el pintor postimpresionista Joaquín Sorolla Bastida (Valencia, 1863-Cercedilla, 1923), pintor plenairista prolíficocuyo centenario celebramos este año, veraneó durante 30 años de manera intermitente en nuestra ciudad, y pintó diversas telas de la misma, así como de Zarautz, Pasaia y Biarritz, que dejó a través del legado de sus amigos Rogelio Gordón y Juan Madinaveitia. Unas obras que se exponen habitualmente en las salas del Museo San Telmo, y que ahora se exponen en una muestra homenaje, Sorolla en Donostia, comisariada por Acacia Sánchez, compuesta por fotografías, textos, apuntes y telas en colaboración con el museo y la Fundación Sorolla.

El rompeolas de San Sebastián (c: 1917) con el monte Ulía, serie compuesta por 17 obras, y gran cantidad de apuntes de pequeño formato son algunas de sus obras mas conocidas. Obras pintadas con rapidez y prontitud captan los suaves matices del paisaje vasco, alejadas de sus radiantes luces mediterráneas. Pequeñas y elegantes figuras contemplan ensimismadas el bronco paisaje del mar embravecido en el Paseo Nuevo de la ciudad cosmopolita y veraniega.

Veleros en la bahía, Sol y mar. San Sebastián(1912) son contemplados por bellas jóvenes desde la playa, muchachas divirtiéndose en la arena en Después del baño (1917-18), o jóvenes rederas trabajando en sus labores son algunos de los repertorios que llamaron la atención del artista. Como le llamaron la atención para sus rápidos y abocetados apuntes, las barcas varadas en el puerto, Lancha amarrada a un poste (1918), los veleros llegando al puerto donostiarra, Playa de San Sebastián (1912), o los verdes acantilados que se abren sobre el mar con sus pequeñas casas en lontananza, Paisaje de San Sebastián (1912). Perspectivas deudoras de la fotografía que su suegro, Antonio García Perís, con cuya hija Clotilde se casaría, debieron de influenciar en Sorolla, como lo hizo también en Degas y en muchos impresionistas. Ambos lenguajes se entremezclaban y se proponían como vanguardias del momento artístico.

Pero donde raya a mayor altura Sorolla es en sus diversas paisajes del Monte Ulía (1917-18) y “Desde el rompeolas (1917), donde azules y rosas perlinos, y una pincelada más suelta y libre crean sinfonías cercanas al simbolismo y el expresionismo. Como lo hace también en sus pequeñas manchas de color, herencia de los macchiololi italianos, San Sebastián, y Traineras en San Sebastián (1917-18). Sorolla, que empezó admirando en el Prado a Velázquez y Ribera, se fue abriendo a la Escuela de Barbizón (1885) para captar los cambios lumínicos y el paisaje al aire libre, herencia de Carlos de Haes, y fue pasando de un realismo costumbrista a un plenairismo y luminismo que no cuajó en una sintaxis impresionista, aunque contó con la amistad de Darío de Regoyos y Aureliano de Beruete, y de los también pintores vascos, Ignacio Ugarte y José Salís.