El desaparecido ha vuelto 17 años después aunque, realmente, nunca se fuera del todo. Manu Chao, francés de nacimiento, vasco por sangre materna y ciudadano del mundo por elección, ha seguido publicando canciones y actuando al margen de la industria, pero este fin de semana nos ha entregado Viva tu (Because Music), un quinto disco sencillo, reposado y acústico, tan subversivo como dulce, siempre fiel a su espíritu libérrimo y mestizo en lo musical, idiomático y personal. A sus 63 años, Chao ha reaparecido para el gran público con otra banda sonora con aroma a calle, denuncia y esperanza… y el apoyo de Willie Nelson.

Coppola firmó una de sus obras maestras –y menos conocidas– bajo el título de Rumble Fish, traducida aquí como La ley de la calle. Ese podría ser el leit motiv de Chao, siempre pegado al asfalto –o al polvo de las barriadas y favelas de Brasil y Latinoamérica–, a ese latido popular que emana de la vida en común, de esa comunidad utópica en la que todos nos preocuparíamos por nuestro vecino, sea del color u origen que sea, y del volumen de su cuenta bancaria. Por algo le llaman calle.

Amado y odiado por su mensaje, a veces contradictorio sobre el poder de la fama y el dinero, el exlíder de Mano Negra, que en su niñez se codeó con Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y García Márquez gracias a su padre, cumplió su palabra cuando renegó, como Dylan en los 60, de su papel como líder del movimiento antiglobalización, cogió su mochila, se alejó de los grandes titulares y se ha dedicado a vivir y grabar canciones con sus colegas –y algún disco con Chalart58, el desconocido Inna Reggae Style– hasta el regreso con Viva tu (sin tilde, sí). Desconocemos las causas de su regreso tras tantos años porque Chao sigue sin conceder entrevistas.

Dado que artísticamente siegue fiel a sus postulados y gustos, quizás se deba a la necesidad de dinero para seguir recorriendo el planeta a su aire, sin la dictadura del móvil ni la tarjeta bancaria. En el recomendable libro Clandestino. En busca de Manu Chao, de Peter Culshaw, reconocía que el dinero, a quien comparaba con “el diablo”, le servía para “comprar mi libertad e independencia”.

Tras viajar y grabar sin brújula durante años, Chao ha reunido un rosario de canciones que han dado lugar a las 13 incluidas en este disco, en el que se ha rodeado de amigos, del “responsables de los botones” Chalart58 al también catalán y exDusminguet Joan Garriga, pasando por el MC Pupa Congo, el guitarrista de Radio Bemba Madgid Fahem, los trombonistas Josep Blanes y Mauro Mancebo, el guitarrista argentino Lucky Salvadori, Martita Perejil...

Sosegado y sencillo, Viva tu es un álbum de canciones cortas, eclécticas en estilos e idiomas, acústico y reposado, al extremo de la centrifugadora acelerada y hardcore de su directo. Que trasmite la sensación de espontaneidad y artesanía, y que se expresa en un idioma babilónico –revertiendo el mensaje de Casa Babylon– que aglutina francés, portugués, inglés y, sobre todo, en cinco de sus temas, castellano. Canciones para derribar fronteras y unir mentes.

El disco, que se abre con Vecinos en el mar en una onda de cantautor andino que habla de paz y esperanza en este mundo atribulado, incluye rumbas encantadoramente sencillas y melódicas, entre las que destacan Coraçao no mar, mezcla de flamenco y leves toques de samba, La colilla y, sobre todo, Viva tu, pegajosa, henchida de humanismo y de nostalgia por aquellos barrios con ropa en el patio que desconocían el significado de palabras como gentrifricación. Oda a aquellos escenarios de vida en la calle, de compartir silla, conversación y canciones de la radio que se colaban por las ventanas abiertas. Rumbas de colectividad y comunidad que nos representan a quienes tenemos ya cierta edad.

Musicalmente, el resto no introduce novedades, pero funciona en su mezcla de sosiego y melodías incandescentes. No falta el reggae, con esas incrustaciones de scratches y ruidos electrónicos, caso de River Why, Lonely Night y Tantas tierras, ni los leves aires de chanson en Tom et Lola, coloreada por el acordeón de Garriga, ni el acercamiento al pop electrónico de Tu te vas, un previsible hit radiofónico junto a la rapera parisina Laeti, o la airada colaboración con Willie Nelson, Heaven´s Bad Day, entre el country outlaw y el punk folk irlandés.

En lo lírico, navega entre la búsqueda de la paz y la esperanza, la fiesta y la denuncia. “Conozco el olor del dinero, la locura de la gente... sé que la guerra vendrá de nuevo”, canta en La couleur du temps, mientras en la rapeada Sâo Paulo Motoby, pone como ejemplo las condiciones de vida de los mensajeros en moto –“mi moto es una avión”–, para denunciar el frenético ritmo de nuestra vida y de quienes nos gobiernan, señoritos que “huelen a limpio y a guerra”. También le canta al amor –“vivir sin ti es vivir muriendo, es clavarme espinas”– y, sobre todo, a la lucha para no desfallecer y evitar su presagio: “Tanta gente sin saber la que algún día va a caer”. Él nos impele a no cejar y a abandonar la estación incertidumbre y a seguir buscando la próxima, la de siempre, la Estación Esperanza. Y nos recuerda: “No estamos solos”.