“Solo es un montón de rocas sobre arena peinada”, dice William Friedkin en Leap of Faith (2019), el ensayo cinematográfico de Alexandre O. Philippe.
Cuenta que, tras rodar El exorcista, visitó un jardín zen en Kioto (Karensansui). Solo eran rocas sobre un mar de arena rastrillada. Eso era todo.
Friedkin imaginó que las rocas eran planetas, ciudades, familias. Elementos condenados a permanecer siempre separados. “Han pasado más de cuarenta años y no hay día que no piense en ese jardín”, concluye.
Y quizá tenga razón. Muchos de los conflictos que vivimos hoy –Gaza, Oriente Medio, Ucrania– parecen eso: piedras distantes. Inmóviles.
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En la maravillosa serie The Bear, temporada cuatro, episodio siete, recuperan esta anécdota. Pero allí la historia terminaba de otro modo: ¿Y si nosotros somos la arena?
En lo personal, encontré por fin palabras para nombrar la llegada de mi sobrina. Arena rastrillada. Unió trayectorias que se creían separadas. Adoptemos ese compromiso.