La lluvia está siendo la protagonista de este Giro. Salvo la tregua de la primera etapa, de la de Nápoles, y el final de ayer, no ha dejado de caer. Una lluvia que ha asolado aún con más virulencia a la región de la Emilia Romagna, donde por suerte no ha coincidido la carrera, dejando inundaciones y 14 personas fallecidas. Ya lo dije en otro artículo, que la lluvia y el frío iban a condicionar la prueba, deparando sorpresas. Y para colmo, la irrupción revivificada del fantasma del covid, del que nos habíamos olvidado. En cuanto se ha bajado la guardia y se han roto las burbujas de aislamiento para los corredores y técnicos, que eran obligadas la temporada pasada, el virus se ha extendido. 

Tres de los favoritos, Rigoberto Urán, Alexander Vlasov, y el principal, Remco Evenepoel, junto a gran parte de su equipo, han abandonado por el bicho. También el gran contrarrelojista Filippo Ganna, que no pudo disputar la segunda crono. Los organismos, afectados por días y días de pedalear sin descanso bajo la lluvia y el frío, se muestran más vulnerables a enfermar, a los virus, también al del covid. A eso se suman las caídas, numerosas sobre las carreteras mojadas, como la padecida por el antiguo ganador del Giro, el británico Tao Geoghegan, con rotura de cadera. Otros siguen en liza, pero con sus organismos machacados por el frío y las caídas, con lo que el Giro se ha convertido en una extraña prueba de supervivencia, que ha perdido gran parte de la emoción competitiva pura.

Asistimos a una guerra de trincheras entre los principales aspirantes que quedan, Roglic y Thomas, con sus equipos actuando como ejércitos debilitados por las adversidades y mermados por las heridas. Incapaces de salir a la exposición, al combate abierto. Disputan la carrera con miedo. Pasó en la subida al Gran Sasso y ayer en Crans Montana, a pesar de que la etapa, por la nieve, había suprimido el paso por el Gran San Bernardo, quedándose en 74 kilómetros y con un puerto de entidad, la Croix de Coeur. Sólo los guerrilleros que buscaban el triunfo de etapa dieron la batalla, que fue preciosa. Pinot se prodigó en reiterados ataques a sus compañeros de fuga subiendo a Crans Montana, pero siempre se le pegaba el ecuatoriano Cepeda, sacándole de quicio. De ese marcaje se benefició el colombiano Einer Rubio, ganándoles al sprint. 

Cuando anunciaron el positivo por covid de Remco, la noche en la que ganó la contrarreloj, y al borde de la jornada de descanso, pensé: “¿Por qué no esperan para ver si se recupera, ya que al día siguiente no compiten?” Decepcionado por el espectáculo que se me hurtaba, reaccionaba de manera egoísta. El director de Remco, Patrick Lefevere, y su médico, me volvían a la razón. Patrick argumentó que lo primero era la salud del corredor, que no se sabe qué consecuencias tiene para el organismo competir al límite con el covid en el cuerpo. Además, había vivido la temporada pasada el caso de su corredor Tim Declercq, al que el covid produjo una infección del pericardio del corazón. El médico dijo que no serviría como médico si no tomaba esa decisión. Ambas razones, que situaban a la persona en el centro, me recordaron una anécdota opuesta que viví como juvenil.

Era un fin de semana con dos carreras en Gipuzkoa, el sábado en Urrestilla y el domingo en Oñati. En Urrestilla llovía mucho y el piso estaba muy resbaladizo. El descenso del puerto de Mandubia era un rosario de caídas, un espectáculo dantesco. Yo me sentía eufórico, porque adelantaba a unos y otros sin desplomarme. Hasta que a mitad de puerto, unos metros delante mí se cayó otro corredor, toqué con demasiada intensidad el freno trasero, la rueda trasera hizo la tijera sobre la dirección de la bici, que bailó a un lado, y también caí. Me llevaron a un centro de salud porque tenía dolorido todo el cuerpo, me curaron y me pusieron la antitetánica. En el viaje de regreso, el entrenador me dijo que me invitaba a cenar en un restaurante. Me pareció un gesto de solidaridad, de afecto. Daba por descontando que al día siguiente no iba a correr. Al terminar el chuletón que constituyó mi cena, el entrenador me dijo: “Bueno, mañana, a las ocho de la mañana, pasará el coche del equipo a recogerte”. Me quedé atónito. Fue lo contrario a lo sucedido con Remco.

En la leyenda del ciclismo se puede entrar por las hazañas, por las victorias. Como entró el gran escalador Charly Gaul en 1956 en el Bondone, que subirán el día 23. Como Ocaña en el 73, con su cabalgada hacia la gloria en Orcieres-Merlette. O Merckx, con tantas gestas. O Coppi, con la memorable escapada por los Alpes, en el Giro de 1949, entre Cuneo y Pinerolo. Pero también se entra con las derrotas honorables, en las que el público percibe la lucha, el pundonor, y se identifica más, porque se parecen a sus padeceres. Así entró Poulidor, que era más popular que su adversario Anquetil, a pesar de que nunca ganó un Tour y era derrotado sistemáticamente por el normando. Y así entrará Remco a pesar de su abandono, por ser el primer ciclista ganador de una etapa contrarreloj estando enfermo de covid.