Juan Velázquez era un joven relaciones públicas, aplicado en inglés y con carné de conducir que tuvo el honor de recibir a una de las grandes divas del cine de Hollywood: Bette Davis, que venía a Biarritz proveniente de París. Un grupo de dantzaris amenizaron la salida de los pasajeros con un rutinario aurresku que embelesó a su última turista. La mítica actriz salió despacio debido a su delicado estado de salud y aceptó de buen grado que la recibieran a ritmo de txistu y tamboril.

Su asistente de entonces, Kathryn Sermak, recordó ese hecho a Juan Velázquez cuando se vieron recientemente. La cuestión es que el baile no iba dirigido a la intérprete. Formaba parte de una costumbre de bienvenida a todos los turistas que llegaban al aeropuerto de Biarritz. La anécdota define el grado de bonhomía que esperaban de su estancia en el recordado festival de 1989 cuyo espíritu recoge el documental El último adiós a Bette Davis, dirigido por Pedro González y producido por el canal TCM. El periodista Jaume Figueras lo define perfectamente: “Nadie recuerda quién ganó la Concha de Oro. Todos recuerdan que fue el año de Bette Davis. Fue la reina del festival”.

El documental recoge las declaraciones de los testigos de aquella cita inolvidable. Juan Velázquez se reconoce poco mitómano, pero era consciente de la expectación que provocó aquella visita especular de “una vieja gloria” del cine clásico de Hollywood. Conducía un Mercedes automático con teléfono incorporado. “No me pareció una persona amable y parecía que venía con ciertas reservas”, relata Velázquez. Tuvo que circular a 80 kilómetros por hora aunque no estuviera estipulado en el contrato. Fueron cinco las condiciones que puso la actriz para venir: evitar vuelos directos (hizo cuatro paradas); marcharse cuando ella quisiera; disponer de una televisión en su habitación; contar con 100 dólares diarios en su cartera y disponer de coche y chofer las 24 horas del día.

Una de las personas que visitó la habitación de Miss Davis fue Jaime Azpilicueta, el director escénico fascinado por la presencia del personaje. Tiene la sensación de que fue ayer. Recuerda con cariño y emoción el Premio Donostia a “una actriz que se lo merecía”. Había visto todas sus películas y su cometido como director de la gala era ultimar algunos detalles con su equipo. En un principio el encuentro iba a durar 20 minutos. Pero la Davis, tras verle en la televisión de su habitación y al conocer que había dirigido en Nueva York, el encuentro se alargó una hora. “Fue extraordinaria. Hizo todo lo que yo le sugerí”, recuerda Azpilicueta, que alaba la disciplina de la actriz. “Fue mucho más disciplinada que otra actriz española que no quiso ensayar y pasó lo que pasó. Se le cayó el premio al suelo. La grandeza se muestra en muchos detalles”, puntualiza.

carácter difícil Bette Davis estuvo soberbia aunque dejó rastros de su irascibilidad. Era consciente de que no le quedaba mucho para exhalar el último suspiro, y fue generosa hasta el último momento. Pilar Olascoaga, secretaria general del Festival, fue la gran artífice de su visita. “Si ella hubiera pedido la luna, se la habríamos dado”. No hizo falta. Al final fue ella la que se entregó al festival: una rueda de prensa generosa; una actitud profesional con los fotógrafos... Otra cosa fue el grado de impertinencia con los más jóvenes. La maquilladora Karmele Soler, reputada profesional del cine y la televisión, tuvo que salir por donde entró. La desafiante actriz no toleró que fuera tan joven, virtud que relacionaba con inexperiencia. Al final tuvo que venir un maquillador de confianza de París.

La entrevistadora de ETB, irrespetuosamente joven, tuvo que maquillarse para parecer mayor y estar mejor posicionada de cara a la entrevista. Bette Davis contó que soñaba con volver al cine e interpretar un papel acorde a su edad. “Solo rezo para encontrarlo”, decía. No hubo fortuna. Su retirada fue discreta. Ya enferma y consciente de su adiós, quiso morir en el Hospital Americano de París. Murió a los 81 años. Todos los medios del mundo citaron su paso por Donostia.

Vino a ejercer de diva y de estrella de un Hollywood evaporado. “Se le iluminó el rostro como una niña pequeña”, concluye su asistente, que aún mantiene la agenda de aquel viaje histórico... e irrepetible.