l martes acaban las prácticas. Solo queda entregar el trabajo de fin de carrera y, si todo va bien, seguir laboralmente activas porque ya les han advertido de que siguen haciendo falta manos.

Están a un paso de integrarse en el colectivo de profesionales sanitarias más numeroso, que agrupa a 5.330 enfermeras colegiadas en Gipuzkoa. El último año ha sido duro. A pesar de su juventud, acumulan unas cuantas imágenes en sus retinas tras unos meses intensos. "Es muy difícil dedicarte a esto sin vocación", admiten Leire Manterola y Oneka Sánchez, en la recta final del Grado de Enfermería de la UPV/EHU.

Aunque su juventud pueda con todo, reconocen estar cansadas. "Todas lo estamos debido a la pandemia, pero hace falta unión", claman estas dos jóvenes de 21 años, que narran su experiencia con motivo del Día Internacional de la Enfermería que se celebra el miércoles.

Ni el ejercicio de imaginación más desbordante les habría llevado a pensar que aquellos estudios que iniciaron hace cuatro años iban a desembocar en un escenario como el actual, al que han sabido hacer frente. Manterola atesora una dilatada experiencia en el ámbito sanitario.

Ha conocido diferentes secciones en Onkologikoa y actualmente trabaja en el radioquirófano. "Damos radiación, tenemos que protegernos con plomo. Nuestra labor técnica como enfermeras es de instrumentistas, preparando las mesas para recibir al paciente y explicarle en qué va a consistir la intervención", detalla esta oriotarra.

Todos llegan con la PCR hecha, e inevitablemente se impone un modelo de atención que obliga a mantener las distancias. Es algo que su compañera Sánchez no acaba de llevar bien.

"Durante mi formación he pasado por centros de salud, y el trato con el paciente ha cambiado mucho", se sorprende. Echa tanto de menos el contacto de antaño que durante estos meses atrás reconoce que le alegraba el día recibir a un paciente cara a cara, cuando había que practicar una extracción de sangre. "Es algo que se necesita, que es inherente a nuestra profesión. Lo que era presencial ha pasado a ser telefónico y la atención se resiente", lamenta esta donostiarra, que hace prácticas en el servicio de asistencias sanitarias con ambulancias, cubriendo guardias de doce horas.

"Cuando empezamos hace cuatro años había una enorme libertad. Todo era muy distinto. Podías hablar con los pacientes, tocarles. Atender como a ti realmente te sale".

Su compañera Manterola también se considera una persona muy sociable. Por eso le cuesta adaptarse. "Me gusta hablar con ellos, y me da mucha pena no poder tener un contacto más cercano".

entre belleza y dolor

Una profesión dual

La dureza del desenlace

Después de cuatro años han vivido situaciones duras. "Es algo que forma parte de la enfermería. Puede ser la profesión más bella del mundo y acto seguido convertirse en todo lo contrario", cuenta la oriotarra, que estuvo tres meses en la Unidad de Diálisis del Hospital Universitario Donostia.

"Vas conociendo a los usuarios. Hay quienes acuden todas las semanas y, de repente, dejan de hacerlo", asume con un poso de tristeza. La donostiarra le escucha y añade que siempre es duro ver a un fallecido. "Has compartido cuidados y tiempo con esa persona, e impresiona. Es algo a lo que nunca te acostumbras", reconoce.

Como en todos los comienzos, han tenido que aprender a espabilar bregando con la incertidumbre. Reconocen haberse sentido muchas veces dubitativas, sin saber muy bien cómo actuar cuando es necesario hacerlo sin demora. "Los primeros años de prácticas surgen un montón de dudas. Te fijas en las enfermeras veteranas, y vas aprendiendo. Pero hay momentos en los que se acumula tanta tensión por situaciones que impresionan que necesitas irte un rato, recapacitar y volver a hacer el trabajo lo mejor posible", se sincera Oneka Sánchez.

Ante los desenlaces irreversibles, Leire apuesta por actuar con arreglo a sus valores. "Ni enfermera ni auxiliar. En esos momentos hace falta humanidad".

La donostiarra trabajó en la primera planta del antiguo Hospital de Enfermedades del Tórax, actual edificio Amara del Hospital Donostia.

Recuerda a un paciente que no evolucionaba bien, a quien su familia siempre acompañaba en su habitación. "Fue inevitable. Le sedamos. La familia nos dio las gracias porque le habíamos quitado el sufrimiento". En ese momento, dice, embarga la tristeza "porque es una persona a la que hemos estado cuidando". Pero son sentimientos ambivalentes "porque también es reconfortante el reconocimiento de la familia".

Por todo ello insisten en que se trata de un trabajo vocacional. Las dos sabían desde niñas que su mundo era el sanitario, aunque no sea un camino de rosas y cueste atender a todos los pacientes por igual.

Sobre todo, cuando la respuesta del destinatario de los cuidados no es la mejor. "Si no estás pasando por un buen momento, es muy difícil atender a una persona con toda tu alegría". Cuesta Dios y ayuda pero al final -como dice Sánchez- todo sale adelante.

Viven el presente porque pensar en lo que ocurrirá cuando concluyan los estudios provoca incertidumbre. Así lo siente la oriotarra. "Me genera miedo e inseguridad, y más aún en la situación actual. ¿Voy a ser capaz?". Quiere especializarse en Enfermería Obstétrico-Ginecológica (matrona), una de las más demandadas. "Intentaré compaginar el trabajo con los estudios durante el verano algo que, la verdad, ha sido muy duro este año. Tenemos el trabajo de fin de Grado, me he empezado a preparar para el EIR (Enfermera Interno Residente), y la verdad es que durante los dos últimos meses no he encontrado descanso".

Oneka también tiene previsto estudiar con la idea de dirigir sus pasos hacia la Atención Primaria. Aunque el EIR tendrá que esperar porque ahora cumple con guardias de doce horas y los días que tiene libres los dedica al trabajo de fin de grado.

Durante la charla también se descuelga el recuerdo de aquellos aplausos desde el balcón al personal sanitario durante el confinamiento. Las dos los vivieron desde casa. "Los primeros días me emocionaba en la terraza. Pero en realidad, la mejor manera de ayudar es cuidarnos de nosotras mismas. Tenemos que seguir todos por el mismo camino y tener sentido común. Los aplausos son emocionantes, pero hay que tener empatía y pensar en quienes estamos en primera línea". Las dos se muestran convencidas de que merece la pena hacer un último esfuerzo. "La situación está afectando a todos, pero seguimos estando en un momento crítico y es cuando tenemos que estar más unidas que nunca".

"Me gusta hablar con los pacientes y me da pena no poder tener un contacto más cercano"

Estudiante de 4º de Enfermería

"Reconforta cuando sedas a un paciente y la familia te da las gracias por evitar el sufrimiento"

Estudiante de 4º de Enfermería