Cuando la carrera se dirigía hacia la costa del mar Tirreno, y uno esperaba encontrarse con esa Italia soleada, la de las playas y los cuerpos al sol, la de los helados multicolores, ha aparecido el diluvio. Los dos últimos días han sido de esos que aborrecen los ciclistas, incluso los más entusiastas y apasionados del oficio. Con una lluvia intensa y permanente durante las dos etapas, de la que es imposible protegerse, porque todo chubasquero, al cabo de varias horas de ser sometido al agua pertinaz, acaba dejando de ser impermeable. Y el agua que llega a la piel, con una temperatura que no era cálida, se cuela hasta los huesos. Si la lluvia sigue, va a condicionar la prueba, porque los músculos terminan absorbiendo tanta humedad, y no funcionan con la misma eficacia entrenada, al menos no en todos los corredores, y se abre la puerta a lo inesperado, a las sorpresas. El sexto Tour de Francia de Indurain, el que perdió frente al danés Barne Rijs, fue un Tour muy lluvioso en la primera parte, lo que mermó las facultades del navarro, aunque él, con su elegancia, nunca haya puesto esa excusa. Digo sorpresa por tanta lluvia en el sur de Italia, pero debo añadir que es una sorpresa repetida, porque siempre me ha parecido, cada vez que he ido, que en Italia llueve mucho, mucho más que en las postales.

Al efecto del agua sobre la salud y musculatura de los corredores, se añade el peligro de las caídas. Camino de Salerno y también la víspera, no había más que ver el color gris plateado de la carretera para echarse temblar. Era una pista de patinaje. Un asfalto antiguo, gris claro, muy poco absorbente, que los ciclistas conocemos bien, y además muy sucio, con tierrilla. Cuando una carrera entra en estos parámetros de riesgo, mucha lluvia y malas carreteras, se desluce la competición deportiva, pues los ciclistas están más pendientes de no caerse que de realizar otras hazañas. Los dos principales favoritos, Roglic y Evenepoel, se cayeron ayer. El joven belga por dos veces, la segunda al tocar su rueda con la de otro corredor, lo que se denomina un “afilador”, dentro de los tres últimos kilómetros de protección, lo que le permitió no perder tiempo en la general. La primera por la entrada de un perro en la carretera, que le tumbó. Espero que persigan y sancionen con una importante multa a su dueño, pues puso en riesgo no sólo carrera, sino la vida de los corredores. No creo que fuera un perro fugado. Y que un dueño esté viendo el paso de la prueba con un perro suelto tiene delito, sabiendo, además, la atracción que sienten los perros por las ruedas de bicicleta en movimiento. Todos los que andamos en bici hemos padecido estos saltos de perros sueltos hacia nosotros, con mucho miedo y grave peligro. Fue inaudito que ocurriera eso, en un paso urbano, lleno de gente y que nadie de los presentes, ni de la organización, ni guardias, objetara nada al dueño.

Como he dicho a menudo, una de las virtudes del ciclismo, tanto para practicarlo como para verlo en la televisión, es que nos permite ver muchos lugares, a una velocidad sosegada, una “velocidad filosófica” la llamé en alguna ocasión, y al hacerlo nos ofrece la ocasión para conocer su historia. Al poner este título, la Svolta de Salerno y después de haber escrito sobre las difíciles condiciones de la carrera, con las caídas y la lluvia, parecería que aludo a ello, a ese giro dramático de los acontecimientos puesto por las distintas adversidades. Pero se trata de otra cosa. En Salerno tuvo lugar un hecho decisivo en la historia de Italia, al que se conoce con ese nombre. Sucedió en esa ciudad en abril de 1944. En una reunión de la dirección del Partido Comunista Italiano, su líder, Palmiro Togliatti, planteó unas medidas democráticas de acuerdo con las fuerzas conservadoras. Aún en la II Guerra Mundial, la situación de Italia era compleja, se estaba liberando el sur por los soldados americanos y británicos, mientras que en el norte eran los partisanos de mayoría comunista quienes estaban derrotando a los fascistas y los nazis. Togliatti tenía la experiencia de la Republica española, donde combatió con el alias de Ercoli, y quería evitar una guerra civil entre el norte y el sur, como la que se produjo en Grecia, con un proceso similar, y que duró hasta finales de 1949, con el coste de miles de muertos, principalmente guerrilleros, en lo que puede considerarse el primer conflicto bélico de la Guerra Fría. Ese giro de Salerno significó, poco después, el desarme de miles de partisanos italianos, y un proceso que no fue fácil, y que refleja muy bien el final de la película Novecento. Pero probablemente evitó una guerra civil.

En el horizonte, pasado mañana, la primera gran montaña, el Gran Sasso de Italia. Confiemos en que la meteorología mejore, pues sino, perderemos espectáculo, pues ya han avisado las autoridades que si esto no ocurre, podrían suspender los últimos kilómetros de la subida, los verdaderamente duros, por riesgos de desprendimientos. Y que Roglic y Evenepoel no sufran lesiones tras sus caídas que perjudiquen su condición física, para no hurtarnos ese bello combate ciclista que se promete.