Regreso triunfal al Instituto Rydell
cuarenta años después, el musical 'grease', que recala el viernes en el kursaal, no pierde su poder de atracción
INMUNE al paso del tiempo, al desgaste de las reposiciones de televisión y a las modas que se extinguen en minutos, el musical Grease recala esta semana en Donostia, 40 años después de su estreno en Broadway, con las localidades de sus cinco representaciones prácticamente agotadas.
El Auditorio Kursaal acoge viernes, sábado y domingo la versión española de la historia que el periodista Jim Jacobs y el disc-jockey Warren Casey escribieron en 1971 inspirados en la vida de los jóvenes estadounidenses de finales de los 50. La magia de Grease se activó desde las primeras funciones en Chicago, cuando la obra era defendida por actores aficionados en una sala sin butacas en la que los espectadores se sentaban en el suelo sobre unos periódicos. Dos productores de Broadway, Ken Waissmann y Maxine Fox, olfatearon su potencial y compraron los derechos del musical que se convertiría en el más exitoso de su época y, ocho años después, en una película, protagonizada por John Travolta y Olivia Newton-John, que recaudó más de 200 millones de dólares.
¿Cuál es la clave de su éxito perdurable? Coco Comín, directora artística y coreógrafa del montaje que visita Donostia, apunta a "la trama simple, ingenua y optimista, apoyada en un irresistible rock&roll que lo hace eterno, una historia de amor conocida con un final muy esperado". "Para los cincuentones significa nostalgia y para las nuevas generaciones, el descubrimiento. Es una fórmula cerrada que funciona", sintetiza.
La banda sonora popularizada por la película integra una colección de hits pegadizos desde el tema de presentación, Grease, compuesto por Barry Gibbs (Bee Gees) e interpretada por Frankie Valli, hasta las canciones de despedida You're the one that I want y We go together, pasando por las tatareadas Summer nights, Grease lightning, y las baladas Sandy y Hopelessly devoted to you, que fue nominada al Oscar.
En el Kursaal se reproducirán las escenas reconocibles de la llegada de las pink ladies -ese disfraz tan recurrente- en el Instituto Rydell, el baile de fin de curso o la carrera de coches -al parecer una parodia de la competición de cuádrigas de Ben-Hur-, para narrar la tensión entre el líder que no quiere mostrar debilidad ante sus amigos y la chica buena que se debate entre sus sentimientos y los valores morales de la época.
La versión dirigida por Comín cuenta con una nutrida representación de la factoría de Operación Triunfo, empezando por la propia coreógrafa, que fue jurado, el director musical, Manu Guix, que fue profesor, y la protagonista, Edurne, que concursó en la cuarta edición. Más allá de lo que se ve sobre el escenario, existe un ingente trabajo invisible que evidencian las cifras. Cada chico de la banda gasta en ocho representaciones semanales 40 botes de gomina y 30 de laca en un tupé, porque "una cosa es armar y otra que se soporte", apostilla Comín. En cada tupé se invierten 30 minutos "para conseguir la perfección". La compañía bebe 450 litros de agua a la semana y gasta 250 pilas para asegurarse que ningún micrófono falle durante las 130 minutos (más veinte de descanso) que dura el espectáculo que no caduca.