unca nos fijamos en ellos y es probable que, incluso, hayamos sentido que nos molestaban al no dejarnos salir de las salas antes de que acaben los créditos; al rociarnos con un producto desinfectante cada vez que accedemos a un espacio; o cuando nos dicen que no, que ni nos podemos bajar, ni retirarnos las mascarillas. Son invisibles no porque su labor no sea esencial, sino por nuestra mirada que los invisibiliza. Porque cuando afirmemos lo importante que ha sido que el Zinemaldia haya salido adelante, cuando se nos hinche el pecho al hablar de que la cultura y el cine son seguros, y cuando subrayemos sobre cómo ha ayudado el Festival a la industria, nos acordaremos de la organización y de la dirección; de Mortensen, Dillon y Depp; y de la Concha de Oro, que se entrega hoy. Pero está claro que cada uno de los eslabones de la cadena que se lo ha currado para que la máquina no se pare, en conjunto, por supuesto, con todos los agentes antes citados, se merecen algo más que una mísera foto (como esta).