Pocas veces una figura pública tan expuesta parece tan orgullosa de exhibir su ignorancia como Isabel Díaz Ayuso. Su última pataleta hacia la Conferencia de Presidentes es un ejemplo de desdén, provincianismo intelectual y desprecio a la diversidad que, precisamente, consagra nuestra Constitución.

Afirma la presidenta madrileña, con ese tono que mezcla desparpajo y prepotencia, que “lo que me tengan que decir en los pasillos en español, o lo dicen dentro, en el mismo idioma, o me saldré”. Dice también que no usará los pinganillos –herramienta básica de cortesía y comprensión en un país plural– y remata su “boutade” acusando a quienes hablan catalán de hacer “provincianismo con el secesionismo”.

Hay que tener muy poca cultura política, o directamente una actitud antidemocrática, para despreciar así a las lenguas cooficiales reconocidas por la Constitución de 1978. Porque no es una moda de Pedro Sánchez, como insinúa Ayuso, sino una obligación legal y moral que dimana del artículo 3 de nuestra Carta Magna que reza: “El castellano –que no el español, ya que este término abarca un significado más amplio, incluyendo los dialectos y variantes del idioma hablados en España y América latina– es la lengua española oficial del Estado”, que las “demás lenguas españolas serán también oficiales un patrimonio cultural” y “serán objeto de especial respeto y protección”.

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La actitud de Ayuso no solo es un insulto a catalanes, gallegos o vascoparlantes, sino una afrenta directa a ese mandato constitucional. Convertir el uso de una lengua en una provocación es una forma de negarle legitimidad al otro; es sembrar la división donde debería haber entendimiento. Y todo esto con el cinismo de quien gobierna la comunidad más rica de España, pero insiste en victimizarse constantemente, como si ella, y solo ella, representara la voz legítima de lo español.

Lo verdaderamente paleto no es hablar catalán, gallego o euskera. Lo paleto es reducir España al castellano, como si el resto de las lenguas y culturas que la componen fueran adornos prescindibles. Lo paleto es encerrarse en un nacionalismo de baratillo disfrazado de cosmopolitismo de tablao. Lo paleto es negar la riqueza de lo diverso y comportarse como si el país empezara y terminara en la Puerta del Sol.

La ignorancia no es una virtud, y mucho menos en alguien que preside una comunidad autónoma y se sienta a representar a millones de ciudadanos en una Conferencia de Presidentes. Ayuso no solo exhibe una preocupante falta de respeto institucional y educación democrática, sino que además se muestra orgullosa de ello, como si fuera una medalla. Ese populismo ramplón, que se disfraza de sentido común pero que no conoce la Constitución que dice defender, es una amenaza para la convivencia. Porque niega la pluralidad, desprecia lo diferente y convierte el diálogo en imposición.

Y sí, señora Ayuso: si no quiere ponerse el pinganillo, no se lo ponga. Pero al menos tenga la decencia de no insultar a quienes hablan su lengua con orgullo, amparados por la misma Constitución que usted invoca para negarles su sitio.