El día 23 de noviembre finalizaste tu jornada laboral a las 10.15. El resumen: unos 100 euros, una Blackberry y calderilla varia. Escasos beneficios para el día que pasé, aunque no te importe. Y es que todo tiene una cara y una cruz: la tuya, con mi bolso; y la mía, que para tu información estoy en paro y tengo dos hijos. Aunque no creo que te interese, en el polideportivo de Zuhaizti robaste un bolso en el que el dinero que había estaba destinado a pagar a un trabajador, un electricista, y un móvil estropeado cargado de recuerdos que a ti de poco te sirven. Números de amigas y amigos, de gentes que me he encontrado en el camino. Y en el bolso, ¿qué?, tarjetas de Osakidetza de mi hijo y mi hija, sus fotos, las de mis sobrinos, documentos cuya renovación me tendrán de un lado a otro de la ciudad, llaves que me han obligado a cambiar de cerradura? Yo te vi y tú me viste, y me hablaste y te fuiste, y al decir adiós te llevaste mi bolso. ¿Estás tranquila? Yo no, y no solo por lo que me has quitado, sino porque me has robado parte de la confianza que siempre he tenido en los y las que me rodean. Si te ha servido para comer, pues vale; si es para lucirte, que te siente bien, mírate dos veces en el espejo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación