"Abrir una librería es de valientes, algo kamikaze, pero, sobre todo, necesario"
En un contexto en el que la iniciativa cultural privada parece que está en decadencia en Donostia, Gros estrena una nueva librería boutique, Errabundia, en la que despachan Paula Mannino y Nahuel Pe
Errabundia es una palabra que no existía hasta ahora, pues es el término con el que Paula Mannino ha bautizado una nueva librería en Gros, situada en el número 21 de Secundino Esnaola. Errabundia, explica Mannino, procede de un término en desuso, errabundo, que significa vagabundo. Junto a ella, despacha en el comercio Nahuel Peillat.
¿Cómo surge la idea de abrir esta librería?
He trabajado en muchas áreas del libro: fui editora, agente literaria, profesora de literatura… y esta era la rama que me quedaba por explorar. Siempre fue mi sueño tener una librería.
Son de Buenos Aires. ¿Cómo acaban dos argentinos abriendo una librería en Donostia?
Vivimos en muchos lugares del mundo: en Irlanda, en Cataluña, en Madrid... Hace unos ocho años que nos fuimos de Buenos Aires. Nos gustó mucho Euskadi y su cultura, que sentimos muy similar a la nuestra. La gente fue muy amable, nos recibió bien y nos enamoramos de la ciudad. Vivimos en Zizurkil, pero Donostia nos parecía la ciudad ideal para una librería boutique de autor como esta.
¿Qué significa Errabundia?
Es una palabra que inventé a partir de “rabundo”, que está en desuso. Significa vagabundo, persona errante que va de un punto a otro sin rumbo fijo.
¿Como ustedes?
Sí, un poco como nosotros, como nuestras vidas (ríe).
¿Hay que ser valiente para abrir una librería en 2025?
Sí, hay que ser un poco valientes, un poco kamikazes. Lo hago con convicción y es necesario. Cuando ya no haya librerías independientes, quedarán solo grandes superficies, supermercados y plataformas como Amazon. Al final, serán ellos quienes prescriban lo que se puede leer o lo que no. Puede ser muy grave que quien dicte lo que se lee y lo que se vende en su espacio responda a determinados intereses. Yo traigo editoriales independientes, como mi librería, que publican autores diversos, de minorías, de diferentes lugares y convicciones. Eso es enriquecedor. Yo puedo hacer esa selección porque soy independiente.
¿Cómo os ha acogido el barrio de Gros?
La verdad es que bien: los vecinos nos apoyan y compran libros, que es lo principal. Además, vienen constantemente a darnos la bienvenida y a agradecernos por haber puesto una librería en Gros. Ha sido una acogida maravillosa. Todos se quedan encantados con el local, me dicen que es bonito, se sientan en el sofá y pasan una hora o 40 minutos hojeando. Este será un espacio donde, a partir de septiembre, vamos a hacer actividades, lo que permitirá que conecten miembros de la misma especie lectora. Pero, principalmente, los vecinos vienen y nos compran libros, que es lo que necesitamos.
¿Qué tipo de actividades tienen previstas a partir de septiembre?
Estamos agendando algunas presentaciones de libros, organizando una tertulia literaria que moderará una pedagoga y que va a estar muy interesante; también clubes de lectura… Tenemos muchas actividades previstas, como eventos con meriendas, vino, cuentacuentos para niños...
Como librería boutique, ¿qué tipo de libros se pueden encontrar en Errabundia?
En el Estado español se publica mucho, una cantidad inmanejable. Tenemos novedades —las que me parecen más relevantes—, también teniendo en cuenta el gusto del barrio. Les gusta leer mucha ficción literaria, literatura de calidad. No vendemos libros comerciales. No porque no quiera, sino porque los clientes no los eligen.
¿Y más allá de las novedades?
Me gusta traer libros que son relevantes, pero que quizás ya no se encuentran en grandes librerías porque se publicaron hace cinco, seis, diez, veinte o cuarenta años. Pero son libros que son joyas, que no deberían dejar de circular.
¿Por ejemplo?
Tengo un libro de Cortázar que quizá es el menos conocido de su carrera. Es un libro de viajes que escribió con su pareja antes de morir ambos. Es un libro que no conoce casi nadie y que sorprende a quienes creían haber leído todo de Cortázar. Es una joyita que me gusta tener. Esa es un poco la idea.
En Errabundia, entonces, invitan a descubrir...
Sí, descubrir autores y editoriales que no son de los grandes grupos —que también los tenemos—, pero sobre todo esas pequeñitas que hacen un trabajo muy interesante. Observo su catálogo y sus novedades, como Libros del K.O., Errata Naturae, Ático de los Libros, Eterna Cadencia, que es una editorial argentina...
¿La literatura argentina tendrá un peso específico en la librería?
No es que le dé un peso especial, pero de manera inconsciente he llenado la librería de literatura argentina, que me parece muy interesante; por ejemplo, de autores que ahora están prohibidos en mi país. Tenemos en el fondo de catálogo Cometierra, de Dolores Reyes, que ya no se puede leer en los colegios argentinos porque está prohibido. La gente se lo quiere llevar porque parece que el hecho de que un gobierno prohíba un libro es una buena recomendación. Tengo mucha literatura argentina, pero también venezolana, de Euskadi, de Nigeria...
La situación en Argentina, incluida la cultural, no parece muy halagüeña.
No. Quizá está peor que nunca, especialmente para proyectos culturales. De las librerías y los artistas, mejor ni hablar. Hay artistas que emigran porque están perseguidos.
Desde su experiencia como editora, agente literaria, profesora de literatura y, ahora, librera, ¿qué características debe reunir un libro para ser una novela interesante?
Es una pregunta difícil. La voy a responder, pero no como una máxima universal porque no sé si la hay. Para que una novela me conmueva tiene que atravesarme: debe tratarse de una experiencia que para mí sea muy cercana y que me dé la posibilidad de sentir que alguien más pensó y vivió mi situación y pudo ponerla en palabras; o, por el contrario, que sea una situación completamente ajena, pero que sea capaz de transmitírmela. Hace poco leí Mahmud, de Antoine Wauters. Es una novela poética sobre una persona que pierde a toda su familia en la guerra en Siria. Nunca viví esa situación y no quisiera vivirla, pero me digo: “Qué maravilla que este libro me pueda acercar a una experiencia humana que no tiene que ver con la mía”. Otro ejemplo: tenemos Las malas, de Camila Sosa, una novela argentina que trata sobre la vida de unas mujeres trans y la cadena de humillaciones que vivían en la Argentina de hace unas tres décadas.
Antes hablaba de Amazon, ¿es la gran amenaza para las librerías?
Creo que es la mayor amenaza, aunque diría que se ha atenuado ante el resurgimiento de una conciencia del valor del pequeño comercio. Ahora no sé si está tan desbocada la compra en Amazon como hace unos años. La gente me suele decir que quizá iba a pedir un libro a Amazon, pero que ha bajado a ver si lo tenemos en la librería. Además, intentamos reeducar a los lectores: si el libro no está, se puede pedir. Quizá no llegue en dos minutos, quizá lo haga en tres días, pero siempre se puede esperar.
¿La gente sigue leyendo?
El Estado español es de los que más libros publica; no sé si será donde más gente lee. Aquí, desde luego, hay mucha gente que lee. A la librería viene gente de todo tipo y de todas las profesiones, y todos tienen la cultura de leer buena literatura. Y leen los niños.
¿Y los niños?
Entran disparados, con las madres corriendo detrás a buscarlos. Ven los libros, los quieren tocar, los quieren leer y les interesa, así que se lee mucho.
Hay esperanza, entonces.
Creo que la hay, especialmente porque veo a los niños y a los jóvenes que vienen y agarran libros. Para mí eso es maravilloso.
En el caso de los jóvenes, parece que los 'booktubers' influyen bastante.
Eso también es fantástico; fomenta mucho la lectura. Lo veo en la tienda: tengo una clienta de 14 años, nieta de una vecina, que sigue las recomendaciones de booktubers y está leyendo una saga. Vino tres veces con la abuela y se llevó tres libros. Me parece una maravilla que elija una historia juvenil, que es entretenimiento. Luego eso evoluciona y uno va eligiendo otro contenido, otra literatura. Lo importante es que empiecen. Que se lea siempre.
¿Me recomendaría algún libro para los lectores?
Por un lado, recomendaría Aún no se lo he dicho a mi jardín, de Pia Pera, editado por Errata Naturae, una editorial que me encanta: independiente, con ediciones sin plástico y muy ecológica. Pia Pera, que ya falleció, fue una intelectual italiana, profesora de Literatura Rusa en la Universidad de Trento. Este libro es la memoria que escribió antes de morir. Descubre que tiene una enfermedad terminal, la ELA, que la va paralizando. Dejó su vida y su trabajo, se mudó a una finca familiar abandonada en la Toscana, la rehabilitó y se dedicó a crear y cuidar un jardín. En el libro narra su trabajo creando ese jardín, construyendo una nueva conexión con la naturaleza, la vida, los libros, los perros, los amigos, y también reflexiona sobre el fin de la vida. Es una delicia, una maravilla. Tiene su parte trágica, por supuesto, pero lo debería leer cualquiera.
¿Algún otro?
Podrías hacer de esto algo bonito, de Maggie Smith, de Libros del Asteroide, otra editorial fascinante. Es la memoria de una poeta norteamericana después del divorcio de su pareja de toda la vida. Ella trata de diseccionar esa relación y de encontrar, sin victimismo ni culpabilizar al otro, el punto en el que se rompió todo. Hace una disección de lo que es un matrimonio. Es un libro tragicómico, muy bien escrito, muy poético y también para que lo lea cualquiera: es maravilloso.
¿Un último libro?
Dientes blancos, de Zadie Smith. Lo acabo de terminar, recomendado por una periodista que admiro mucho. Smith es una autora británica y hace una crítica feroz. Es un libro muy divertido, también tragicómico. Critica la cultura hiperimperialista de Inglaterra y cuenta la vida de unos inmigrantes que viven situaciones muy difíciles en un país colonialista que, a la vez, rechaza la inmigración. Habla de unos inmigrantes que llevan una vida allí, en un lugar al que nunca llegan a pertenecer, pero en el que tampoco pertenecen al lugar que dejaron años atrás.
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