El Tour no lo olvida
El Tour celebró el centenario de los Pirineos reuniendo a varias de las figuras que lo encumbraron: Hinault, Indurain, Kelly, Arroyo o Fignon.
E L Tour es así. Venera sus glorias, los mima, y de vez en cuando los recuerda en sus hazañas. A los que fueron su látigo, los aguarda en el camino. O los arrincona. En La Mongie, en la hilera de casas rodantes apostadas a la entrada de la estación de esquí del Tourmalet, Manolo Saiz reposa en una silla esperando una carrera de la que fue protagonista hace no tanto. De pronto, a un metro suyo, desciende una grupeta de ilustres. "¿Le has visto a Manolo?", le pregunta Miguel Indurain a Ángel Arroyo tras descender el col y poner un pie en el suelo en el Centre Laurent Fignon, un complejo con hotel que el ex ciclista parisino abrió en Bagnères de Bigorre. El abulense se sorprende: "¿Manolo estaba ahí? ¿Sin acreditación?". "No la habrá querido, aunque el ciclismo es una rueda, y si estás en ella, bien; si no, te deja a un lado y te olvida", responde el villavés, al que acompaña en bicicleta su hijo Miguel, que corre en cadetes en el CC Villavés.
A ellos el Tour los recuerda. Uno porque es uno de sus cuatro pentacampeones. El otro, porque Fignon se le adelantó en París en 1983. Arroyo e Indurain, padre e hijo, subieron en bici el Tourmalet, desde Ste Marie de Campan, con un grupo de cicloturistas, para participar ayer en un acto por el centenario de los Pirineos en la ronda gala, frente a la estela de Jacques Godet. Entre la niebla que engrandecía la mística, se reunieron, entre otros, la mayoría en coche, los Ronan Pensec, Hinault, Julio Jiménez, Mottet, Thévenet, Poulidor, Duclos-Lassalle? o el director del Tour, Christian Prudhomme. También Sean Kelly, que ascendió desde la otra vertiente ataviado de vestimentas y bicicletas réplicas de hace cien años, de cuando el Tour estrenó los Pirineos. "Con lo casero que es (Kelly posee una granja en Irlanda), parecía un ciclista de entonces", bromea Indurain. En la comida en Bagnères, se les suma Fignon, al que Arroyo saludó: "Está muy delicado. Ayer le di una palmadita en el hombro al saludar, y saltó como un tigre, quejándose por el dolor. Siempre fue muy agrio, no tenemos mucho trato".
El abulense retomó la bicicleta en 2009, cuando "anduve bastante. Este año salgo menos. El domingo participé en la marcha de Úbeda, iba bien en los dos primeros puertos, pero en el tercero llegué acaloradito. Aún me duran las secuelas". En su día, en aquel Tour en el que Reynolds debutó sin complejos, tampoco midió sus fuerzas en dos etapas. "El Tour se me fue en dos etapas. En una, perdí quince minutos en el Glandon, y en Alpe d"Huez recuperé pero perdí cinco". Su otro hoyo lo cavó "en el Tourmalet". Se llegaba a Luchon, antes se subió el Aubisque y quedaban Aspin y Peyresourde: "Me confié. En el Tourmalet me quedé en el grupo con Zoetemelk, y luego salté en el último puerto pero perdí 3-4 minutos".
Indurain tiene mejores recuerdos: "Pirineos se me daban bien". Antes de ganar su primer Tour, venció en Cauterets y Luz Ardiden: "Eran puertos más llevaderos que los Alpes. Del Tourmalet recuerdo dos años. En mi primer Tour, ataqué bajando y cogí a Chiapucci", al que el navarro cedió la victoria en Val Louron. En 1993, "me lancé para abajo cuando Rominger iba delante". Al suizo se le echó encima el de Villava.
En medio de la charla, Arroyo agradece "el piñón de 28 dientes" que le ha prestado René Perez Perez. "Estoy sorprendido con la naturalidad de ambos. También de Julio (Jiménez). Les conocí ayer y parece que les conozco de siempre. En Francia, los ex ciclistas tienen otro carácter. Es difícil hablar a Hinault, por ejemplo", aprecia un cicloturista de Bagnères de ascendencia aragonesa.
Miguel Indurain López de Goicoechea, de 15 años, sigue la conversación. Sin musitar palabra sobre su Pinarello, regalo del fabricante italiano. "Es joven", dice su padre. "Me hace ilusión que sea ciclista, y él ha querido probar". El primogénito de Miguel y Marisa (quien les siguió en coche) tiene dos hermanos, Jon y Ana, de 11 y 9 años. "He tenido que parar a descansar en La Mongie", reconoce el pequeño. "El ciclismo es duro, pero me gusta". Se siente libre sobre los pedales. "De momento, lo toma como un juego", dice el padre. Un juego, que lo hizo pentacampeón del Tour. Y la ronda gala, tan despiadada a veces, no lo olvida.