Hace unos días, el historiador y filósofo israelí Yuhal Novah Harari lamentaba en La Vanguardia, a propósito del primer año covid, la nefasta gestión política de la pandemia a nivel global, ante la flagrante incapacidad de los eurócratas para alcanzar una alianza internacional contra el virus y garantizar una distribución equitativa de las vacunas, porque una cooperación internacional, en este caso, no es altruismo.

El riesgo cero no existe en ningún ámbito. Mucho menos en Biología. Es suficiente consultar los efectos adversos de la denostada aspirina que tantas vidas salva, aunque cause más de 3.000 decesos anuales.

Mi hija fue vacunada con AstraZeneca horas antes de que ordenaran paralizar las vacunaciones en la plaza de toros -ya nadie se atreve a llamarle así- de Illunbe. Lo que pasaría por la cabeza de esos docentes cuando, recién banderilleados, se enteraron de la decisión política, que no técnica, de suspender la inoculación por parte de la mayoría de países de la Unión -los belgas continuaron su programa-, poniendo en solfa la seriedad y el rigor de los informes de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) que evaluó la vacuna, desarrollada por la Universidad de Oxford con fondos europeos y comercializada por la empresa anglo-sueca AstraZeneca.

El Premio Nobel de Economía Paul Krugman llama la atención, en un artículo publicado recientemente en The New York Times bajo el título Las vacunas, un desastre europeo, sobre el miedo de los políticos europeos a asumir riesgos, su incapacidad para la negociación, su temor a la farmafia y su falta de liderazgo, que alargaron el proceso de contratación de las vacunas, permitiendo que otros clientes más hábiles en la maniobra que los europeos se adjudicaran las dosis. En consecuencia, la vacunación en la UE está resultando un fiasco -en el Reino Unido el 40% de la población ya está vacunada, mientras que en Europa solo al 12%. ¡Toma brexit!-, lo que sirve para debilitar un poco más el prestigio europeo e incrementar el número de euroescépticos, perdiendo una oportunidad de oro para demostrar audacia y eficacia. La culpa a los rusos.

¿Cuántas personas han muerto como consecuencia de esta suspensión? Y, ¿quién es el responsable? Nadie. A los cinco días y tras una exhaustiva revisión de los informes, se reanudan las vacunaciones. En España ocurre lo mismo. Lo visten de coordinación interterritorial, cuando en realidad se esconden en el grupo, como los rumiantes, para diluir responsabilidades. Ya no se estila entre los políticos eso de aguantar el tipo. Pusilánimes, que no prudentes. Cagaos. Recuerdo a Odón, audaz, amarrado a la rueda del timón, cual Ulises rumbo a Ítaca, solo, aguantando el temporal de las críticas opositoras. “Más vale un día colorao, que ciento amarillo”, decía, mientras se inventaba el fotomontaje de una estación de autobuses o una calle peatonal, en colaboración con su periódico, para desviar la atención del vecindario.

El motivo oficial de la suspensión cautelar de la campaña el lunes 15 de marzo fue para investigar la posible relación de la vacuna con unos trombos diagnosticados en algunas personas vacunadas. Se habían comunicado algunas trombosis venosas profundas (TVP) con incremento anormal de las plaquetas que originaban embolias pulmonares, susceptibles de tratamiento si se diagnostican a tiempo y, además, un tipo de ictus bastante raro, llamado trombosis de los senos venosos cerebrales, acompañada de un paradójico descenso del número de plaquetas.

Lo “normal” en la población sin vacunar es registrar uno o dos casos por mil habitantes de TVP, es decir, que, en la UE, con seis millones de vacunados, deberíamos contar entre 240 y 480 casos, pero de momento se han recibido únicamente 30 notificaciones. Conclusión, el número de tromboembolias en las personas vacunadas no parece ser más alto que el observado en el resto de la población. Respecto al ictus, lo habitual son 3 o 4 casos por millón de habitantes. En la UE se han notificado once casos, uno de ellos en España. Estos datos indican que puede ser una tasa ligeramente superior a la teóricamente esperada en la población general. En opinión del jefe de la Unidad de Ictus del hospital Vall d’Hebron, podía existir alguna relación con la vacuna en personas con algún trastorno de coagulación previo a la vacunación. Para Pal Andre Holme, jefe de un grupo de investigación en el Hospital Universitario de Oslo, los casos de tres sanitarios menores de 50 años que sufrieron este trastorno tras ser vacunados fueron provocados por una respuesta inmune muy específica. Uno de los médicos falleció.

Los resultados preliminares de la autopsia del cadáver de la profesora fallecida en Marbella descartan su relación con la vacuna, a la espera de los resultados analíticos.

AstraZeneca desde un principio comunicó que vendería a precio de coste por la mencionada financiación pública de la investigación, como también lo fueran, en una proporción elevada, las vacunas de los otros laboratorios. Cuesta creer que no se hayan producido efectos adversos de cierta envergadura con el resto. Quizás alguien ha tenido interés en que solo se difundieran los vinculados con la vacuna británica.

No se pueden negar ni los efectos secundarios de las vacunas, ni los beneficios que reportan a la sociedad, evitando enfermedades y muertes en una proporción infinitamente superior.

Hace unos días se vacunaron en público los primeros ministros británico y francés. No veo al lehendakari o a la consejera vacunándose en público, después de la que se armó hace unas semanas, con aquellos directivos de Osakidetza.

Hoy menestra de verduras (guisantes, habas, coliflor, pencas y espinacas rebozadas y espárragos). Mucho trabajo, pero agradecido, y chuletillas de cordero de Asteasu. De postre, fresas con zumo de naranja. Todo muy saludable. Incluso el escocés. Ya no veo, por infumable, la serie policiaca alemana deETB-2, siempre con menores asesinados, brumas y pantanos.