Por la mañana, una sonrisa amplia y desencriptada trazaba el rostro de Mikel Landa, al que se le alegra el espíritu y el ánimo en la Tirreno-Adriático, una cita que ama. Se siente en casa en la carrera de los Dos Mares, sobre todo cuando mira al cielo y crece hacia las montañas, su morada.

La cima de Sassotetto conduce al alavés a los buenos tiempos, a las postales felices. Hace cinco años clavó su estandarte en las alturas. Venció sobre la cumbre. La montaña era la misma pero otra, más baja. El viento violento y cortante rebajó la meta de Sassotetto, le rapó la cresta.

La organización decidió acortar la jornada en un par de kilómetros por la fuerza del viento. Se tenían que ascender 10,7 kilómetros en lugar de los 13 que estaban marcados de serie. Landa completó una gran subida, siempre con los mejores, pero fue séptimo en el esprint de los patricios, que coronó a Primoz Roglic.

El esloveno enlazó su segunda victoria en la presente Tirreno-Adriático. Roglic quiere el tridente de Neptuno que se llevó en 2019. El esloveno tiene el cetro más cerca. Lidera la carrera por delante de Kämna, exlíder, al que aventaja en 4 segundos, y Almeida, a 12 segundos.

Roglic no perdona

La subida a Sassotetto estaba subrayada en rojo chillón y envuelta por el viento duro, burlón y juguetón. El futuro de la Tirreno-Adriático era esa cumbre. La conquistó Roglic, el campeón que nunca dimite. El esloveno, que salió golpeado de la Vuelta tras un fea caída y se operó el hombro que le daba guerra desde tiempo atrás, se reincorporó a la competición en la carrera italiana.

Fue un aterrizaje forzoso desde la concentración en altura del Teide. Ni se había depilado las piernas Roglic, que tenía previsto desplegarse más adelante en el calendario.

Ocurre que el esloveno, competidor extraordinario, tiene un idilio con la victoria. La logró la víspera en un muro que llevaba pintado su nombre y en Sassotetto gestionó de maravilla la ascensión para irrumpir en el momento exacto, el del triunfo.

En un esprint en las montañas, Roglic un especialista, pudo con Ciccone y Tao Geoghegan. El triunfo le concedió la bonificación y se quedó con la maglia azzurra de Kämna, al que arrancó el liderato por cuatro segundos.

Final al esprint

Roglic, un depredador, calculó mejor que el resto. Conoce el camino para la victoria. Se atornilló el anonimato durante la subida. Se situó en el asiento de atrás, observando la vida pasar por la ventanilla, como si lo que sucedía delante no le incumbiera.

La maniobra de distracción funcionó. Agazapado, el esloveno fue avanzando posiciones a medida que la montaña subía peldaños y se le atragantaba a Caruso, el único que intentó algo distinto a una llegada masiva.

El viento de cara empujaba y los favoritos no querían riesgos. Roglic espero más que nadie en salir a flote tras una subida en apnea. Su compañero Kelderman hacía de centinela, vigilando los gestos de unos y de otros.

Amortizado Caruso, los nobles, con Landa incluido, sintonizaron un final al esprint. Todo sucedería entre fogonazos. Roglic no perdonó. Francotirador. Sumó su 67º triunfo en el palmarés con un disparo certero contra el viento.

Subida contra el viento

El viento era el púgil más fuerte, el peor enemigo. Achataba las narices. Los sherpas de Mas pusieron las caras para abrir huella. No solo lijaba la gravedad, también deformaba el viento, que todo lo complicaba. Imposible esquivarlo. En la cima, el viento, fortachón y pendenciero, soplaba a 65 kilómetros por hora con el aliento frío de la nieve aún presente.

Se protegieron los ciclistas como los pingüinos, unos cerca de otros. Un grupo compacto para que el viento no entrara por las rendijas. Esa formación, que también recordaba a la de las legiones romanas, aliviaba a Kämna.

El líder, de azul, pasaba desapercibido, como un elemento del paisaje. Camuflado. Todos esperaban, tamborileando los dedos en la barandilla de la paciencia. Nadie se atrevía desprotegerse por miedo a un KO provocado por el viento.

Caruso y Mas lo buscan

Se activó el UAE, descapotado, y se agitó Caruso. El primer paso. Landa no se alteró. Más calma. Conocía la montaña. Los favoritos se balanceaban, hombreando de este a oeste. La lluvia pintó de esfuerzo la subida, con los costados aún congelados por la nieve. Se encendió Almeida para dar ritmo. Aceleración. A Caruso se le fue agotando la energía.

Mas entró en combustión. Convocó a los patricios. Landa, entre ellos. Tras las dudas, se arremolinaron Kelderman, porteador de Roglic, Tao Geoghegan, Ciccone, Vlasov, Kämna… Todos en el mismo fotograma para jugársela en un esprint agónico en las montañas.

Roglic, el mejor rematador

Un escenario ideal para el impulso del esloveno, tan inadvertido durante la ascensión, instalado en el buche del grupo, ajeno a todo. De las entrañas salió Roglic, siempre conciliado con la victoria. Ganador en un muro, repitió en una montaña envalentonada por las ráfagas de Eolo. A Roglic le dio alas. Su cometa toma altura en la Tirreno-Adriático que lidera. Ni el viento le frena.