Así se les bautizó hace años a estos hombres de hierro, como son los corredores ciclistas, un deporte que en sufrimiento, esfuerzo y riesgo, no tiene parangón con ningún otro, ya que recorrer 3.600 kilómetros en tres semanas, a pleno pugnar, es sólo para superhombres. Casi 92 horas rodando, que es el tiempo invertido por su vencedor, subiendo montañas, algunas que requerían un esfuerzo sobre humano, y bajándolas a tumba abierta, como se dice en el argot ciclista. El espectáculo que nos daba esta serpiente multicolor era estremecedor, sobre todo cuando lo hicieron bajo la lluvia.
Soportar un calor asfixiante en los Alpes, y frío más tarde en los Pirineos, nos transmitían sensaciones, que incluso a los que sufrimos alopecia, nos ponían en ocasiones los pocos "pelos de punta" que todavía disfrutamos. Había que felicitar a esos cámaras de televisión por sus formidables reportajes, que tanto nos harían disfrutar durante toda la prueba, consiguiendo que abandonáramos la siesta, y disfrutar sólo de ésta los días de descanso del Tour.
En lo deportivo se han cumplido todos los pronósticos, ya que Alberto Contador, hoy por hoy, ha demostrado que es muy difícil de batir, si bien habrá de tener en cuenta para el futuro al joven Schleck. De comentar la proeza de Samuel Sánchez, que tras una caída que hizo temer su abandono, ha quedado el cuarto en la general, en una gesta sin precedentes. Mi felicitación a todos los que terminaron esta prueba como es el Tour, catalogada como la más dura del ciclismo. A los organizadores, que se hagan ellos la prueba del dopaje, antes de planificar las etapas tan terribles a las que someten a estos, repito, superhombres.