Roma se ha convertido en la sensación cinematográfica del año. Una película mexicana, rodada en blanco y negro y en castellano y que ha pasado por numerosos festivales internacionales. Un filme que encaja perfectamente con el tipo de producciones que a lo largo de su historia han tratado de mostrar los cineclubes, pero que al ser producida por Netflix ha llegado a las casas de los espectadores sin que estos hayan tenido que levantarse del sofá. Bajo este panorama, NOTICIAS DE GIPUZKOA charla con cuatro cinefórums del territorio con el objetivo de conocer qué valor tienen hoy en día estas asociaciones, que advierten: “O llegamos al público joven o desapareceremos”.

Desde 1972, Kresala Zinekluba lleva empeñada en traer a Donostia “las películas a las que las salas comerciales no hacen caso”. En todo este tiempo, la manera de verlas se ha transformado con incontables festivales por todo el mundo y decenas de plataformas de visualización online, pero los espectadores donostiarras han continuado fieles al cineclub -la asistencia media en este mismo año ha superado las 90 personas-. No obstante, en una realidad en la que pueden ver cualquier película desde su casa, ¿qué es lo que les atrae de un cineclub?

“No es solo ver una película en una sala, sino poder dialogar sobre ella”, responde Paul Ormaetxea, uno de los miembros de Kresala desde hace cuatro años. Con la intención de generar un debate no solo sobre el propio filme que proyectan, sino también sobre la temática que aborda, todas las sesiones del cineclub donostiarra cuentan con la presencia de un invitado que presente y hable sobre la película. “Tratamos de generar una experiencia en torno a ella, que no sea ir al cine, ver la película y ya está; que sirva para reflexionar y generar una actividad cultural fuera de lo comercial”, añade.

Con mucha menos trayectoria, Ozzinema, el cineclub de Errenteria que afronta su cuarto curso de vida, trata la misma filosofía. “Nuestro papel hoy en día es el de crear debate y lanzar preguntas. Por eso, programamos en función de quién podría presentar cada película”, cuenta Jonathan Sedeño, que junto a Nagore Portugal, es el encargado de seleccionar las proyecciones, normalmente una por mes.

La saturación informativa ha hecho que el cinéfilo actual haya oído hablar casi de cualquier película, sin importar su origen. De este modo, el cineclub ha dejado de ser una ventana al descubrimiento para muchos espectadores. “El público interesado ya sabe lo que es especial. No es como antes, que podía venir sin saber nada”, apunta Iñigo Royo, miembro del cinefórum de Tolosa.

Han pasado 40 años desde que Royo, Eduardo Alegría, Jose Mari Lopetegui y otros integrantes más formasen la asociación. En todo ese tiempo, han proyectado 1.111 películas en la localidad guipuzcoana, lo que no ha hecho que el espíritu del cineclub varíe: “Nuestro papel cada jueves es el de programar lo que la cartelera comercial no trae. Creo que, a pesar de que las plataformas digitales tienen cada vez más peso, hay una infinidad de películas que la gente no conoce y que no deben quedarse al margen. Afortunadamente, tenemos un público interesado que confía en que lo que vamos a proyectar es algo distinto, que les va a gustar”.

Javier Martín impulsó en 2002 junto a otros compañeros ButaK21, el cineclub de Zumarraga-Urretxu, aunque su actividad en la programación cultural es mucho mayor. “Empecé en 1973, cuando el cine daba sentido a todo. Hoy somos un segundo plato y la gente se influencia por la actualidad y los premios. Ahora todo lo que se proyecta tiene que ser de hace cinco o seis meses o tiene que estar nominado a los Goya, cuando antes podíamos poner una película clásica y la sala se llenaba”, afirma.

A pesar de ello, las sesiones de ButaK21 cuentan con un centenar de espectadores de media dispuestos a ver “y hablar de una película”. “Tenemos una ventaja que una sala de cine comercial no tiene: que creamos una sociedad con los espectadores. Todos nos conocemos y podemos debatir y hablar sobre las películas. Y eso es muy importante”, recalca.

“No hay espectadores por debajo de los 35 años”

Uno de los puntos fuertes de los cineclubes actuales es que cuentan con una masa de espectadores fieles, que no fallan ni a una sesión, independientemente del género que toquen. “Para mucha gente somos el plan del lunes desde hace 30 o 40 años”, afirma Ormaetxea.

Precisamente, con la finalidad de que las asistencias sean habituales, el cinefórum de Tolosa oferta desde hace años unos bonos que sirven tanto para sus sesiones como para las del cine comercial. Gracias a ellos, la iniciativa despegó hace una década cuando “nos estábamos muriendo”. “Pero hemos demostrado que con unos precios económicos la gente responde y va al cine”, explica Royo.

Pero, ¿qué perfil de espectador responde? “Se podría decir que es un perfil de ancianos”, bromea Martín, al tiempo que añade que la edad más joven del asistente puede situarse perfectamente en los 50 años.

“Pero es algo general en el cine. Vas a una sesión comercial un fin de semana y lo que ves es también gente mayor”, apunta el organizador de Kresala, mientras que el del cinefórum de Tolosa asegura que “los jóvenes no tienen costumbre de ir al cine”: “Por debajo de los 35 años los espectadores están desapareciendo”.

Para revertir esta situación, algunos cineclubes y asociaciones han fomentado propuestas diferentes con gran calado entre el público joven. Una buena prueba de ello son Bang Bang Zinema en Donostia y Bizinema Bang Bang en Irun, que proyectan dos películas populares de las últimas décadas en una misma sesión.

“Los cinéfilos de hoy en día han empezado a ver cine en casa y eso es algo que no podemos cambiar. Lo que tenemos que hacer es atraerlos”, apunta Sedeño. “No nos podemos acomodar. Hay que ser conscientes de que sin público joven llegará un día en que desaparezcamos”, cuenta, por su parte, Ormaetxea, quien confiesa haber preguntado a otros agentes culturales de la ciudad qué acciones pueden tomar para llegar hasta a ellos: “Pero es un problema que nos afecta a todos”.

Con este panorama, los cuatro programadores ven un futuro “complicado”, aunque no quieren tirar la toalla. “Echo en falta una mayor relación entre los cineclubes. No tenemos ninguna y creo que juntos podríamos atraer a estudiantes de Comunicación Audiovisual o jóvenes interesados por algún tipo de cine”, opina el miembro de ButaK21.

“Quiero pensar que somos imprescindibles para que se siga viendo cine fuera de casa. Siempre que se ofrezca una propuesta atractiva e interesante, la gente se va a acercar. Somos una actividad cultural más de los municipios”, indican desde Ozzinema.

Royo, por último, echa la vista a hace diez años, “cuando no le veía ni un futuro al cine comercial”, para confiar en que tanto esa opción como los cineclubes se mantengan con el paso de los años: “Las grandes películas, como Roma, pueden estar en Netflix. Pero cualquier espectador al verla es consciente de que en una sala de cine la experiencia sería otra. Nosotros invitamos a que se comente entre los amigos, en el bar, en la propia sala... y eso no te lo va a dar una plataforma”.