José se hace duro de entender cuando habla a través de la mascarilla con la medicación que completa su tratamiento. Desde las cuatro de la mañana tiene compañero de cuarto. Juanjo cuenta ochenta y tantos también, con una dolencia seria que le impide valerse por sí mismo. El pobre hombre divaga, pero a ratos y de forma intermitente, se le ve lúcido y deja asomar gran acervo y una educación rigurosa. Su verborrea es continua; a veces, genial, y otras, un galimatías, y reclama continuamente la atención de quien se encuentre a su alcance, ya sea visitante o personal médico y ha extendido su radar a los pasillos. Se hace muy duro soportarlo y José aprende a no contestar, sabiendo que una mente deteriorada no se lo va a reprochar porque su memoria no llega al minuto. José tiene costumbre de rezar y Juanjo le pide permiso para hacerlo juntos. El caso es que finalmente se ofrecen a trasladar a Juanjo a otra habitación, para aliviar la situación. Y José declina tres veces -tres- la oferta y decide estoicamente quedarse con su peculiar compañero de infortunio hasta recibir el alta. Contemplé la escena mientras visitaba a José. Creo que el gesto obedece a una cierta solidaridad, propia de quien sabe lo que es compartir trinchera y no dejar a nadie atrás. Una lección difícil de olvidar. Incluso para Juanjo.