El gigante que no llegaba a la chapa
Martínez de Irujo combatió desde pequeño su escaso físico con clase y genio para triunfar
"cualquier otro pelotari en sus circunstancias habría abandonado. No tengo la menor duda". El retrato, sincero, lo traza Álvaro Okiñena, coordinador del club de pelota Oberena de Pamplona, en el que se crió Martínez de Irujo, que asomó de la mano de su madre, Vitori, con seis años y la coronilla rozando la chapa del frontis. No más. "Era muy pequeño, muy menudico, apenas sí llegaba a la altura de la chapa. Tengo grabada esa imagen del primer día que Juan apareció en el frontón", recuerda Mikel Erro, entrenador del club iruindarra. En el trazo grueso, en un simple vistazo, lo que más destacaba de Juan era su escasa estatura "me costó mucho desarrollar", enfatiza Martínez de Irujo, y un cuerpo contenido y al que la fuerza no acompañaba a dibujar las jugadas que alimentaba una extraordinaria imaginación. "Cuando cogía una pelota y se ponía a jugar se veía que era un chaval que tenía algo especial. Era muy pelotari", sostiene Erro, que se quedó prendado de las virtudes del chaval, al igual que el resto del club "era el ojito derecho porque le veías así, tan menudo, tan gracioso, que enseguida le cogimos cariño", revela Okiñena. "Siendo tan pequeño manejaba las posturas y lo mismo entraba de gancho, de sotamano o intentaba una dejada. El problema era que lo que intentaba no le salía porque le faltaba fuerza, pero la idea y las posturas las tenía, que es lo más importante", desgrana Okiñena. "Siempre ha tenido mucha clase. Y eso se tiene o no se tiene", remata Erro.
Sucedía que Martínez de Irujo, -Juanillo por aquel entonces- soñador, irreductible, inasequible al desaliento, valiente, orgulloso, peleón, nunca atendió a sus circunstancias, contraviniendo el pensamiento y la reflexión del filósofo Ortega y Gasset, que dejó escrito que el ser humano no sólo es él sino también sus circunstancias. Siendo como era un niño, -"Juan sólo quería divertirse y se lo pasaba en grande jugando a pelota, disfrutaba un montón", expone Erro-, no atendía a la lógica, a la realidad que le rodeaba, al sentido común, a la cantidad de derrotas que tuvo que masticar, al tardío desarrollo físico "porque su amor por la pelota y su ilusión eran mayores. Explotaba todos sus recursos, porque era muy técnico, para hacer tanto, no le quedaba otra", concreta Okiñena, que en infinidad de ocasiones se preguntaba "cómo fue capaz de seguir adelante perdiendo todo lo que perdía. Si jugaba 50 partidos al año, perdía 40 y aún así seguía. Eso es muy complicado para un niño. Lo más fácil es dejarlo. Perdía pero volvía a intentarlo con más ilusión si cabe. Psicológicamente era muy fuerte, un gran competidor, aunque su cuerpo, que no su juego, le hicieran perder".
En una sociedad viciada por premiar el éxito y más si éste es inmediato, Juan creció a contracorriente siguiendo el rastro del salmón por su endeble andamiaje, que le impedía desarrollar el potencial de su juego, la pelota que transitaba entre su mente y sus manos. "En eso tanto Juan Ángel, su padre, como Vitori, su madre, le llevaron muy bien porque jamás le presionaron. Dejaron que se fuera haciendo poco a poco con paciencia. Y su madre ha pasado miles de horas en el frontón porque venía desde Ibero, pero nunca le metieron esa presión que algunos padres meten a sus hijos con la única idea de que debuten en profesionales". Se instaló alrededor de Juan la cultura de la paciencia en las entrañas de Oberena porque bajo aquel débil caparazón se intuía una joya. "Teníamos claro que había que cuidarle porque era muy especial, jugaba un montón. De hecho, Juan no ha cambiado su forma de jugar, simplemente se ha desarrollado físicamente", explica Mikel Erro sobre la variedad de golpes que gestiona el navarro. "De pequeño siempre buscaba lo imposible porque lo veía claro en su mente y trataba de hacerlo porque nunca tenía miedo a fallar. Las cosas que hace ahora ya las hacía antes, o al menos tenía la idea, aunque siempre hay algo que te sorprende. Inventa constantemente", destaca Okiñena.
Martínez de Irujo, ajeno, feliz jugando al punto con los mayores en el rebote cuando acababa su entrenamiento "cuántas veces se tuvo que quedar allí su madre, esperando, porque el chaval quería seguir jugando", cebaba su pasión por la pelota pasara lo que pasara, incluso en plena borrasca cuando los marcadores le castigaban sin piedad una y otra vez. "No era sólo que perdiera muchos partidos sino que en la mayoría se quedaba en marcadores muy cortos, de 4 ó 5 tantos. Era duro porque veías que técnicamente Juan era mejor que el rival, pero perdía porque no tenía fuerza", abunda Okiñena. De aquella época de supervivencia, de adaptación, un partido sobresale del resto.
interpueblos
El 18-0 de Aimar
"Fue en un Interpueblos. Nosotros jugábamos contra Goizueta, no recuerdo si en infantiles o alevines, pero sí que nos ganaron 18-0", rebobina Erro. En el equipo de Goizueta jugaba Aimar Olaizola y en el de Pamplona formaba Juan Martínez de Irujo. Coincidieron ambos en la cancha, en la misma categoría. "Aimar era de segundo año, uno más mayor que Juan, que era de primero, y además Juan era muy poca cosa, así que la diferencia era mayor aún. Nos dieron un repaso". Esas experiencias no lograron, empero, tumbar ni el ánimo, ni el entusiasmo, ni la confianza, ni la fe de Juan, al contrario, convencido de sus posibilidades, siempre dispuesto a mejorar, le propulsaron hasta cotas inopinadas años después. "Nunca le vi agachar la cabeza, mirarse las zapatillas y dejar que el partido siguiera su curso sin más, sin hacer nada por intentar cambiarlo. Siempre se rebelaba y lo intentaba todo, nunca se abandonó. No se rendía nunca. Quería mejorar constantemente aunque el límite se lo ponía el cuerpo. Creía en sí mismo". En Oberena lo sabían y Mikel, el preparador, le incitaba al amotinamiento. "Le hacía picar, y Juan, que era muy noble, un chaval fenomenal, entraba al trapo como un torico. Le decíamos, mira ése te ha dejado en tres y él nos decía, la próxima le haré ocho. Y lo hacía. Tenía mucho amor propio y carácter", apunta Okiñena.
El carácter, "se motiva solo", fue el tesoro que impidió el desplome de Juan, cuya musculatura llevaba un considerable retardo respecto a su espíritu y su mente. "Te daba rabia ver algunos partidos en el sentido de que sólo le superaban por fuerza, no porque supieran jugar a pelota mejor que él. Le ponían la pelota en el ocho y él como mucho la llevaba a buena", rememora Álvaro, al que Erro le encomendó la misión de jugar con él en aficionados como zaguero para seguir cuidándole.
El cambio
Un tremendo estirón
Sucedió que en el desfiladero entre juveniles y aficionados, en un verano, el aletargado andamiaje, las perezosas fibras, el adormecido músculo, por fin se activó y Juan pegó el estirón que ha fijado su altura en 1,86 metros y su cuerpo se expandió hasta acoplarse a la velocidad supersónica de su juego. El crecimiento del delantero de Ibero fue exponencial. A su indudable clase como pelotari, la que le sirvió de sostén en los peores escenarios, se le unió un físico de aspecto portentoso que le convirtió en un manista temible. "De repente todo cambió. Pasó de ser un niño a ser un hombre. El que ganaba continuamente era él. Se hinchó a ganar partidos. Lo que antes no le salía porque le faltaba fuerza luego le salía. Era una maravilla verle jugar porque por fin su esfuerzo tenía la recompensa merecida. Fue muy bonito para todos", acierta a comentar Mikel Erro.
Instalado como delantero de Álvaro Okiñena, Juan se disparó de tal manera que resultó inalcanzable para el resto. A toque de corneta, al asalto, se encumbró. "Era increíble, llegó un momento en el que ganaba los partidos él solo. Íbamos los dos a jugar, pero sólo lo hacía él. Yo iba de comparsa. Juan no tenía carné de conducir por aquel entonces y llegó un momento en el que yo me dedicaba a ser su chófer. Je, je", rescata Okiñena del archivo de anécdotas y pasajes que transitó junto al delantero de Ibero. Entre semejante argamasa, (se llevaron el Torneo Federaciones venciendo todos los partidos y encajaron en la final únicamente siete tantos) el zaguero pamplonés sitúa en Ávila la mejor actuación de Juan. "Lo que hizo allí fue una pasada. Jugábamos contra una gran pareja del club de San Atilano de Zamora en la que formaba Patxi Lasa, el hermano de Oskar, un aficionado muy puntero, un buen zaguero. Ellos se frotaban las manos porque eran los favoritos hasta que Juan empezó a jugar. Y él solo les dejó en ocho. Aquello fue una exhibición. Al acabar el partido nos preguntaron que de dónde habíamos sacado al chaval". Compara Okiñena aquel duelo en tierras castellanas con la final del Parejas de 2006 que Martínez de Irujo y Eulate vencieron por 22-11 a Olaizola II-Zearra tras un monumental ejercicio de Juan. "Ambos partidos fueron muy parecidos. Él contra dos. Era evidente que era un crack y que su debut era cuestión de tiempo". El 6 de junio de 2003 en el Labrit, donde apenas llegaba a la chapa a los 6 años, alcanzó la alternativa. El resto es la historia de un gigante.