Love of Lesbian presenta con un doble concierto (el miércoles y el jueves) en el Kursaal donostiarra su último disco, ‘V.E.H.N. (Viaje épico hacia la nada)'.

Donostia - Tras 24 años de trayectoria, los barceloneses Love of Lesbian tenían la necesidad de romper con el esquema de su anterior trabajo, El poeta Halley. Lo que su cantante, Santi Balmes, no esperaba es que las letras que compuso se convirtiesen en un adelanto del mundo pandémica que estaba a punto de llegar.

Doble cita en Donostia con aforo al 100%. ¿Hemos vuelto por fin a algo más que la nada?

-(Risas). Sí, parece ser que sí. Poniéndole mucha paciencia con cambios de legislación y ordenanzas nos vamos adaptando como el agua pero con muchas ganas de volver a ver salas con un aforo mucho más estimulante que el de hasta ahora.

Imagino que, por lo tanto, con muchas ganas de afrontar los dos conciertos seguidos.

-Para nosotros ir a Donostia siempre son unas minivacaciones (risas). Así que sí, con muchísimas ganas.

¿Viven los conciertos de otra manera con respecto a antes del covid? ¿Hay una energía recargada?

-Hemos intentado mantener la energía igual, pero según se han dado las condiciones hemos ido cambiando y sacrificando algunos temas que podrían ser un serio peligro al ser un chute de euforia demasiado exagerado para personas que no podían levantarse de la silla. Había una sensación de que con algunas canciones estábamos echando bombas de provocación, así que aprovechamos que estaba la gente sentada para incluir canciones de medio tiempo que eran más idóneas.

Las que estarán seguro son las canciones del último disco.

-Sí. Tenemos el inmenso placer de contar con un disco con canciones nuevas que han entrado como un tiro. Tocamos en torno a ocho, cuando teniendo un repertorio muy amplio es muy difícil incluir temas nuevos.

El disco parece que se adelantó a lo que estaba por venir. Habla incluso de nueva normalidad.

-La frase de nueva normalidad es la única que incorporé del momento en el que iba a salir el disco, el resto responde más a un bloqueo que teníamos nosotros como banda. Hablamos de una situación bastante claustrofóbica a raíz de un problema legal. Queríamos dejar de trabajar con ciertas entidades y a partir de ahí esa sensación se impregnó en una creación que acabó coincidiendo con un estado pandémico. El alfa y el omega nos odian (risas).

En cuanto a sonoridad, el disco parece una cara B de ‘El poeta Halley’.

-Teníamos una sensación pendular de hacer todo lo que no has hecho en el disco anterior. Había una voluntad de llevar a cabo una mayor concreción, de estar más enfadados y no perdernos en mundos líricos. Creo que ello ha influido en que sea más contundente.

Son temas más cortos y con un sonido más ochentero, ¿no?

-Sí. El sonido ochentero está muy deliberado. Teníamos la premisa de indagar en un sonido que no nos cuesta en absoluta emular porque siendo unos críos era lo que escuchábamos. Era volver a casa para nosotros. Sentía que con El poeta Halley habíamos llegado a un tope sobre el que no queríamos ir más allá. Aún así, creo que nos quedamos cortos y podíamos ser todavía más simples, pero luchar contra tu propia naturaleza es difícil (risas).

¿Esa contundencia se verá en la puesta en escena?

-Hay un equilibrio entre las canciones con más garra, con un espectáculo de luces que es una maravilla, y nuestra aportación más humana. Hemos subido un peldaño en esa manera particular que tenemos de enfocar los conciertos. Más que una ejecución de temas debe ser una experiencia.

En la canción ‘Los irrompibles’ habla de los opinadores de hoy en día que hablan de lo que sea a través de las redes sociales. ¿Las opiniones reducen su creatividad?

-Absolutamente. La creación artística siempre te tiene que dar un poco de peligro, pero a partir de ahí tienes que alejarte de las redes sociales. Entre todos, y me incluyo yo, hemos conseguido que sean un coñazo. Si me pongo a pensar, la serie, el libro o el disco que me gustan me lo han seguido recomendando gente a la cara. Twitter es un pozo de inmundicia que es para analizar. Ayer estuve en el Camp Nou con el aforo casi al 100% y comprobé de primera mano como la gente necesitaba soltar y gritar porque hoy en día hay una agresividad en la sociedad que antes estaba focalizada en eventos como el fútbol y que este año, al no haber podido ir a los estadios, ha sido mucho más bestia en las redes. Por eso, aquel político que intenté gobernar en base a lo que lea en Twitter está muy equivocado. No podemos cogerlo como termómetro de la sociedad. Se recibe una imagen distorsionada de todo. Soy cada vez más enemigo de ellas.

Hay mucha agresividad y también extremismos que llegan a la cultura. Hoy día un disco, una película o un libro es una obra maestra o una basura.

-No hay filtros. No veo a nadie en las redes sociales diciendo que no tiene ni idea de algo y prefiere no opinar. Parece que tenemos que estar opinando sobre cualquier cosa con naturalidad cuando somos especialistas en muy poquitos temas. Yo mismo me incluyo en ello y por eso he dado un volantazo y he hecho el camino de vuelta.

Estas opiniones sin grises, ¿cómo os afectan a la hora de sacar una nueva canción? ¿Hay miedo?

-Tenemos la inmensa suerte de contar con una base de seguidores que son muy receptivos. Nosotros a la vez pensamos que no estamos tratando a la gente de imbécil y no la estamos idiotizando. Creemos que nuestro público tiene ganas de que le rompamos los esquemas y, por eso, lo llevamos bien, pero sí que parece que lo que no se perdona es que estés ahí durante mucho tiempo. Puede haber una sensación agridulce, por lo que es mejor aislarse.

La crítica también parece que está de su parte. Prueba de ello son las tres nominaciones a los Grammy. ¿Qué suponen para ustedes los premios?

-No te voy a negar que es bonito. Hasta que no estás nominado no te das cuenta de hasta donde llega la importancia de estarlo. Pero la guerra que tenemos es con nosotros mismos, de hacer un disco mejor o que nos realice de otra manera, más que si ganamos un Grammy o no. Vamos a infiltrarnos dentro un show business del que nunca nos hemos sentido parte.

Los conciertos en Donostia coinciden con la publicación de su nuevo libro, ‘Bajaré de la luna en tirolina’. ¿De qué trata?

-Es un escrito que empecé a hacer hace dos años y al que volví en el confinamiento para acabarlo. Son los diarios de tres meses de un adolescente cuyo hermano mayor ha dejado de hablarse con él sin saber por qué. Surge de una anécdota real de un compañero de clase que llevaba dos años sin hablar con su hermano sin saber el motivo (risas). A partir de ahí trato de indagar dentro de un núcleo familiar desde el punto de vista de un adolescente. Es algo que he hecho sin nada de pretensión y con las ganas de pasármelo bien durante una época que no podía salir de casa.

Una época que parece ya lejana. No sé si se atreve a pronosticar a dónde irá el siguiente viaje.

-(Risas) No lo sé, porque he aprendido a no visualizar absolutamente nada y dejarme llevar por la vida. Eso es lo que separa una verdadera emoción. Por mucho que tengas algo pactado, nada sale como lo planeas.