peligro. Es innegociable. Más si cabe en una modalidad en la que el riesgo es inherente a su propia naturaleza. Van cosidos. Agarrados de la mano. Esa aceptación de las reglas pertenece al equipaje vital de todos los saltadores, algo asumido, propio de volar de esta manera. “Sinceramente, cuando uno vive con tanta intensidad, se mira de otra forma el hecho de la muerte, que se tiende a magnificar”, sostiene el alpinista Carlos Suárez, convencido de que vivir intensamente es “como haber vivido muchas vidas a la vez”.

Una inquietud interior Esa percepción íntima nace de un diálogo interior, de una forma de sentir que palpita en algún recoveco del alma, en algún rincón del corazón. “Tiene que ver con una inquietud profunda que va con la personalidad de cada uno”, dice el deportista, que ya desde pequeño le atrajo la montaña, le sedujo llegar a la cima. A otros, como Armando del Rey, quien ha cedido la fotografía en honor a Darío Barrio, su amigo, que ilustra el reportaje, le conquistó el BMX, las cabriolas en bicicleta, antes de iniciarse en el paracaidismo. Álvaro Bultó, otro de los amigos de Darío y Armando, fue un aventurero, una persona inquieta amante de los retos. Darío Barrio era un cocinero intrépido. Todos ellos perseguían “esas sensaciones únicas, alejadas del día a día, las que le dan sentido a la vida”, reflexiona Carlos Suárez. “En la vida, cada uno a su manera busca desconectar, hacer algo que realmente le apasione y nuestra pasión es esta”.

El ovillo de pasiones tira del hilo que patronean las alas artificiales, los trajes que hacen volar. “En los saltos, como en el alpinismo, las vivencias que uno tiene para poder practicarlo, los viajes, las personas que conoces, los retos que se superan, me enriquecen como persona. No somos unos locos ni pretendemos ser superiores a nadie. De hecho, creo que allí arriba sientes la humildad”. En ese universo repleto de exploradores, de gentes que quieren ir más allá, asumiendo cada cual el porcentaje de riesgo que entiende, sobresale la amistad, el más fuerte de los vínculos, lo “que hace que todo esto sea realmente tan especial”. Habla Carlos Suárez de la hermandad, de la conexión absoluta que encuentras con “alguien con el que has vivido esas cosas. Experiencias intensas y sensaciones fuertes”.

De alguna manera, esa unión especial que se produce con “gente que has visto por primera vez, pero que comparte unas sensaciones únicas” alimenta la hermandad. Semejante soldadura emocional, se equipara, dicen los expertos, a la relación que se produce entre los denominados hermanos de armas, personas que han combatido codo con codo en una trinchera en situaciones de guerra, donde las emociones, la vida y la muerte, palpitan a flor de piel. “Los saltos se celebran mucho porque se siente así. Es algo que sale desde muy dentro. Resulta muy emocionante. Cada salto no deja de ser una experiencia única, muy vital”. Por todo eso, incluso en medio de la tragedia, de las ausencias o del llanto, es tan difícil descolgarse del viento, del aire, de la felicidad. No siempre el cielo puede esperar.