- "No siempre más fue mejor", advierte Charo Sádaba, decana de la Universidad de Navarra, que no comulga con la fórmula de seguir ofreciendo información a granel un año después de la irrupción del SARS-CoV-2. La periodista ha ofrecido esta semana la charla Infodemia en tiempos de pandemia, de la mano de la asociación ZarautzOn.

Se identifica ahora en Euskadi la cepa brasileña y sudafrican

-(Sonríe) Creo que tenemos virus para rato. Es verdad que ha empezado la vacunación, pero todavía sobrevuela cierta incertidumbre. ¿Cuánto durará la inmunidad? No lo sabemos con certeza. Hasta que alcancemos una estabilidad, probablemente, veremos todavía muchas variantes del virus.

¿Qué genera más desasosiego, la saturación de información o las noticias falsas?

-Quizá las dos cosas. Hemos vivido la tormenta perfecta, ante un peligro ajeno que nadie esperaba y absolutamente desconocido, como en las mejores películas de ficción. Los hechos se han sucedido a velocidad de vértigo. Solo tres meses después de la aparición del primer caso en China, la base de datos de artículos científicos de PubMed recogía más de 9.000 artículos sobre el covid. La ciencia express, como se ha dado en llamar, ha trabajado a unos ritmos desconocidos.

¿Cómo evalúa el resultado?

-Las prisas han provocado que muchas de las teorías no sean concluyentes y algunos de los artículos que se lanzaron tuvieron que ser retirados porque no eran acertados. Ni en sus hipótesis ni en sus resultados. Pero había que tomar medidas: inicialmente quince días de confinamiento que, probablemente, fueron los quince días más ingenuos de nuestras vidas porque pensábamos que en dos semanas todo esto se acabaría. El tiempo se prolongó, vino la desescalada, el verano...

Y muchas horas de reclusión...

-Sí, con una merma de nuestros derechos y libertades nunca vista por nosotros. Nos quedamos mucho tiempo en casa pegados a las pantallas, recibiendo información, bulos y engaños. Ha sido una tormenta perfecta. A la población le han ocurrido muchas cosas: fallecimientos, enfermedades, desempleo... Después de todo esto, es normal que se haya abierto paso cierto escepticismo y cansancio.

¿Los medios de comunicación deberían levantar el pie y limitar la cobertura sobre el virus?

-Sí. Más no siempre ha sido mejor. De entrada, hay que reconocer el sobresaliente trabajo de los medios de comunicación durante la pandemia. Han atendido una necesidad clara de la ciudadanía, que era saber qué estaba pasando. Los medios han hecho una labor excepcional, levantando sus muros de pago, haciendo accesible la información sobre el coronavirus. Pero viendo la dinámica de los acontecimientos, quizá no haya que seguir atendiendo de una manera tan rápida a las demandas de la audiencia. Hace falta dar un poco más de tiempo, ofrecer otras perspectivas y otros temas que no sean sobre el coronavirus. Hay que abrirse a otros temas.

¿La población está muy cansada?

-Sin ninguna duda. Además, existe una relación directa entre el consumo de información sobre coronavirus y un mayor malestar personal. Ha llegado un momento en el que tanta información sobre la pandemia contribuye a que la gente se sienta peor: inquietud, tristeza, inseguridad... Ahora es el momento. Los medios lo han hecho muy bien, pero es hora de revisar las coberturas para ayudar a la población a pensar en otras cosas.

Pero la pandemia sigue ahí, algo que, se quiera o no, es anómalo, relevante y noticioso.

-Es evidente que la información hay que darla porque, de hecho, sigue vigente un estado de alarma que no nos permite salir de nuestra comunidad. Es inevitable mantener una cierta tensión sobre la información, pero dando espacio a otras cuestiones. Lo que se constata es que la población quiere respuestas ya, aquí y ahora. La gente busca una solución a sus problemas de manera inmediata, y en ello la tecnología tiene mucho que ver. Había y hay una crisis de confianza en las instituciones, en los partidos políticos, gobiernos y grandes organizaciones. La propia Organización Mundial de la salud (OMS) nos decía al principio de esta pandemia que el coronavirus no se transmitía entre humanos, o que no era necesario el uso de la mascarilla. Todo ello ha contribuido a una desconfianza generalizada hacia las instituciones, que democráticamente es poco saludable.

¿Después de esta experiencia tan traumática, la sociedad en quién o qué cree ahora mismo?

-(Silencio. Medita la respuesta) Hay una tendencia creciente en las personas a depositar su confianza en el semejante, en gente como yo. Se han realizado muchos barómetros al respecto. Buscamos identificarnos con alguien cercano, lo que explicaría el auge que están viviendo los influencers en las redes sociales. Cualquiera que desde una cuenta de Twitter manifieste tener la verdad sobre alguna cuestión parece tener un plus de credibilidad, aunque no esté justificado. Nos fiamos más de los mensajes de otros que de los de las instituciones, aunque los mensajes de esas personas no tengan valor universal.

¿Acaso lo tienen las instituciones?

-No, no. Quiero creer que una de las cosas que hemos aprendido es que hay que huir de los mensajes tajantes. La propia Ciencia ha acabado por reconocer que está aprendiendo. Nadie está en posesión de la verdad absoluta.

¿Siguen siendo más las preguntas sobre el covid que las respuestas?

-Comenzamos a tener respuestas sólidas, sobre todo en relación a los métodos efectivos de prevención. Hace un año, por ejemplo, no teníamos muy claro si era conveniente el uso de mascarilla, cuando ahora se da por hecho.

La incertidumbre desde marzo de 2020 dio paso a un listado interminable de teorías disparatadas, y a esa infomedia de la que ha hablado esta semana...

-La OMS define este neologismo como una cantidad ingente de información, tan grande que se hace difícil discernir el bulo de la verdad. Hemos estado expuestos a cantidad de informaciones que con el tiempo se han demostrado parciales, falsas o engañosas. Se ha producido un enorme daño.

Bueno, ante tanta incertidumbre también se han ido abriendo pequeñas ventanas...

-Sí, la incertidumbre va encontrando muletas en algunos sectores. Por ejemplo, llevamos desde septiembre con los centros educativos abiertos, y las empresas van estableciendo los mecanismos necesarios para adaptarse a la situación. En cualquier caso, no se puede obviar las consecuencias económicas de la pandemia, con más de cuatro millones de parados en España. La incertidumbre tiene muchas caras, y todavía no las hemos visto todas.

Antes de la pandemia ya existía un ambiente bronco en la opinión pública. ¿Cómo lo definiría un año después?

-Más allá del coronavirus, tenemos una opinión pública muy polarizada, sobre todo por cuestiones políticas. El estado de alarma y las limitaciones de movilidad han dado lugar a la percepción de que estamos ante un ataque en toda regla a ciertos derechos. Todo se convierte en arma arrojadiza. Tenemos una opinión pública irrespirable donde uno se ahoga. No se encuentran discursos calmados y se da altavoz a las aristas más señaladas, con puñales que vuelan de unos a otros. A veces, a uno le dan ganas de desenchufarse y pedir que pare el mundo para bajarse, en plan Mafalda. (Sonríe)

¿Qué opina sobre ese sector de población más joven que ya no concibe la vida sin vivir pegado a una pantalla?

-Durante el confinamiento hicimos un estudio entre 10.000 personas de nueve países. Hemos pasado durante una media de nueve horas frente a las pantallas. Es cierto que en buena medida por motivos de trabajo, pero también hay que tener en cuenta que los más pequeños incluso superan esa cifra sin motivo justificado. Las familias, para poder trabajar, han necesitado entretener a sus hijos de alguna manera. La solución era la pantalla. Hemos vivido un impulso importante de la digitalización, pero esperemos que, una vez que todo esto pase y recobremos algo de normalidad, tengamos la cabeza fría para darnos cuenta de lo que perdemos. No hay que olvidar que parte importante del aprendizaje se basa en relaciones sociales.