Van Aert, demasiadas veces desprendido y derrochón en las clásicas, elegiría a Oier Lazkano para compartir una escapada. “Uno quiere compañeros de fuga que tiren sin pensarlo demasiado, y Lazkano es un ejemplo de esto”, confesó el belga en una reciente entrevista.
Se cumplió el deseo de Van Aert. Oier Lazkano le acompañaba en la fuga. Wellens era el otro clasicómano que compartía plano en la Kuurne-Brurselas-Kuurne, clásica de 196,4 kilómetros. Tres hombres y un destino.
En el baile a tres después de compartir una vida, Van Aert impuso su aceleración después de que Lazkano, que se dejó caer para tomar carrerilla, se descubriera con un ataque en la recta final. Le secó el belga. Enemigo íntimo.
El gasteiztarra, genial, combativo, hizo un segundo esfuerzo inundado para entonces el organismo con ácido láctico. El que le vació del todo. Agachó la cabeza Lazkano tras una actuación antológica. Lazkano es una bendición que muerde el futuro con saña.
Gloria y honor para el alavés, que se agiganta con descaro. Lo sabe Van Aert. Reconoce a sus semejantes. Uno de los nuestros. El belga, con más reprís, sentenció a Lazkano y a Wellens, más lento que la estrella que luce el casco de Red Bull.
A Van Aert le sirvieron las alas. Lazkano, tercero, también ganó. Estar allí era un triunfo. Ha nacido una estrella. Su victoria en una gran clásica la tiene a un dedo. Segundo en A Través de Flandes y tercero en la Kuurne-Bruselas-Kuurne, Lazkano irrumpe en territorio belga.
Descarado Lazkano
Cumplido el anhelo, el de compartir fuga, lo que no esperaba Van Aert era que Lazkano, que ha crecido varios palmos, –fortalecida la confianza después de lisérgicas exhibiciones, es que el gasteiztarra, un gigante dispuesto a hacer historia– le atara en corto cuando trató zafarse de él cuando aún a la clásica le restara tanto metraje. Van Aert reconoció en Lazkano a un fiero adversario.
Cuenta Xabier Muriel, director del Movistar, que también cuidó de Lazkano cuando este corría en el Caja Rural, que Lazkano no sólo es un Hércules, una bestia de tiro.
“Oier es inteligente y le gusta analizar mucho las cosas. Siempre estudia las carreras y sabe dónde puede hacer daño o no. No solo se trata de fuerza bruta. Sólo con la fuerza no se puede ganar en el WorldTour”, sentenciaba en declaraciones a este periódico.
Lazkano es un ciclista formidable, de rompe y rasga. Contundente. Colosal. Una mala bestia, una fuerza de la naturaleza. Una fiera. Por eso pudo discutir hasta los estertores la victoria a Van Aert y Wellens en la clásica belga. Eso establece el nivel de Lazkano. Un ciclista superlativo. También una anomalía.
"Es muy especial y muy bonito estar ahí, ha sido muy duro. Siempre he querido correr estas clásicas y hacer un buen trabajo. Han tirado muy fuerte. No tenía piernas. Paras, atacas y acabas jugando tus cartas hasta el final"
Es un ciclista contracultural en Euskal Herria. Su arquetipo, alto, fuerte y pesado, le emparenta con los clasicómanos formidables. Lo es el gasteiztarra, que ha derribado el frontispicio de los los mitos, del ciclista vasco. No es novedad Lazkano. Ha adquirido estatus.
Gran crecimiento
Lazkano es una bestia de tiro de incuestionable ambición. Eso le alimenta. Es valiente y decidido. No se arruga. Domina el escenario. Respetado. Corre a dentelladas el gasteiztarra, empujado por un motor resistente, capaz de devorar kilómetros.
Es su manual de estilo, personal e intransferible. Así irrumpió en el profesionalismo. Firmó un monólogo la Vuelta a Portugal de 2020, cuando vestía los colores del Caja Rural. El apunte. El comienzo.
Dos cursos atrás, con el Movistar rascando puntos donde fuera, el alavés ganó una etapa en el Tour de Valonia. Otra pincelada. En A través de Flandes emergió como un huracán para tejer una obra maestra. Sólo Laporte pudo con él entonces.
Aquel día Lazkano se anunció al mundo a gritos. En Boucles de La Mayenne ofreció otro capítulo de su excelencia. Logró una victoria en fuga tras fumigar a todos y mantuvo después el liderato.
Celebró el estatal y se subrayó en la Vuelta a Burgos con una victoria frente a rivales de alta alcurnia. En Jaén, en una exhibición descomunal, amplió su latifundio. No hay fronteras para Lazkano.
Lanzó su mirada encendida a Bélgica, a la entrañas de las clásicas, donde se siente en casa. El gasteiztarra encaja mejor en el arquetipo de rodador centroeuropeo. Frente a Van Aert y Wellens, dos belgas de altos vuelos, Lazkano se subió al firmamento desde el podio. Ha nacido una brillante estrella.