El racismo estructural sigue siendo una realidad profundamente arraigada en nuestras sociedades, a menudo invisibilizado bajo la rutina del día a día. No se trata solo de actitudes individuales, sino de un sistema que perpetúa desigualdades en ámbitos como la educación, el empleo o la justicia. Estos prejuicios, aunque a veces sutiles, limitan las oportunidades y perpetúan la discriminación hacia comunidades enteras.
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Para combatir esta realidad no basta con rechazar actos explícitos de racismo; es necesario un cambio cultural. Esto implica cuestionar estereotipos, educar desde la infancia en el respeto y la diversidad, y garantizar que las instituciones adopten políticas inclusivas. La responsabilidad es colectiva: debemos construir una sociedad donde nadie sea juzgado o limitado por el color de su piel o su origen.
El cambio empieza con la reflexión y con acciones concretas. ¿Estamos preparados para enfrentarlo?