n un cineclub se ve lo que en otros sitios no se ve. Eso sigue vigente 50 años después. Las películas, lógicamente, han cambiado, pero su razón de ser no”. Estas palabras de Ander Gisasola, uno de los miembros de la dirección actual del cineclub donostiarra Kresala son un excelente resumen del encuentro impulsado por NOTICIAS DE GIPUZKOA con motivo del casi medio siglo de vida de la iniciativa. Por primera vez desde su fundación en 1972, representantes de las tres generaciones que han llevado sus riendas se han encontrado en los cines Trueba, actual sede de proyecciones. Cinéfilos de 80 años, los más veteranos, a 22, la más joven, unidos por una pasión común, el séptimo arte, y que, ahora, buscan contar su historia a través de un documental.

En una esquina, un exmiembro del cineclub rememora con ternura la pantalla perlada que tenían en la antigua sede del cineclub; en la otra, dos de los socios actuales repasan con dos de los fundadores las fechas de las próximas películas que van a proyectar; y, en una tercera, el artífice de que Kresala arrancase, Luis Bergua, relata los problemas que tuvieron para poner El acorazado Potemkin. “Esto que estás viendo es lo que queremos que se vea en el documental. No importan los años, todos estamos aquí porque amamos el cine”, explica Gisasola sobre un proyecto que participa en el programa Meta! de la Diputación para conseguir la financiación necesaria a través del crowdfunding.

Si todo va según lo deseado, el estreno del documental será el 19 de octubre de 2022 en el Teatro Principal, el mismo día en el que el mencionado Bergua, Fernando Mikeljauregui y Juan Berasategi pusieron en marcha el cineclub. “No fue nada fácil porque por aquel entonces, para que te autorizaran tenías que contar con entre 200 y 500 socios. ¿Cómo íbamos a tener tanta gente si no habíamos ni empezado?”, se pregunta Mikeljauregui. La respuesta la dio Bergua, el principal impulsor del proyecto, que desde 1967 formaba parte de la asociación cultural Kresala y que proyectaba películas en ciclos parroquiales y universitarios: “Apuntó a todos los socios de la asociación como si fueran nuestros y así nació el cineclub”.

La propia sociedad Kresala y posteriormente el convento de los Carmelitas fueron sedes de una iniciativa que hacía lo que podía para sortear la censura y ofrecer la mejor oferta cinematográfica a los donostiarras. “Las distribuidoras me conocían de sobra y siempre se quejaban de mí porque pedía las mejores películas. Claro, no voy a coger las que nadie quiere, les contestaba”, recuerda Fagua.

Por aquel entonces, en pleno franquismo, debían pasar cada cartón de censura correspondiente por la delegación de Información y Turismo antes de cada proyección. Una labor de la que se encargaba el padre de Fagua para evitar males mayores y que dio tan buen resultado que “otras asociaciones venían a preguntarnos cómo lo habíamos hecho”. “Era muy gracioso leer los rollos de censura. Decía que tal escena había sido eliminada por mostrar unos pechos o tal otra por insinuar cualquier tontería”, relata Mikeljauregui sobre unos rollos informativos que llegaron tras la muerte del dictador: “Antes de él no había nada. Nadie te decía porque lo habían censurado”.

Casi desde el primer momento la respuesta del público donostiarra fue excelente, algo que para los fundadores tiene su aquel en el Zinemaldia. “Tratábamos de que fuesen películas que no se habían estrenado en salas de Donostia, para lo que nos informábamos a través de las críticas de periodistas o de los nombres de los directores”, explican sobre una máxima que, 49 años después, sigue vigente.

Poco a poco el número de espectadores fue creciendo hasta tal punto que un carpintero también colaborador del cineclub construyó una grada de madera con la que ampliar el aforo. “Teníamos que ir diciéndole a la gente que no fumase porque se podía prender en cualquier momento”, recuerda Mikeljauregui, para quien eso “era muchísimo más peligroso que lo que se censuraba”.

Fue una época llena de anécdotas, como la cola de personas que se formó para ver Saló, o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Passolini, tras la muerte de Franco, lo que obligó a programar un segundo pase. “A las 22.30 horas de la noche tuvimos que desalojar a la gente porque ya no había luz”, recuerdan. O como cuando proyectaron Alien, el octavo pasajero y el propio Bergua se encargaba de subir el volumen al máximo en el momento en el que aparecía el alienígena del estómago de uno de los pasajeros de la Nostromo. “La gente saltaba de las sillas”, cuenta entre risas.

A partir de 1997, el cineclub llegó a un acuerdo con Kutxa para utilizar sus salones de la calle Arrasate, donde permanecieron al frente del cinefórum los tres fundadores hasta 2011: “Teníamos ya 70 años, así que dijimos que si no había un relevo nunca lo iba a haber”. Afortunadamente, lo hubo.

Nacho Rodríguez, Pedro Saldaña y Paul Ormaetxea, cada uno llegado en un momento diferente -de hecho, los dos últimos continúan en la organización-, forman parte de la segunda generación de Kresala. “Nos enteramos de que iba a desaparecer y algunos, como yo, ya éramos colaboradores así que nos juntamos un día y decimos continuar”, cuenta Rodríguez.

Con una base sólida de seguidores, el nuevo grupo -entre los que también estaban Alberto Arizcorreta, Juanmi Perea, David Ezkerra, Eli Alkorta y Carlos Mirondo- empezaron “a navegar por un río que ya llevaba agua”. “No teníamos que darnos a conocer, pero sí tratamos de llegar a gente más joven”, explican Saldaña y Ormaetxea, que pasaron de ser espectadores puntuales a parte de su equipo. Para ello, el nuevo grupo incentivó el uso de las redes sociales y trataron de traer a invitados, ya fuesen los propios directores o gente relacionada con la industria, para poder presentar cada filme.

También llegó el debate interno de si programar únicamente las películas que no llegaban a la cartelera donostiarra o dedicarse al cine clásico. “Veíamos que venía gente todos los lunes sin importar lo que proyectásemos, pero también otros, estudiantes o jóvenes cinéfilos que venían únicamente por una película en concreta y a los que no volvíamos a ver”, explica Ormaetxea.

No obstante, el mayor punto de inflexión de este periodo llegó en 2014, cuando Kresala pasó a su actual sede: los cines Trueba. Un salto al digital, a la comodidad y al siglo XXI. “En realidad nos fuimos de la calle Arrasate obligados. Kutxa nos dijo que ya no podíamos usar más su local, así que pensamos que SADE podía convertirse en colaborador”, explican.

La propietaria de los cines de la capital guipuzcoana dijo que sí a la par que el segundo grupo de organizadores se iba a desmoronando y sus miembros iban abandonando el barco. Un segundo microinfarto que tampoco fue letal, ya que una tercera hornada de cinéfilos llegaron al rescate.

La actual dirección del cineclub es, sin lugar a dudas, la más joven de su historia. Ana Piñel, Jeanette Enara Díaz, Maddi Arzalluz, Leire Egaña, Ander Gisasola y los mencionados Paul Ormaetxea y Pedro Saldaña -también estuvieron dos años Irati Crespo e Izaskun Montes- son los que, casi medio siglo después de su fundación, mantienen con vida el proyecto.

“Los cineclubes a lo largo de la historia, y hoy en día, han tenido una función social muy importante. En pandemia se ha visto reforzada esa idea”, explica Guisasola, que pone las anécdotas de los tres fundadores como ejemplo del espacio alternativo y de lucha en que se convirtieron durante el franquismo y de libertad tras la llegada de la democracia.

La nueva dirección ha mantenido el espíritu original del cineclub, al que le ha sumado la búsqueda de propuestas arriesgadas y nuevos lenguajes audiovisuales. Ello, todos coinciden, ha llevado a que el cineclub se encuentre en el mejor momento de su vida. “Todas las semanas viene un estudiante que no habrá cumplido todavía la mayoría de edad y al que le encanta al cine, al mismo tiempo que lo hace otra espectadora de 93 años que lleva los 49 del cineclub viniendo. Es algo muy bonito”, revela Egaña.

Si, tal y como explica Gisasola, en este tiempo la razón de las películas no ha cambiado, está claro que tampoco la de los videoclubs. Y, por si todavía quedase alguna duda, solo hay que ver el ciclo sobre Robert Bresson que han preparado. Un ciclo sobre filmes que programaron en su estreno los fundadores del cineclub y que ellos mismos, junto a espectadores que los vieron en su momento, los presentarán. La magia del cine ha traspasado la pantalla.