esde el 1 de enero de 2018 es de aplicación en todos los Estados de la UE el reglamento relativo a los nuevos alimentos, en el que se incluyen algunos insectos consumidos en, al menos un tercer país durante por lo menos 25 años, como parte de la dieta habitual de un número significativo de personas. Del millón de especies de insectos conocidos, 2.000 son consumidas habitualmente y gracias a sus efectos nutritivos se pueden convertir en un instrumento para combatir el cambio climático en el tránsito hacia un sistema alimentario más sostenible. Esta fuente de proteínas, sin gluten ni azúcares añadidos, no apta para veganos, deja una huella ecológica menor, comparándola con la ganadería intensiva, y no suponen ningún problema para la seguridad alimentaria, si bien pueden producir algunas reacciones alérgicas, como pasa con los crustáceos, por ejemplo. Se ha inaugurado en Olite (Navarra) la empresa italoespañola Nutrinsect, dedicada a la producción de grillos (Acheta domesticus) para la obtención de harinas ricas en proteínas para alimentación humana y animal, mientras que en Las Cuevas de Almudén (Teruel) crían el gusano de la harina (Tenebrio molitor) con el mismo objetivo.

En el txakoli de los sábados, antes en Kañoietan y ahora, por las obras, en Gaztelupe, se interesan por la desaparición de los epidemiólogos. Antes, cualquier médico -sólo los galenos- era especialista epidemiólogo y últimamente nadie los menciona. Incluso algunos comienzan a sospechar que el magistrado Garrido tenía razón en sus comentarios. Tampoco es eso.

La epidemiología es una disciplina que pueden ejercer médicos, veterinarios, biólogos, farmacéuticos y sociólogos.

El programa de Médicos Internos Residentes (MIR) se inició en el Hospital General de Asturias en 1963. En 1967 se incorporó, entre otros, el Hospital de Santiago de Vitoria-Gasteiz. En 1978, el recién creado Ministerio de Sanidad lo consolidó. A partir de 1984 fueron incorporándose otras profesiones como farmacéuticos (para farmacia hospitalaria, análisis clínicos y otras especialidades), biólogos (análisis clínicos, inmunología y microbiología), psicólogos, físicos y químicos. Todavía faltamos los veterinarios, a pesar de estar reconocidos por la ley de ordenación de las profesiones sanitarias como tales, con capacidades en bromatología, cirugía experimental, análisis clínicos, inmunología, microbiología, parasitología, zoonosis, epidemiología y salud pública. La pelota está en tejado de la ministra profidén.

Adjudicadas las plazas, han comenzado su formación en diferentes hospitales. Les esperan cuatro o cinco años de estudio y trabajo. Según fuentes del Sindicato Médico de Granada, la especialidad de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene, de donde surgirán los epidemiólogos, preventivistas o salubristas, no ha sido una de las áreas más demandadas, como ocurre todos los años, a pesar de todo lo que se ha hablado de ellos en la pandemia. Tan solo ocho de las 1.993 mejores notas del examen, con opción a elegir los tres primeros días, se interesaron por la especialidad, casi los mismos que el año pasado. Finalmente llegaron a cubrirse las 107 plazas ofertadas, más que nunca, con un 70,1% de mujeres. Las especialidades favoritas son Anestesiología y Reanimación, Pediatría y Cardiología. Por detrás de los epidemiólogos están Angiología y Cirugía Vascular, Cirugía Cardiovascular, Geriatría y Cirugía Torácica, por ejemplo. Nadie se interesó por Medicina del Trabajo ni por Inmunología.

Siempre han sido minoría. Quizás por la atracción que supone la medicina hospitalaria que, también con la pandemia, se ha llevado el protagonismo del covid-19. Es una especialidad muy poco asistencial y difícilmente se adapta al imaginario de la Medicina para la sociedad, para los estudiantes y para las series televisivas, que ejercen notable influencia. Además, la asignatura está considerada, erróneamente, como una especie de maría.

Y ahora, a petición del respetable, entro en el campo del chismorreo. Lo haré por el respeto que me infunde el portavoz del Ministerio de Sanidad para asuntos de la pandemia, Fernando Simón Soria, aunque no siempre comparta sus manifestaciones que, sin embargo, comprendo. Valoro mucho, por propia experiencia profesional, el difícil papel que realiza ante los medios. Solo, sin red y con un respaldo político de quita y pon. Además, le honra la nómina de sus detractores.

Veamos. Fernando Simón no es doctor y nunca ha utilizado esa dignidad. En inglés existe el medical doctor y en España y Latinoamérica se denomina doctor a los médicos, aunque la inmensa mayoría carezcan de ese título universitario. De hecho, es la segunda acepción en el Diccionario de la RAE: "Persona que se dedica a curar o prevenir las enfermedades (no especifica si humanas o animales) aunque no tenga el doctorado". Por su currículo público sabemos que está colegiado como licenciado en Medicina y Cirugía en Huesca, donde ejerció unos meses de médico rural, y luego estuvo en urgencias domiciliarias en Zaragoza. Posteriormente desarrolló su actividad profesional en África entre 1990 y 1998, con un paréntesis de dos años en Inglaterra, donde cursó Epidemiología. A partir de 1998 estuvo en Guatemala y Ecuador y en 2001 en París, en el Instituto de Vigilancia Sanitaria. En 2003 le contrataron en el Ministerio de Sanidad -era ministra aquella despistada Ana Mato-, para organizar la Unidad de Alertas y Emergencias de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica. No hizo el MIR porque en su época no existía esa especialidad en el programa.

Por cierto, ¿qué pasa con Onkologikoa?

La harina de grillos no entra en mis previsiones a corto plazo. Me decanto más por un menú clásico. Crema de calabacín con espárragos. Bacalao en salsa verde con almejas. Fresas. Tinto Viña Real Oro 2013, gentileza de Javier Ibáñez, delegado de CVNE en Gipuzkoa. Un escocés The Glenrothes de 10 años.

Nadie se interesó por Medicina del Trabajo ni por Inmunología.

Siempre han sido minoría