a cultura juega un papel muy importante en la cooperación. El cine, por ejemplo, sirve de altavoz para comunidades que, en su día a día, viven y sufren injusticias de todo tipo. Tal y como recoge la Agenda 2030, un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad de la ONU, solventar la desigualdad y los desequilibrios globales es una responsabilidad de todos, no solo de las ONG.

Partiendo de esa premisa se creó en 2017 el programa Gipuzkoa Coopera, un proyecto impulsado por el Zinemaldia y la Diputación Foral de Gipuzkoa, cuyo objetivo es fomentar el mundo audiovisual en escuelas con alumnos y alumnas en riesgo de exclusión social en Argentina. La iniciativa se desarrolla en la Escuela de Educación Secundaria nº37 de la ciudad de Mar de Plata, donde durante estos tres años unos 250 alumnos han podido participar en los talleres de dicho programa bajo la dirección de la cineasta donostiarra Ione Hernández.

“Llegar a esta escuela fue un acierto porque lo que hemos conocido han sido cooperantes y gente verdaderamente implicada con lo que hacen. Por eso ha funcionado este proyecto, porque era muy bien recibido”, explicó ayer Hernández, en una rueda de prensa para presentar los resultados de Gipuzkoa Coopera, comparecencia en la que también participaron el director de Cooperación Internacional de Gipuzkoa, Mikel Diez, y el director de Zinemaldia, José Luis Rebordinos.

Los organizadores, explicó Hernández, sentían cierto miedo de llegar con un propósito un poco “paternalista”. No resultó así: “Lo más interesante ha sido que los que reciben el proyecto se han convertido en protagonistas y yo he sido una más. El intercambio ha sido totalmente bidireccional”.

Mar de Plata es un lugar muy castigado por la pobreza. Disponer de una cámara y de algunas pautas ha dado a los jóvenes la oportunidad de hacer terapia para superar sus miedos: “Ellos de repente se sienten importantes. Sienten que tienen cosas que decir y que se les puede escuchar”.

Según Hernández, el proyecto tuvo un impacto “brutal” en la escuela en muchos aspectos: “La vida de los alumnos es bastante gris, sus padres no les prestan demasiada atención y algunos ni siquiera tienen su yo definido. Entonces, que todos se involucren en esta misión hizo que el resultado de nuestro trabajo sea maravilloso”.

Los estudiantes han tenido la ocasión para estudiar todas las fases necesarias para crear un proyecto audiovisual y la cámara ha resultado ser un “altavoz” para dar visibilidad a su realidad. De esta manera, han realizado una decena de cortometrajes entre los que hay trabajos de ficción y también documentales sobre la comunidad LGTBI de la Escuela nº37 o acerca de la experiencia de las alumnas que también son madres.

Además, han tenido la oportunidad de presentar sus trabajos en el Festival de Cine de Mar de Plata y eso les ha servido a los padres para valorar el trabajo de los estudiantes, cosa que nunca antes habían hecho. “Cuando lo que hacemos se proyecta en un festival y ves que todos los familiares hacen dos horas de cola para ver lo que han hecho sus hijos, vemos que el proyecto es de ellos y que todo lo que se genera alrededor les pertenece”, explicó.

Para Rebordinos ha sido una de las experiencias más bonitas de su vida profesional. “Creo que este tipo de propuestas te permiten ver cómo una inversión de dinero -un presupuesto anual de 35.000 euros- puede cambiar y transformar a un grupo social. Para mí eso ha sido muy bonito”, remarcó responsable del Zinemaldia.

Además de lo aprendido y de los proyectos rodados, los alumnos han compartido sus conocimientos con otros centros educativos cercanos en un foro creado al efecto: el Encuentro Audiovisual de Escuelas de Educación Secundaria.