Mientras unos hacen la guerra, otros empuñan su guitarra para cantarle al amor. Sorin Joan es de los que piensan que las trincheras de ideas valen más que las balas y los morteros. Llegó hace una semana a Donostia desde Bulgaria. Su escenario es la calle. "Es verdad que me gustan mucho las canciones de amor, y más ahora en medio de tanta guerra", sonríe el artista en el túnel de Ondarreta, donde acostumbra a rasgar las cuerdas de su vieja guitarra y cantar para quien quiera escucharle.

Sobre su cabeza, cubierta con una gorra que le da cierto aspecto de chulapo con bigote, el azul marino de la llamativa bóveda creada con motivo de la Capitalidad Cultural europea de Donostia en 2016. "Desde ese año no había vuelto a Gipuzkoa. En Bulgaria vivo con mi mujer y mis tres hijos. Un corrimiento de tierras nos dejó sin casa. Ellos están ahora en la vivienda de mi suegra, y yo he venido a ganar el dinero que pueda con mi guitarra. Por aquí suelo andar siempre y cuando la policía me lo permite", cuenta el búlgaro de 52 años. Vive en la calle sin perder la sonrisa.

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El hombre acierta a ver algunas similitudes entre Gipuzkoa y su país. A fin de cuentas, proviene de una nación balcánica que también tiene su costa, la del mar Negro, y un interior montañoso y ríos, aunque sea necesaria una imaginación desbordante para comparar el Oria, el Deba, el Bidasoa, el Urola o el Urumea, con el Delta del Danubio, el segundo río más largo de Europa tras el Volga.

Esa misma grandeza, la del cauce fluvial, se traslada al sentido artístico que Sorin tiene de la vida, en la que también tiene espacio el amor por la naturaleza. Su nombre, de hecho, encierra un elocuente significado. "Si el mayor enemigo para los artistas de la calle es el mal tiempo, la lluvia, mi nombre quiere decir precisamente todo lo contrario: Sorin significa sol y proviene de la palabra soare. Es el nombre que se da a los niños con la esperanza de infundirles vitalidad", desvela el cantante, fruto de un crisol cultural con influencias griegas, eslavas, otomanas y persas.

No quiere hablar de la contienda bélica que sacude Europa. Ésa que ha provocado que miles de ucranianos busquen refugio en su país tras su paso por Rumanía. El Gobierno de Bulgaria cree que Putin ha perdido la guerra con la historia, y ha anunciado la expulsión de otros diez diplomáticos rusos, tres semanas después de que ocurriera lo mismo con otros acusados de espionaje para Moscú.

Hoy "ha salido el sol", dice Sorin que, frente a las sirenas antiaéreas de Kiev, se queda con el sonido de la música y la rica tradición de danzas, trajes y artesanía de su Bulgaria natal. "En mi país cantaba con otros artistas; aquí toco donde me dejan. Estos días, cuando está libre, en el túnel de Ondarreta, aunque el permiso para actuar en la calle es de catorce días al año y a partir de ahí hay que buscarse la vida".

Y en esa búsqueda del escenario callejero más propicio, hay un lugar de Donostia que echa mucho de menos, y que recuerda muy bien de su anterior paso por Gipuzkoa. "Estuve hace años, cuando vine, y ahora no es posible por las obras. La verdad es que lo añoro. Sí, me encantaría volver al subterráneo de Egia. Tiene muy buena acústica, la música suena muchísimo mejor, y además no hay corrientes con las que enfriarte como aquí, porque el túnel es mucho más largo y resguardado".MIRANDO A LA VENTANA DEL CIELO

Cuando el tiempo acompaña, también suele actuar en el paseo de La Concha. "Siempre mirando al cielo, esperando que se abra una ventana para poder tocar durante una horita, o dos antes de que vuelva la lluvia". No hay más planes de futuro que el día a día. "No tengo ni idea de dónde estaré la semana que viene. Cogeré el tren y puede que vaya a Errenteria o Zarautz, buscando algún albergue. Mi mujer está mal, con fuertes dolores en las piernas y en las manos. Cuando me diga que vuelva, lo haré, pero mientras tanto seguiré tocando".

Cuenta que los días "buenos" puede llegar a ganar entre 20 y 30 euros. "Mi única idea es seguir trabajando así para poder mandar 50 o 100 euros al mes a mi familia. Vivimos en una zona de monte, y un desprendimiento destrozó la vivienda. Ahora mi familia vive en la casa de la mamá de mi mujer, en una habitación de cuatro metros. Ahí duermen mis hijos de 27, 24 y la pequeña de 22 años".

Él está ahora a casi 3.000 kilómetros de distancia de ellos, a más de 30 horas en coche. Dice que, quizá porque no tiene nada, tampoco tiene motivos para preocuparse. Sorin revela que dentro de su vida errante trata de cuidarse lo que puede. "No fumo ni bebo. Estoy bien conmigo mismo. Ni me aburro ni me siento solo", dice, convencido, eso sí, de la necesidad de que las canciones lleguen al alma de los demás.