FOTO DE arnaitz rubio
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RECORRIENDO
la Parte Vieja
Donostiarra
El día en cuestión quedamos citados muy temprano Anxo y el que suscribe en la puerta de la iglesia de San Vicente con Maite. Por supuesto, por enésima vez, nos contó nada más llegar que aquí en San Vicente se había casado (a hora más temprana aún pero sin decir ni mú del año) y que salieron cingando en tren para Zaragoza (el día del Pilar) para su viaje de novios, que duró tan sólo una semana.
Sin más dilaciones nos dirigimos a la cercana calle Fermín Calbetón, la más larga y animada de la Parte Vieja, y que, según me chiva Maite al oído, recibió hace muchos años el nombre de Puyuelo. Allí vamos a desayunar en Quebec Café, una minúscula crepería que encierra muchos secretos e historias. Nos recibe su joven propietario, Pascal Blanchet, que con toda amabilidad responde a las incesantes preguntas de Maite. Gracias a ello sabemos en pocos minutos que, aunque de pasaporte canadiense, él es un quebecois ejerciente nacido en Montreal. La bandera de la flor de Lis se exhibe en el local junto a otro de sus orgullos y pasiones: la camiseta de su equipo de hockey de toda la vida, Les Canadiens, blanquiazul como la de la Real y la del Dépor, apostilla el gallego infiltrado de Anxo. Pascal remarca además que es un equipo que fue centenario el año pasado, como nuestra Real, y que él mismo juega en el equipo de veteranos de hockey hielo del Txuri Urdin.
ERASMUS Pascal vino a Donostia hace ocho años en un programa de intercambio de Erasmus. La ciudad le enamoró y más tarde una chica de aquí, Beatriz, ocupó también su corazón y decidió quedarse. Trabajó en varios establecimientos y en junio de este año abrió esta crepería de inequívoco nombre. Un lugar en el que se rinde culto al sirope de Arce, un jarabe o néctar natural y uno de los orgullos alimenticios y sentimentales de su querido Quebec. Dejamos para la merienda esta joyita (desayuno muy habitual de los quebecois) para probar otras delicias de la casa que acompañan a unos cafés o tés selectos como son las french coast (tostadas francesas o pan doré). Un pan de molde empapado en una mezcla de huevo y leche, no fritas sino pasadas por la plancha.
Otra de sus especialidades son los variados batidos de frutas naturales (elegimos el de plátano con fresas y helado de vainilla). Anxo, que zampa más que un cura de su tierra, no puede resistirse ante los crêpes salados que ofrece Pascal y se mete entre pecho y espalda dos, a cada cual más sabroso: el de cuatro quesos y el de atún, tomate, espárragos y mayonesa (curiosa ensalada dentro de un crêpe caliente). Prometemos volver por la tarde a probar ese mítico sirope, pero en la puerta misma del Quebec Café nos anticipa algo con palabras tan apasionadas como didácticas al contarnos que el sirope de arce es un producto natural cuya recogida está marcada por un ritual primitivo.
El árbol (un arce autóctono) es sangrado y esa savia que se introduce en barriles se pone a hervir unas ocho horas, en lugares denominados candorosamente casas de azúcar. El líquido se va evaporando y sólo queda el néctar. Se emociona Pascal recordando las fiestas y banquetes que se montan con la primera producción del año, y con el rito que consiste en arrojar sirope caliente sobre la nieve y comerlo con una varilla, antes de que se enfríe del todo.
Nos hemos enrollado como las persianas y se nos acerca la hora del almuerzo. Lo vamos a hacer en la misma calle, en un establecimiento mítico de la Parte Vieja, el Urola, donde su chef, Patxi Aizpuru, nos deparará alguna sorpresa en este clásico y popular bar que no pasa de moda.
Patxi recaló en 1986 en este asador como trabajador y pasó a ser propietario en 1997. En el Urola siguen incólumes esa exposición de mariscos vivos, de pescados frescos y de chuletones de órdago, pero no vamos a hablar de esto porque la propuesta novedosa que nos adelanta es la de comer en la barra (o en unas mesitas cercanas) recuperando la esencia del antiguo bar.
El Urola amplió su espacio y ahora podemos disfrutar de una atractiva carta de pintxos y raciones, así como de cualesquiera de los platos de la carta del restaurante en un ambiente desenfadado "mucho más informal y no por ello peor", insiste Maite, sobre todo después de disfrutar del picoteo. La cocina sin fisuras de la casa en pequeñas dosis. El carrusel de tentempiés comienza con el asombro, sobre todo, de Maite (que es más de entrada, plato principal y postre) pero aquí va a disfrutar de lo lindo con cositas como las pochas con morcilla, el chupito de caldo de pescado, el lomito de bacalao club Ranero, la kokotxa sobre salsa vizcaína, el piquillo relleno de txangurro, las hogareñas croquetas variadas (de jamón, marisco o chipirón), la carne cocida con tomate, el foie gras caliente con agridulce de naranja, y el taco de chuleta de viejo con reducción de vino tinto. Así como raciones de categoría como los huevos de caserío rotos con panceta ibérica y un excelso jamón con la firma indeleble de Joselito. Regado todo con caldos variopintos a precios más que ajustados. Asegura Patxi que está causando furor el menú de pintxos que, por 7,50 euros, ofrece tres gollerías de las citadas y una copa de vino del año.
Quedamos para merendar con la chavalería (sobrinos, nietas e incluso un biznieto de Maite) de nuevo en el Quebec Café para disfrutar de sus crêpes y del sirope de Arce, pero cuando nos damos cuenta es hora ya de cubrir la última etapa de nuestro Egun pasa. ¡Qué mejor que ir a una pizzería como reclaman los peques con entusiasmo! Volvemos al inicio de nuestra jornada frente a la iglesia de San Vicente. Allí, en la Torre de Pizza, la amable Mónica Lamela va a soportar el asedio de la tropa infantil que va a convertir esta casa en una Torre de Babel. Los carteles de sus ofertas se leen a viva voz y comienzan todos a la vez a pedir: Maite, como maître improvisada, apunta en un cuaderno como puede, primero las ensaladas: dos tropicales, otras dos de pasta y tres más de queso con nueces. Más alboroto, si cabe, a la hora de elegir las pizzas. Y se desgrana un rosario con todo un compendio variopinto de esta popular preparación italiana de origen napolitano. Maite elige la clásica margherita, Anxo se decanta por algo más singular, la de cuatro quesos y cebolla morada, y el menda se zampa una napolitana, mucho más barroca con salami, pimientos, anchoas, jamón y queso. De postre qué mejor que una golosina que gusta a todos. Un volcán de chocolate, que no es el Vesubio precisamente, pero que inunda las mesas y alguna que otra camiseta o vestido con su chorreante líquido.
Ya se hace tarde y decidimos que "cada mochuelo vaya a su olivo", despidiéndonos hasta la próxima, que será en Zarautz.
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egun pasa...
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