Escuché el pasado viernes al portavoz de una asociación que lanzaba un mensaje desesperado. Con ciertos problemas en la vocalización debidos, lógicamente, a su condición de sordo, ponía voz a un colectivo que pide tan solo comunicación. Las mascarillas no han sido diseñadas para leer los labios y ellos se encuentran doblemente aislados. A los demás nos parecerá poca cosa para lo que llevamos visto, pero imagínense un calabozo dentro de la cárcel. Ha de resultar angustioso ser ajeno a lo que decimos quienes podemos y vivir doblemente las limitaciones y penurias que este dichoso virus nos está generando. Piden una mascarilla transparente, no solo para ellos, sino también para otros colectivos que precisan de la observación de nuestros labios y expresiones faciales para entendernos y ser parte de la sociedad. En la era de la comunicación, del 5G y de las redes sociales, no parece tan difícil solucionar este pequeño gran problema de las comunidades que viven en silencio. Por eso espero que, a la publicación de esta carta, y con la velocidad a la que últimamente se desarrollan los acontecimientos, la reivindicación sea ya historia.