En la sociedad de la hiperconexión, los casos de soledad no deseada crecen de forma exponencial, especialmente entre los jóvenes. Según el estudio sobre juventud y soledad no deseada en España de 2024, el 25% de los jóvenes de entre 16 y 29 años se sienten solos de manera no deseada. De ellos, el 75% asegura sentir esta sensación desde hace más de un año, mientras que algo más de la mitad dice que la lleva sintiendo desde hace más de tres años. Estos son algunos datos referidos a edades de la adolescencia y juventud, pero los que atañen a la edad adulta y tercera edad no son más halagüeños. 

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Lo que evidencian estos resultados es que el contacto social en el entorno virtual (redes sociales, Whatsapp y pantallas en general) no sustituye al beneficio que las personas obtenemos de nuestras relaciones cara a cara. El excesivo uso de la tecnología para establecer relaciones sociales trae consigo unas consecuencias que entre los más jóvenes, por ser este el rango de población con mayor presencia en redes, ya están dejando huella. Se percibe por un lado, un desarrollo empobrecido de las habilidades sociales y emocionales como la resolución de conflictos o la empatía, por otro, el establecimiento generalizado de relaciones muy superfluas, de escasa profundidad y afecto. Además, la conexión con personas que se encuentran a distancia acaba desconectándonos de quienes tenemos al lado. Puede resultar paradójico que pese al elevado nivel de conexión, el sentir de soledad no deseada siga incrementándose y afecte cada vez a más jóvenes y adolescentes. En el tercer nivel de la pirámide, el psicólogo A. Maslow sitúa a las necesidades de afiliación, que hacen referencia a la amistad y al afecto. Éstas, al igual que las situadas en los niveles inferiores y superiores, es preciso cubrir para alcanzar un adecuado y sano nivel de desarrollo personal. La cuestión es si es posible satisfacerlas en el contexto del telón de vidrio y, hasta la fecha, no parece muy viable.