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Humanidad en la medicina

Estábamos en el año 2020 cuando desde nuestros balcones aplaudíamos y reconocíamos el gran trabajo que llevó y lleva a cabo nuestro cuerpo sanitario. Gracias de verdad. Gracias a cada miembro del personal sanitario y gracias también a Osakidetza. La ciencia, la técnica y la consecuente profesionalización y especialización son características muy peculiares de la moderna medicina y a la vez fenómenos ambivalentes, es decir, sus pros y contras son manifiestos. Han reducido drásticamente la mortalidad infantil y han alargado el nivel medio de vida de la población, pero también, a veces, han ido en detrimento de valores importantes en la asistencia sanitaria, como, por ejemplo, el trato personalizado, respetuoso, afectivo a cada enfermo. Hoy día, sin duda, la persona paciente está mucho mejor atendida que antes, clínicamente hablando. Pero también es verdad que sufre más sola y muere más abandonada. Los médicos y los auxiliares de enfermería frente a la actual invasión científico-técnica corren el serio peligro de no advertir que en el ejercicio de la medicina lo que más importa es el enfermo, que es un ser humano doliente en su esfera somática y psíquica, y no las máquinas ni los sofisticados experimentos que con ella se pueden llevar a cabo. El calor humano, el trato personalizado y personalizante es necesario para que un enfermo no solo obtenga su diagnóstico, sino también su curación, si es posible. Y curar a un enfermo no solo significa prescribirle la medicina idónea, también es menester darle tiempo, simpatía, respeto, dedicación; significa darle calor humano. Sin lugar a dudas, la salud es el bien material por excelencia porque lo condiciona todo. Sin salud, todo lo demás es nada. Cuidemos la salud porque es el bien troncal que cimienta todos los otros bienes.