Cuenta la mitología que Neptuno, el dios de los mares, su rey, cabalgaba sobre las olas en caballos blancos. En la Tirreno-Adriático, la carrera de los Dos Mares, no existe otro ser superior que Jonas Vingegaard, uno de los dioses del ciclismo. El danés gobernó los Dos Mares con la omnipotencia de un Neptuno. Un tridente dorado, como el color de sus piernas, condecoró el festejo final de Vingegaard, campeón de la carrera italiana.

“Es un bonito trofeo, uno de los más icónicos en el ciclismo. Estoy muy contento de tenerlo en casa ahora. No sé donde lo pondré, pero le encontraré un sitio. Es una de las victorias más grandes de mi carrera, seguro. Estoy muy feliz por ganar la general aquí. Voy a disfrutarlo”, subrayó el danés, que está completando una museística vitrina.

Galopó sobre las aguas después de levitar sobre las montañas. Nada se le resiste al danés, primavera floreciente en el crudo invierno. Brotó formidable en O Gran Camiño, que conquistó por aplastamiento, y copió el método para condecorar su pechera de general con la Tirreno-Adriático.

Espumoso, burbujeante, con la fuerza de mil olas, no hubo dique capaz de contener al tsunami danés. Incontenible. La marea siempre alta. Desató la tempestad Vingegaard en la cumbres y ahogó a todos sus rivales. Agitador de las tierras, Vingegaard abrió una falla entre él y el resto.

Ayuso y Hindley en el podio

Juan Ayuso, irreverente, y Jai Hindley, valiente, le acompañaron en la orla final en San Benedetto del Tronto (en el esprint se impuso Jonathan Milan), en la que prevaleció una foto que cambia de escenario, pero no de campeón.

El danés, coronado dos veces en el Tour, empaquetó otro logro después de celebrar el triunfo de dos etapas. Competitivo al extremo, se exhibió Vingegaard, un campeón de cuerpo entero. No se le aprecian poros abiertos al colosal danés, una roca.

Jonathan Milan, ganador al esprint de la última etapa. Efe

Sólo en la crono de Lido Camaiore, en la que Ayuso mostró lo mejor de su repertorio, registró una mueca en Vingegaard. Relajó el gesto cuando las montañas elevaron el perfil. Su territorio. Amo y señor.

Dueño de las cumbres, rey de las cimas. En las alturas, donde reside, fue un Atila. No creció la hierba por donde pisó. Enérgico, ambicioso, repleto de arrojo, certificó su superioridad.

Superioridad incontestable

Su amanecer en el curso es una borrachera de éxitos que se solapan. Una cascada que ruge con furia y desemboca en la mar. Encontró la serenidad en el azul, su color. En realidad, el danés, inspirado en los campeones a dos tintas, los que entendían el ciclismo en blanco y negro, es de todos los colores. Hombre Tour y probablemente el mejor en las carreras de una semana junto a Pogacar.

La makila de los Dos Mares honró a Vingegaard. Rey del océano ciclista. La vitrina del danés está adquiriendo aspecto de museo con grandes obras de arte. Vingeggard, un competidor sin parangón, se exhibió en la carrera italiana con el deje de los elegidos, ajeno al resto de competidores. No tiene rival. Él decide el qué, el cómo, el cuándo y el dónde.

Costumbrista, capaz de manejar la alquimia para convertir lo extraordinario en ordinario. Como su ceremonia de la victoria. Una coreografía que no altera: vencer en solitario y besarse el anillo para dedicarle el laurel a su mujer e hija. En Italia ofreció otro monólogo exquisito. Nadie se le aproximó.

Inaccesible en los días montañosos, en los que remató con dos actuaciones soberbias, inalcanzables para el resto. Ayuso trató de resistirse pero Vingegaard le obligó a claudicar.

Hindley también buscó desestabilizar al danés. Un esfuerzo vano, una idea que pereció en el mismo instante en que merodeó en su cerebro. El danés pertenece a la mitología. De los Dos Mares, como Neptuno, emergió Vingegaard, rey de la Tirreno-Adriático.