el viernes leí a través de las redes sociales lo que una exjugadora escribía sobre la noticia bomba de este mes: el Hondarribia-Irun desaparece de la elite del baloncesto femenino. Hablaba de la tristeza y la pena por la desaparición de un gran club y lo que ello supone.

Tengo multitud de sentimientos contradictorios al respecto. Yo formé parte de ese club y fui una de esas jugadoras que participaron en las dos primeras fases de ascenso a la Liga Femenina. Anteriormente, fui una de esas chicas del club Amigos del Baloncesto de Irun, donde crecí como jugadora y donde tuve la suerte de compartir vestuario con muchísimas chicas de la comarca y también de disfrutar y conocer a un montón de chavales que amaban este deporte. Éramos un club en toda regla, con equipos masculinos y femeninos en todas sus categorías. Sí, no había elite, la única aspiración era jugar a baloncesto y pasarlo bien, simplemente. La ambición no la conocía más que convertida en ilusión por poder llegar a jugar algún día en el equipo sénior, "con las mayores".

Por aquel entonces había un nivel de baloncesto muy alto. Tanto es así que el equipo de Irun femenino ascendió a Primera Nacional (lo que hoy día es la Liga Femenina 2) y en cuestión de una temporada nos encontramos jugando unos derbis espectaculares contra el Hondarribia, que ya llevaba varios años en esa categoría. Fueron temporadas geniales y partidos que conseguían congregar a muchísima gente en las gradas. Había morbo, tensión y pasión por el basket.

Entretanto, los chicos seguían en sus respectivas ligas y en cualquier campo de Irun se podían ver a cualquier hora partidos. Balonmano y baloncesto parecían los únicos deportes, en lo que yo recuerdo de mi vida hasta los 18 años. Y entonces llegó la noticia de que la Diputación no estaba dispuesta a repartir el dinero a dos clubes "tan próximos" por militar en la misma categoría. Que había que economizar, fusionar? La decisión se basó en los resultados y el Hondarribia, con mejor clasificación en la Liga que el por aquel entonces Resa Parques, mantuvo la categoría y el recién ascendido equipo de Irún tuvo que descender, y no por méritos propios. El Amigos desaparecía. Se fundaba el nuevo Hondarribia-Irun.

Yo fui, junto con Raquel Jiménez, una de las fusionadas. Fue toda una experiencia entrar a formar parte de una plantilla con la que la rivalidad había sido tan acusada. No niego que fueron años de un nivel de baloncesto increíble, que tuve la suerte de ser entrenada por una gran mujer como era Begoña Callejo y sus locuras y su genio. Compartí vestuario con mujeres a las que a día de hoy quiero muchísimo y que me enseñaron latín, pero el latín de las canchas. Incluso aprendí de la vida con el fallecimiento de una compañera de equipo con tan solo 28 años, Tate Sáenz, un par de semanas después de terminar la Liga. Aprendí a hacer equipo, a luchar, a tragar, a pelear y a callar?, pero no puedo evitar, ni pude en ese momento, sentir que con mi anterior club se había cometido una injusticia.

En el club estaban mis amigas de siempre, que de repente fueron relegadas a una categoría que no les pertenecía por decisiones que tampoco les pertenecían y que no tenían que ver con el esfuerzo que suponía entrenar cada noche hasta las 23.00 horas después de haber estado trabajando todo el día o estudiando. No era agradable cruzarnos en las canchas y verles sin botiquín mientras nosotras disponíamos de preparador físico, médico y jacuzzi para las contracturas. No fue justo para las que yo consideraba mis chicas y? muchísimo menos lo fue para los chicos. Poderoso Caballero Don Dinero que, como mantener un club femenino en aquel entonces contaba con mayor prestigio o vendía más, se permitió el lujo de eliminar a todos los equipos masculinos del recién desaparecido Amigos. Ni cadetes, ni juveniles, ni senior. En un año todo un club con sus diferentes equipos se tambaleaba y se hundía hasta convertirse en polvo de estrellas, de recuerdos ceniza. En la memoria de muchos quedará para siempre lo que eran las 24 horas, los partidillos amistosos y los piques entre unos y otros.

El día que el Hondarribia consiguió el ascenso a la Liga Femenina, yo formaba parte de nuevo del equipo de Irun con el nombre "Hondarribia-Irun". Una semana antes habíamos vuelto a lograr el ascenso a Primera en Teruel en una final agónica. Desde la grada vi a mis antiguas compañeras abrazarse y llorar. ¡Liga Femenina! El pabellón de Hondar-tza a rebosar. La gente volcada en ellas, en nosotras ¡Dios! ¡Qué sensación haber jugado en un polideportivo lleno de gente animando a un grupo de mujeres!

Tras la fase, con la nueva Liga llegó el espectáculo y con él las grandísimas jugadoras que la comarca del Bidasoa ha podido ver durante todos estos años fin de semana tras fin de semana en la cancha, la competición internacional, las victorias y derrotas? y plantillas sin apenas denominación de origen. Lo que es un equipo de elite hoy día, vaya. No es una crítica. Es aceptar que para una Liga Femenina no hay nivel suficiente como para mantenerlo con gente de la casa. Sin embargo, eso no ha hecho que haya dejado de haber mujeres ni hombres que hayan desistido de seguir jugando durante todos estos años.

Los chicos, unos años después, se reinventaron y fundaron diferentes clubes entre ellos para poder seguir compitiendo y muchas jugadoras de la comarca, por su parte, tuvieron que irse a jugar fuera por no tener dónde continuar. El Hondarribia, por falta de dinero, tampoco tenía un equipo puente al que poder pasar después del segundo año juvenil; y el salto a Liga Femenina era un abismo?

Mantener un club no es moco de pavo. Mantener un solo equipo supone unos gastos muy importantes. No hablamos de tonterías. Hablamos de lo que son alquileres de pistas, seguros varios, desplazamientos, equipaciones? Sin contar con los sueldos de entrenadores, jugadores y personal (si es que estamos hablando de la máxima categoría). Pero yo ahí no entro, no es lo que quiero contar.

Me da pena que desaparezca un club como el Hondarribia. Me da pena porque sé la cantidad de ilusiones que se pierden cuando se cae un proyecto, cuando la historia de un club queda relegada a un recuerdo. Pero creo y confío en que durante todos estos años hemos aprendido mucho los amantes del basket. Creo y confío en la gente que sigue apostando por la cantera y por el amor a lo que hace por encima de los intereses económicos o los resultados. Yo hubiera querido jugar en la Liga Femenina y también haber podido seguir disfrutando de ese nivel de baloncesto en un campo, desde la grada?

No obstante, si me dais a elegir, me quedo con los ruidos en los vestuarios y las decenas de balones botando contra el suelo o rebotando contra el aro y la canasta, las risas de los jóvenes y los silbatos. Los partidos que no atraen multitudes pero tienen un público fiel como es la familia y amigos. Ojalá se pudieran abrazar ambos y crear lo que es una pirámide real, con piedras y peldaños reales que tocan cumbre hasta acariciar el cielo. Asentar una buena base e ir ascendiendo sin eliminar ninguno de sus componentes.

Ojalá algún día Irun y Hondarribia, sin importar el orden, sin ser uno mejor que el otro, vuelvan a conseguir que el baloncesto llegue a su máxima expresión tras la línea de tres o bajo los aros. Si algo da el tiempo es la distancia necesaria con las emociones como para poder valorar y recapitular.

Agosto es el mes de las pretemporadas. Muchos nos cruzaremos estos días con chavales y chavalas cargados de mochilas al hombro que van con pereza e ilusión a reunirse con su equipo. Quizá lleguen a ser grandes estrellas o quizá no. La suerte es saber que hay quien apuesta por ellos y ellas y les dedica su tiempo, sus horas libres, sin esperar más que entrega, esfuerzo e ilusión por mantener viva la chispa de una pasión que, en este caso, es el basket.

Espero con este texto no ofender a nadie. No es mi intención. Solo quería compartir una reflexión desde la base, desde el principio de todo? y desde dentro. Mucha suerte a todos los equipos que dentro de un mes comienzan una nueva Liga. Mucha suerte a quienes por unos motivos u otros la vida les ha apartado de este viaje. Yo he tenido la suerte de estar dentro de una cancha durante 20 años y el día que me retiré lloré como una niña pequeña. Hoy sé que muchas exjugadoras del Hondarribia sienten lo mismo que yo, una especie de tristeza y contradicción profunda? lo nuestro era jugar.

Un beso a todos y todas mis amigos basketeros, entrenadores, jugadores y afición, porque sois parte de mí. Inolvidable.