No se me ocurre un título mejor que el del nombre de la montaña donde acabó la etapa del Giro, para homenajearla, si es que se puede homenajear a una montaña, para que se quede cincelada en la memoria de las cosas bellas. Es un paisaje donde la naturaleza se muestra grandiosa, mediante los grandes picos rocosos, algunos como agujas, otros como prismas o cilindros, de enormes magnitudes, una escala y una fuerza que nos minimiza, que nos atemoriza. Un miedo que, a buen seguro, también sienten los ciclistas, pues si su escalada se ofrece como algo extremo y peligroso, las carreteras de los puertos que se acercan a esos circos de cumbres dolomíticas, tienen unas pendientes que asustan. La etapa de ayer, atravesando muchos de los puertos de la zona, pasando de un valle a otro, tuvo muchos aspectos de interés. Fue una etapa a la antigua. Sin grandes ataques, sin que aparentemente pase nada, hasta que al final ocurre, porque las fuerzas van muy desgastadas por la sucesión de subidas. Generan un espectáculo muy distinto de las llamadas etapas unipuerto, con una ascensión final que produce un desenlace más explosivo. Para que en las etapas de acumulación de puertos veamos espectáculo debe producirse el trabajo colectivo de un equipo, como ayer hicieron los británicos del Ineos. Y ésta es otra de las cosas que muestran estas etapas, el valor colectivo en un deporte como el ciclismo. El valor del compañerismo, del sacrificio, al servicio del colega mejor situado. Fue impresionante cómo tiraban los equipiers de Thomas, especialmente De Plus y Arensman, desgranando con su ritmo implacable al grupo hasta dejarlo en una decena en la subida a Tres Cimas.

Los cuatro kilómetros finales de este puerto son mortíferos. Su pendiente se podía palpar en la televisión al comprobar lo despacio que subían los dos escapados, el colombiano Buitrago, ganador en meta, y el canadiense Gee. Durante varios kilómetros iban separados por cien metros, y ninguno era capaz de arañar un palmo al otro, con una velocidad tan lenta que mostraba cómo los sujetaba la gravedad. Entre los tres favoritos, volvió a flojear Almeida, que es quien más difícil lo tiene para atacar la maglia rosa. Thomas se mostró más fuerte que Roglic, pero éste le raspó tres segundos en el sprint después de no haber podido seguir la rueda del británico en su ataque. Pero sabemos lo letal que es que Roglic en los últimos cien metros si son en subida. Otra cosa que pudimos ver fue el cambio de bicicleta de Roglic para la subida final, cogiendo una de un solo plato, y un grupo de piñones con una corona de no sé cuántos dientes, pero muy grande. Ésta es una opción que ha aparecido con los grupos de doce coronas, que ofrecen unas posibilidades de combinación que pueden hacer prescindible el doble plato. En las bicicletas de montaña comienza a verse, no en las de carretera. Dicen que lleva menos cruzada la cadena, y, seguro que quita peso al eliminar un plato y el desviador. Aunque el peso está limitado por la UCI, y no se puede bajar de 6,8 kilogramos.

Si los organizadores pretendían una carrera abierta hasta la última etapa, manteniendo la emoción, lo han conseguido. Se decidirá hoy en la cronoescalada al monte Lussari. Dicen que este puerto tiene unas pendientes de miedo, con muchos tramos al 15%. Sin embargo yo pienso que en una contrarreloj, donde no hay un desgaste previo, un puerto con pendientes muy acusadas no significa que se hagan más diferencias. Al contrario, pues las velocidades que se alcanzan en esas pendientes son muy bajas, y no muy distintas entre unos y otros. A veces se hacen más huecos en subidas con menos porcentaje donde se acusa más la diferencia de fuerzas, quién mueve desarrollo y quién no. De los 18,6 kilómetros de la crono, los once primeros son llanos. No sé si la maglia rosa da alas, como el amarillo, pero va a resultar difícil destronar a Thomas; es un gran contrarrelojista y ha demostrado que está fuerte, porque ha contrarrestado todos los ataques sin mayor problema, lo que le dará mucha moral. Yo me alegraré, es un guerrillero, como lo califiqué cuando ganó el Tour, que ha sabido aprovechar tácticamente sus oportunidades. No tiene el perfil distante y soberbio de una figura, se parece a cualquier ciclista del pelotón, incluso a nosotros. 

1968 no fue sólo el del mayo parisino, ni el de la primavera de Praga, 1968 fue también, para muchos, el año del nacimiento del merckxismo, entre los que me incluyo. Acabo de abrir mi mesilla donde guardo como si fuera el libro rojo una biografía de Eddy Merkcx escrita por el gran periodista Simón Rufo. Y según él fue precisamente en junio de 1968 en las Tres Cimas de Lavaredo donde explotó esa ideología ciclista, la proeza que le abrió las puertas del Olimpo ciclista. Conviene recordar el ataque portentoso, la exhibición del belga, para comprenderlo. A 25 kilómetros de la meta marchaba en cabeza una escapada de doce hombres que llevaba una ventaja de más de nueve minutos sobre Merckx. En la subida los atrapó a todos, y distanció a sus rivales, Gimondi, Dancelli, Julio Jiménez, en más de seis minutos.