Es, quizás, el retrato que de Azorín pintó el vasco Ignacio Zuloaga en 1941, el que mejor define al escritor alicantino, de Monóvar, José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967). El imponente óleo fue subastado en Londres en 2009 sin encontrar comprador, a pesar de la expectación suscitada. En él se ve a Azorín sentado de perfil. Su afilado rostro, con la mano derecha sostiene un libro Pensando en España, la mano izquierda enganchada en el chaleco, luce un traje con pañuelo en el bolsillo, a un lado una pila de libros desordenados, fruto de su inmensa labor y al fondo, bajo un cielo azulísimo, el paisaje seco de Castilla, con su castillo.

Zuloaga, cuatro años antes de morir, fue capaz de condensar en este cuadro toda la esencia del escritor más longevo (vivió 94 años) y uno de los más importantes del siglo XX. Hoy, tal vez olvidado, hay que recordar que impulsó el grupo “noventayochista”, integrado por tres vascos: Unamuno, Baroja y Maeztu.

El aniversario que celebramos nos permite ver a Azorín, con algunos matices, desde el País Vasco.

Ricardo Baroja, en 1901, realizó otro retrato de nuestro polígrafo afincado en Madrid. Es la imagen de hombre de 28 años, porte atildado, manos enguantadas, abrigo de grandes solapas, cuello blanco con pañuelo, cara seria, concentrado, tiene bigote y como único adorno, a un lado, se divisa una estantería con libros.

Tres aspectos, de modo telegráfico, vertebrarán esta imagen del País Vasco en Azorín: el paisaje y sus balnearios, la íntima y especial relación con Pío Baroja y la temprana, 1958, compleja y magnífica biografía que dedicó mi maestro, también vasco, de Segura, Luis S. Granjel, al escritor de Monóvar, además de sus estudios acerca de la medicina y los médicos en la obra azoriniana. Sin olvidar al catedrático Francisco Herrera Rodríguez y su texto sobre médicos y enfermos en Azorín. Para el especialista norteamericano E. Inman Fox, esta biografía de Granjel es de las mejores que se han escrito y podría servirnos de lectura veraniega.

Por Baroja conoce Azorín el paisaje verde y montañoso de nuestro norte, tan distinto del de su tierra natal, y desde principios del siglo XX visita esporádicamente San Sebastián y colabora en el periódico El Pueblo Vasco.

Tengo delante una fotografía de Azorín, en esos años, paseando por el Paseo de Francia de la capital donostiarra, este escritor de gusto y sintaxis afrancesada.

Las revistas y diarios de mayor importancia envían en esa época al País Vasco a sus mejores reporteros para las crónicas veraniegas de playas y balnearios del norte, los más afamados. Es el caso de Azorín al que el diario ABC, en 1904, pide recorra toda la cornisa cantábrica y relate la vida en los centros minero-mediciales vascos. Esas deliciosos crónicas y relatos, gracias a la maestría de Azorín, se reunieron más tarde en un volumen Veraneo sentimental, con extensas referencias a la vida y personajes que frecuenta en los balnearios de Cestona, muy especialmente, Urberuaga y Zaldívar, entre otros. Otra refrescante lectura para este verano.

De las siempre difíciles relaciones entre escritores del núcleo de la generación del 98 sólo se salva la amistad entre Azorín, que estimaba a Baroja con sincera fidelidad. La escultura que el asturiano Sebastián Miranda dedicó a ambos posando juntos lo refleja muy bien. Maeztu tenía celos de Azorín y, dicen, llegaron a darse de bofetadas y detestaba a Baroja. Don Pío no podía ni ver a Unamuno y hablaba mal de Maeztu, y Unamuno no quería a nadie.

Azorín fue asiduo a la tertulias en casa de los Baroja, en Madrid, y juntos se paseaban para conocer lugares pintorescos de la capital. Ambos, Baroja y Azorín, hicieron un memorable viaje a Toledo, redescubriendo al Greco e influyendo en su creciente fama. Fruto de ese periplo son los exteriores y algunos personajes del Diario de un enfermo, de Azorín y “Camino de perfección, de Baroja.

En 1902, Baroja retrata así a su amigo Azorín: “En su alma no hay curvas, en sus sentimientos no hay matices, todo en él es claro y algo geométrico, sin embargo inquieta a los escritores que le conocen, porque le creen tortuoso. Hay cierta contradicción entre su tipo físico y su tipo moral. Es impresionable hasta la exageración y sus ojos son inexpresivos, es nervioso y su aspecto es impasible, tiene fuego en su palabra y su rostro es frío y su ademán automático”.

Para Baroja, la literatura azoriniana significa para las letras españolas un factor de renovación equiparable al representado en pintura por los impresionistas.

Se podría añadir que su prosa es nítida, precisa, limpia, minuciosa, sintaxis francesa, frase corta, bien punteada, sutil, sensible y rico en vocabulario. Un autor clásico a redescubrir.

* Profesor titular numerario de Historia de la Medicina en la UPV/EHU