La vida errónea en el caserío
no sé cuantas veces he escrito sobre el granjero y la víbora, una fábula atribuida a Esopo y posteriormente reescrita por otros fabulistas de distintas épocas.
En ella, un granjero o una granjera en invierno encuentra una víbora moribunda a causa del frío y se apiada de ella y decide llevarla a su casa para que se reponga. En unas versiones la ubica junto al fuego y el hijo del granjero la adopta como mascota; pero al sentirse revivir con el calor la víbora ataca al hijo. En otras versiones -mis favoritas-, es la casera quien se la pone en el colco para darle calor y la víbora recuperada le muerde una teta y le inyecta la dosis definitiva de su veneno letal.
En la Wikipedia se advierte que la moraleja de la historia es que "de nada sirve hacer el bien con quien sólo están predispuestos a devolverte el mal". Esta enseñanza se repite en otras fábulas como la del escorpión y la rana, o incluso en la Biblia: "No deis los santos a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen" (Mateo 7:6).
No hay nadie en nuestro caserío que no sepa quién es la víbora y cuáles son sus acciones y objetivos pero una y otra vez se le reanima y se le anima, se le da calor absurdamente como la semana pasada y se culmina con la manifestación en amalgama de bípedos y reptiles de este sábado por Donostia.
Hace demasiado tiempo que la cabeza de la víbora reposa y sueña en la almohada del nagusi del caserío; el feliz sueño de ella es la pesadilla mortal del otro pero no quiere enterarse.
Antonio Massé