Hoy, 18 de julio, es día de mal fario. Hace unos días fallecía en su cama un criminal de guerra, un genocida del siglo XXI, pieza clave en la muerte violenta de centenares de miles de personas inocentes, Donald Rumsfeld, ex secretario de Defensa de EEUU y principal arquitecto de las invasiones de Afganistán en 2001 e Irak en 2003 que hoy, gracias a su intervención, son ejemplos de democracia y libertad, como todo el mundo sabe. En Irak nunca aparecieron aquellas armas de destrucción masiva que afanosamente buscaron el Trío de las Azores. De Afganistán sabemos que, siguiendo la senda que marcaron los turcos en 1707, los británicos en 1847 y 1919 y los soviéticos en 1992, abandonarán en septiembre los últimos soldados americanos, dejando un saldo de miles de muertos -102 españoles-, un país más arruinado si cabe y, políticamente, exactamente igual a como estaba en sus inicios, es decir con el régimen teocrático medieval de los talibanes en el poder, siendo las mujeres las principales víctimas. Soportamos la quinta ola del virus SARS-COV-2, cual, si de la carga de caballería de Balaclava de 1854 que encabezara Lord Cardigan (que daría nombre a la prenda) se tratara o la que a mí me gusta más recordar, la del Regimiento Alcántara 14 de Caballería en julio de 1921 en el Desastre de Annual. La historia real detrás de estos episodios bélicos es una consecuencia de la incompetencia de los mandos británicos en el caso de Crimea y del general Manuel Fernández Silvestre en el Rif. Al Informe Picasso me remito.

En esa misma línea de impericia del mando, me asombra el portavoz gubernamental vasco cuando dice en un desinformativo que les ha sorprendido el avance de la variante delta, causante de esta quinta ola. Me pregunto sobre los temas que debaten en la publicitada Comisión Interterritorial o en nuestro ignoto comité de expertos técnico-científicos del LABI, los informes que evalúan, los artículos publicados en revistas científicas que discuten y los supuestos tácticos que desarrollan que, evidentemente, no han contemplado ni los viajes de fin de curso de unos jóvenes, hasta ahora perfectamente controlados, no sin esfuerzo, en los centros escolares, ni el comienzo de las vacaciones, todo ello en un escenario de relajamiento demasiado apresurado de las medidas preventivas, por aquello de la economía.

La OMS nos advertía a mediados de mayo y la prensa especializada, incluso alguna generalista, se referían a esta variante a primeros de junio, cuando avanzaba imparable en los Estados Unidos, llamando la atención precisamente por su velocidad de contagio.

Evidentemente ni la Comisión Interterritorial, ni la pretendida cogobernanza, ni el LABI, han servido para frenar la carga del SARS-COV-2, justo lo contrario de lo que hicieron rusos y rifeños en las referencias históricas citadas. La delta se nos ha colado sin que, al parecer, se enteraran nuestros gestores de la pandemia, y sin encontrar resistencia entre la población no vacunada. Ahora lo fácil es echar la culpa a los botellones.

La variante delta es un 64% más transmisible que la variante alfa (británica), hasta ahora mayoritaria. Afortunadamente, la pauta completa de las vacunas Pfizer o AstraZeneca reducen el riesgo de covid sintomática en un 80% y el de hospitalización en un 94%, motivo por el que se evidencia mucho más en los jóvenes sin vacunar. Al tener mayor contagiosidad origina un mayor número de enfermos sintomáticos o asintomáticos, contagiadores todos, desplazando la presión hospitalaria, en primera instancia, hacia los centros de salud cuyo personal ya estaba agotado y estresado, colapsándolos y convirtiendo sus salas de espera en un excelente campo de contagio.

Infórmense nuestros sesudos técnicos y científicos de palo para no verse nuevamente sorprendidos, sobre la variante peruana, C-37, la Machu Pichu, a la que corresponde la letra griega Lambda, detectada por primera vez en agosto de 2020 en el país andino, ampliamente distribuida por el continente sudamericano y que ya ha penetrado, vía Barajas, en Madrid. Podría convertirse en una variante de preocupación en los próximos días porque está demostrando aumento de la transmisibilidad y de la gravedad de síntomas, ignorando, por el momento, si tiene algún tipo de impacto en nuestras personas vacunadas.

Ya no le echan las culpas del avance del virus a la hostelería. Además, hay datos estadísticos que relacionan el número de industrias con el de contagios y en esa relación los establecimientos hosteleros tienen una consideración marginal. No les hace falta. Es suficiente el Tribunal Constitucional que declara en su sentencia, solo entendible en clave ideológica, desde una perspectiva antigubernamental, el derecho a la libre circulación del virus, caigan los humanos que caigan. Tampoco entiendo nada de Derecho Constitucional, pero lamenté que levantaran el estado de alarma con tanta premura.

Siguen faltando la comunicación y la transparencia necesarias para lograr la complicidad de la sociedad, en especial la de los jóvenes en este momento y, siempre, la de sus padres.

Otra cosa distinta es la falta de voluntad de algunas autoridades locales a la hora de adoptar medidas impopulares de cara a las fiestas veraniegas que, después de lo de Hernani, tendrá continuidad en otras localidades. Y echarán la culpa a Osakidetza, para variar.

Para acabar, preocúpese el ministro Garzón, vía decreto, de que en las pescaderías y carnicerías no tengamos que abonar el papel parafinado, de considerable peso, que utilizan, con extraordinaria habilidad en la balanza para pesar y luego envolver la mercancía, al precio del producto que adquirimos, como viene ocurriendo en la actualidad. Que primero pesen el género limpio y luego lo envuelvan. Eso es defensa del consumidor. Ya hubo un intento hace años.

Hoy domingo, berenjena rellena. Bonito encebollado. Cerezas. Tinto crianza Don Jacobo, de Navarrete. Escocés The Glenrothes de 10 años. Ya no veo la ETB.