olpear piedras y huesos, trabajarlos y moldearlos hasta conseguir copias casi perfectas de las más bellas piezas del Paleolítico es la manera con la que el experto en talla José Julián Márquez invita a los visitantes de su museo de réplicas prehistóricas a redescubrir el más remoto pasado de los seres humanos.

Con más de 700 piezas en sus estanterías y vitrinas, Hezur Museoa de Elgoibar atesora algunas verdaderas obras de arte por las que se han interesado arqueólogos y expertos internacionales que han propuesto a su autor colaborar con centros de interpretación de Italia, el Museo Arqueológico de Catalunya, y hasta dar charlas en Perú, sin que por el momento, Márquez se haya animado a dar el paso.

A diferencia de las muchas veces rotas o incompletas piezas originales de los museos tradicionales, bifaces, raederas, buriles, núcleos de sílex, lascas, arpones, venablos y anzuelos lucen con el mismo aspecto que tuvieron hace miles de años, nada más salir de las manos de sus creadores, ante los visitantes de Hezur Museoa, una instalación tal vez única en el Estado por la cantidad y calidad de las obras que expone.

Imágenes de osos y caballos de la gruta de Ekain, junto a los bisontes de Altamira, hacen compañía a mamuts y leones de otras cuevas europeas en las paredes de este pequeño museo que sobrevive, gracias al empeño particular de Márquez, en unas instalaciones cedidas por el Ayuntamiento de Elgoibar, única institución que dedica una modesta subvención al proyecto.

Todas las piezas han sido trabajadas con el mismo mimo y dedicación por el experto, quien no oculta, no obstante, la debilidad que siente por los “propulsores prehistóricos”, unos palos con una muesca en un extremo sobre los que se montaba una flecha emplumada y que, “a modo de palanca”, servían para impulsar el proyectil con más fuerza y a mayor distancia que los lanzados sólo con el brazo.

La pasión de Márquez por la prehistoria le viene desde muy niño, cuando con tan sólo doce años, descubrió un “hacha de anillas” de la Edad del Bronce en un río de Elgoibar en el que pescaba truchas. “Sobresalía un piquito en el fondo del arroyo y supuse que era una piedra. Como soy aficionado a los minerales, pensé que se trataba de calcopirita, que suele tener un óxido verde, pero resulta que era un hacha antigua, de hace unos 3.500 años, que ahora está en el depósito foral de materiales arqueológicos de Gipuzkoa, Gordailua”, describe nostálgico.

Desde ese momento, hace ya 22 años, el “gusanillo” de la prehistoria se introdujo en José Julián que, ya de adulto, comenzó a documentarse y a visitar cuevas para, de forma autodidacta, iniciarse en el arte de replicar las piezas que más llamaban su atención hasta convertirse en un verdadero especialista en la materia.

En la actualidad, sus recreaciones abarcan una horquilla de cerca de un millón de años. “Tengo herramientas desde el Bronce Final hasta el Achelense”, describe técnicamente Márquez, quien destaca su capacidad para “elaborar piezas completas y funcionales de sílex”, si bien no oculta que su mayor talento radica en la talla de “industria ósea”.

“He aprendido mucho a través de la experiencia, haciendo cosas mal y volviéndolas a hacer, mediante el método de prueba error. También he hecho experimentos y me he dado cuenta, por ejemplo, de que el cuerno se trabaja más fácil si lo mojas porque está más blando, y que si lo lubricas se talla más rápido y mejor”, detalla el artesano.

Márquez aclara que su trabajo también puede ayudar a la arqueología experimental, porque se trata de una disciplina que “siempre trabaja inicialmente con conjeturas” que él, con sus obras, puede ayudar a probar al redescubrir cómo hacían las cosas nuestros antepasados.

La recreación que hizo de una espátula encontrada en el yacimiento de La Garma (Cantabria) es un ejemplo de ello ya que, durante su elaboración, pudo descubrir que se trataba de un útil para el que originariamente se había utilizado el asta de un ciervo joven, “que no tendría más allá de un año y medio de vida, sobre un cuerno recto y sin puntas”.

Una de sus obras más recientes es el contorno de la cabeza de un caballo encontrado en el abrigo de La Viña (Asturias), si bien una de sus piezas favoritas es la falange de uro de La Garma (Cantabria) grabada en bajorrelieve que representa a este mismo animal, un bóvido salvaje ya extinto.

Entre sus réplicas más interesantes se encuentra también un propulsor con las figuras de dos “cabras acéfalas” enfrentadas, hallado en la gruta francesa de Enlène sin las cabezas de los animales que se habían perdido, pero que él reconstruyó de forma íntegra, tal y como fue concebido originariamente, lo que la convierte en una pieza “única en el mundo”.

“Algunos de los objetos que replico son tan bellos que tengo mis dudas de que hayan sido utilizados -describe con devoción-, porque llevan un trabajo inmenso y pienso que probablemente serían ofrendas o que tendrían un significado simbólico”.

“Me siento un privilegiado porque muchas veces soy el primero que vuelve a ver una pieza como esa en su estado original desde hace 14.000 años. Es una manera de volver al pasado. Es como una máquina del tiempo lo que yo hago y eso se ve en muy pocos sitios”, relata orgulloso de una afición no exenta de riesgos, ya que en algunas ocasiones ha sufrió heridas importantes mientras trabajaba con sílex, un material del que se pueden obtener filos muy cortantes. “Una vez casi me atravieso la mano de lado al lado con uno de ellos”, precisa.

Las visitas al museo deben concertarse con antelación por teléfono o por correo electrónico, si bien Márquez no oculta las dificultades que tendrá para reabrir sus pequeñas instalaciones tras la desescalada del COVID-19 que le obligará a extremar las precauciones, para lo que, según reconoce, además de un mayor apoyo institucional, necesitaría un local al menos cuatro veces más amplio.

“Algunos de los objetos que replico son tan bellos que tengo mis dudas de que se hayan utilizado”

Creador del Hezur Museoa