La imaginación ha sido siempre el mejor refugio del niño para poder huir. Y, dentro de esa imaginación, no hay nada mejor que el dibujo para expresar eso que quizás todavía no sepan expresar. "Los adultos hemos perdido la válvula de escape que es dibujar. Los niños tienen con ella una forma de evadirse, de expresarse y de contrarrestar", afirma la ilustradora Sara Morante, que ha partido de ese "universo simbólico" para encarar su segundo libro, Flor fané, en el que narra la violencia familiar que vive una niña a través de sus escritos y sus dibujos.

Esta cántabra afincada en Hendaia, Premio Euskadi de Ilustración, comenzó a escribir la historia sin ninguna intención de que viese la luz. "Empecé una novela sobre una mujer adulta, en la que introduje un flashback narrado en presente. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que me interesaba no era hablar desde la voz de esa mujer adulta, sino desde la de una niña", explica. Por aquel entonces, Morante ya había dado el salto al libro con La vida de las paredes (Lumen, 2015), La vida de las paredes pero no fue hasta que la escritora Txani Rodríguez le preguntó si le gustaría crear una novela gráfica cuando vio la oportunidad de dar vida a esos textos.

"Soy muy lectora de cómics y llevaba tiempo queriendo cambiar y salirme de la ilustración, pero era consciente de que me faltaban partes más amables dentro la historia y no tenía tiempo para hacerlas", cuenta. A pesar de ello, a la editorial Astiberri -"me daba respeto enseñarles el trabajo porque les admiro mucho", afirma- se interesó por el proyecto y vio con buenos ojos que Morante narrase con viñetas y dibujos aquello que no estaba en palabras.

De este modo, Flor fané se convirtió "en un híbrido entre novela ilustrada y cómic, si eso existe", cuenta entre risas. A lo largo de sus casi 200 páginas, la autora narra capítulos solo con el uso de la palabra, otros con viñetas e incluso algunos acompañados por ilustraciones. "He tenido la oportunidad de crear el universo simbólico de la niña. Cómo traduce los hechos que está viviendo y cómo los afronta. No he tenido intención de acercarme al mundo infantil, pero la historia me pareció más interesante así", afirma.

Por este motivo, el libro no explica en ningún momento la violencia que sufre la niña y el protagonismo no está puesto en quien lo ejerce. "Me interesa la víctima y la situación que se forma en un hogar donde hay violencia. No es solamente el miedo, hay una serie de patrones que la gente que ha vivido en ese entorno va a entenderlos", asegura, al tiempo que añade que, aunque como en todos los libros la experiencia del autor queda reflejada, se trata de una novela de ficción.

Sin técnicas digitales

"He tenido que volver a aprender cómo dibujan los niños"

A la hora de plasmar esa imaginación infantil, Morante se ha sentido "enormemente libre" y ha evitado las técnicas digitales en favor de trazos más propios de una niña que le han hecho regresar a su infancia. "He tenido que volver a aprender cómo dibujan los niños de once años. He mirado dibujos infantiles reales y he ejercitado otra vez la mano para dibujar con las proporciones desproporcionadas de un niño", indica.

"Lo he hecho egoístamente porque me apetecía mucho equivocarme. Dejar atrás un perfeccionismo que solo veía yo en la ilustración. En este libro he permitido el error", explica sobre un trabajo para el que ha dejado de lado las pantallas: "Después de tanta pandemia, estoy harta de los ordenadores. Es más orgánico trabajar con el papel y el lápiz, con la suciedad del grafito".

Que en el libro se intercalen los dibujos elaborados por la protagonista no quiere decir que Flor fané sea para niños. De hecho, la autora reconoce que es una obra dura, con una carga de texto profunda y con ilustraciones que forman parte de la voz narrativa bajo el mismo patrón. Incluso el propio título de la pieza apunta en esa dirección. "Dentro de la particularidad de Olga -la protagonista- de hablar de los colores, y catalogarlos, flor flané es el color de las flores podridas de su casa, que es como ella se siente", revela sobre una palabra que viene del francés y se utiliza para referirse a las flores marchitas.

El nuevo trabajo de Morante es un paso más en una trayectoria que le gustaría continuar. No obstante, aunque entiende que la mayoría de la gente la reconozca por su trabajo de ilustración, considera que su labor en ese campo también va ligado al de narradora. "Intento no dar una versión literal de lo que leo, siempre intento narrar mi lectura personalísima", explica sobre un trabajo que le granjeó el Premio Euskadi de Ilustración en 2012 por su labor en La flor roja, de Vsévolod Garshín. "Me gusta contar historias, con dibujos, escritas... y espero poder seguir así. Es mucho trabajo, pero es muy satisfactorio. Creativamente hay una libertad enorme", concluye.

Desde hoy, Flor fané