Hace ya unos veinte añitos, y por estas mismas fechas, escribíamos lo siguiente: "Hemos hablado tantas veces de las parrillas de pescados y carnes ligadas estrechamente a la gastronomía vasca del último medio siglo, que conviene que echemos el ojo a una modalidad de la purificadora brasa, la que tiene por objeto de deseo algo tan sano como las verduras y hortalizas. Para ello, conviene fijarse en la culinaria mediterránea, y más en concreto en la catalana, donde hay dos preparaciones estelares. Por un lado, la escalivada, omnipresente en todos los restaurantes catalanes (e incluso no catalanes) de postín. Y otra, muy popular y estacional, como es la calçotada, asociada a una verdura muy concreta y a una población catalana: Vals. La localidad se encuentra situada al norte de la capital tarraconense y rodeada de una preciosa cadena montañosa, la Serralada de Miramar. Allí hace unos días ha comenzado la temporada de los calçots y su festín popular, la famosa calçotada, en el que se asan a la brasa miles de estas singulares cebolletas por toda la ciudad y al aire libre. La fiesta principal es el domingo anterior al 2 de febrero, pero desde ese día hasta abril se siguen elaborando de igual forma".

Un fiestón que ha tenido lugar el fin de semana pasado. Pero nosotros adelantamos la cosa y además muy cerquita. Y es que, en concreto, celebramos la exaltación de estas cebolletas a la brasa no en Catalunya sino aquí al lado, en el barrio donostiarra de Martutene. En concreto, el pasado 14 de enero, al igual que venimos haciendo durante los últimos años, un numeroso grupo de plumillas gastronómicos y comunicadores del sector disfrutamos a tope de una festiva calçotada entre amigos en All i Oli, el auténtico y acogedor restaurante catalán situado en Martutene.

El calçot es una variedad de cebolla principalmente cultivada en Lleida, que se asa a la brasa y se come ritualmente con las manos, tras mojarla en salsa romesco casera. Una delicia pringosa y divertida para la que el restaurante proporciona los correspondientes baberos que evitan que la salsa se desperdigue por la pechera del comensal, y que te pringues hasta las cejas.

Los calçots se sirven incluidos en un completo y asequible menú, y es que, como comenta César Barrera, propietario de este establecimiento, junto a su pareja la cocinera Arantxa Mendioroz, "a All i Oli se puede venir de calçotada con 35 euros en el bolsillo. No va a hacer falta ni un céntimo más". El menú, además, no se limita a los calçots ya que también incluye aperitivo de paté de conejo con tostadas, pan tumaca (con pan de payés), una docena de calçots a la brasa con su salsa romesco y un trío de butifarras a cada cual mejor (butifarra negra, butifarra blanca y longaniza), acompañadas de mongetes (alubias blancas) cocidas y salteadas en seco. Y de remate, crema catalana caramelizada y sellada a la parrilla. Además de vinos Raimat Clamor (tinto, rosado o blanco) de DO Costers del Segre, copa de cava Anna de Codorniu y café.

cocina de montaña Además de los calçots, ya fuera del menú, tuvimos también el gustazo de disfrutar una de las grandes especialidades de la casa: los caracoles a la Llauna, que se sirven en la mesa, flambeados al brandy, envueltos en llamas. Un plato realmente espectacular acompañado de una poderosa y genuina salsa alioli casera que da pleno sentido al rótulo de la casa. Los caracoles son también especialmente representativos sobre todo de Lleida, y es que si bien All i Oli es un restaurante catalán, su origen se encuentra en el Vall d'Aran, en pleno Pirineo leridano, y la cocina de este establecimiento donostiarra es una cocina catalana de montaña, de interior, una cocina más rústica que la costera donde predominan las elaboraciones de pescado y marisco.

Y otro platazo que pudimos catar fue el exquisito bacalao con samfaina, una especie de pisto a la catalana con el añadido de, entre otras cositas, berenjena. Y como sucede en la culinaria tradicional, hay tantas versiones de samfainas como oficiantes. Como en el caso de la que elaboró Arantxa Mendioroz, que aportaba su estilo muy de aquí, elegante y sutil, recordando mucho al mítico Club Ranero, uno de los estandartes de la cocina vasca, y sobre todo vizcaina, y que consiste en un pil pil enriquecido por una fritada o pisto.

Terminó el divertido y copioso menú con la tradicional cremita catalana, rematada con el quemado en la parrilla. Una parrilla, por cierto, monumental, que preside el local y en la que se elaboran, aparte de los platos que degustamos ayer, otras especialidades de la casa como todo tipo de verduras, incluidas las alcachofas o los espárragos trigueros, que quedan sensacionales a la brasa o parrilladas de carne, brochetas, costilla, etc.

Es curioso, además, que la temporada del calçot coincide esencialmente con la de la sidra al txotx, por lo que nos encontramos en el momento idóneo para acudir aquí. Encontrarán, además de buenos alimentos, autenticidad, diversión y máximo disfrute, sobre todo si van en cuadrilla.

¡Ah! Y, por cierto, recomendamos ir en tren, ya que se encuentra a menos de 50 metros del apeadero de Renfe. No sólo por más ecológico, sino para poder beber (en todo caso moderadamente) sin que te quiten los puntos del carnet, o peor aún, no tengas que lamentar accidente alguno.