La pandemia nos ha dejado un efecto secundario: la ambición. Tener ambiciones no es malo, soñar con vivir mejor, ascender laboralmente… etcétera. Pero si nos pasamos de rosca… ¿Por qué las farmacéuticas facturaron las vacunas a precio de oro cuando los gobiernos financiaron a fondo perdido su investigación? ¿Y las petroleras? Si sube el barril de Brent al día siguiente se refleja en el precio de la gasolina, pero cuando baja… espérate sentado, dirán que es la remesa anterior…etcétera. ¿Por qué el descuento del IVA no se refleja en la cesta de la compra? ¡Hala! Pa la buchaca. ¿Y por qué los bancos suben las hipotecas al ritmo del euríbor pero no hacen lo mismo con los intereses de los ahorros bancarios? Su ambición cegadora no les deja ver que sus clientes se van a invertir en Letras del Tesoro. Desde el BCE Christine Lagarde –siguiendo los pasos de la Reserva Federal estadounidense– nos estruja subiendo cada mes los tipos de interés; dice que lo hace para frenar la inflación, pero la subyacente sigue por las nubes y la gente empieza a no poder afrontar la gran subida de sus hipotecas. No aprendemos, la historia se repite una y otra vez: los bancos ahora acumulan grandes beneficios pero de nuevo llegarán las vacas flacas por pérdida de clientes, aumento de la morosidad… La cadena inflacionista sigue su curso porque nadie rompe su propio eslabón.
Subir los tipos de interés no es la solución, aunque se conseguirá bajar la demanda porque a nadie le quedará un euro para gastar.
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