Bien sabemos que las inclemencias del tiempo, las inundaciones y “danas” pueden destruir una casa, pero el hogar es más que las cuatro paredes. La conducta nefasta del hombre puede destruir un hogar, terminar con la convivencia y la paz de una familia. Las personas son las que construyen o destruyen el hogar. Lo construyen con su amor, dedicación y entrega. Y lo destruyen con su egoísmo, desidia y cerrazón. El hogar, la vida de familia, es una tarea ardua que se edifica con mucho sacrifico y abnegación.
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Y resulta muy fácil de desmontar cuando el egoísmo, la prepotencia y el orgullo se apoderan de las personas que lo componen. Un temporal podrá echar abajo la casa, pero el hogar solo lo podrá derrumbar el necio comportamiento de las personas. Ya sé que vivimos en un mundo complejo. Mal no nos vendrían aquellas palabras del escritor francés François Mauriac (1885-1970) y Premio Nobel de Literatura 1952, que dijo: “Si vosotros no ardéis de amor, habrá mucha gente que morirá de frío”. Qué gran verdad, y, sobre todo, del frío de la indiferencia.