Ya desde el barroco, el tema de la luz y la oscuridad comenzó a ser una de las preocupaciones fundamentales del arte.
La luz de la Ilustración posterior estalló en las artes visuales, que cuajaron en la fotografía, el cine y la televisión, que han dado paso a procesos más democráticos y banales como la fotocopia, la foto iluminada, la publicidad y muchas otras variantes.
Pues bien, la obra multidisciplinar de Paloma Navares (Burgos, 1947) se inscribe en este proceso en el que las nuevas tecnologías utilizadas de manera interseccionada articulan la luz y la oscuridad, la fotografía, el vídeo, la videoinstalación, la escultura, el objeto y el collage al servicio de un imaginario femenino/masculino que está presente de una manera constante en gran parte de su producción artística.
La sala Kubo Kutxa donostiarra presenta ahora una compacta y coherente muestra retrospectiva de los últimos 40 años de una artista que sorprende e impacta con un conjunto de obras, y un gabinete de trabajo que explica su proceso creativo.
La exposición no está montada por la comisaria Rocío de la Villa de manera diacrónica, sino temática en diversos apartados (De uso cotidiano, Gabinete Paloma Navares, Cyber, nacimiento y maternidad, Del amor a las mujeres, In memoriam, Resiliencia, Amnesia, sueño y locura), y en ellos se ofrecen obras en las que la luz y la oscuridad cobran un papel sustancial frente a imágenes mix y de alta y baja resolución, de carácter conceptual, transversal, humanista y crítico.
Difícil sintetizar todas las obras expuestas en la sala, pero quisiéramos reseñar algunas de ellas, por su profundo significado y su alto valor artístico. Entre las esculturas De Eva y Adán a Cranach, Almacén de silencios, Tres gracias en color y Luz del pasado. Casi todos sus cuelgues-esculturas son rotundos y excelentes: Lágrimas de verano en color, El jardín de los cerezos, Flores en Rwanda y Anhelos de libertad. Sus fotografías de flores son espléndidas, con escrituras e imágenes incorporadas.