ice mi nieta de cinco años en la lengua vehicular que apenas conoce, porque habitualmente utiliza otro de los idiomas constitucionales del Estado:

No enteramos. Hasta ahora, si hacemos caso a las estadísticas, parecía que éramos mayoría aquellos ciudadanos de un estado aconfesional teórico, a los que estas fiestas que se avecinan nos dicen más bien poco. Incluso nos hastían, con ese afán consumista de comidas y regalos, mientras nos deseamos unas felices navidades, ignorando el sentido del repetido deseo y asombrando a los cristianos creyentes, víctimas del latrocinio que se comete con su festividad, en la que precisamente destacan el ejemplo de humildad, austeridad y sencillez que nos ofrecen los auténticos protagonistas de la Navidad que, a falta de recursos para optar a otro tipo de albergue, se ven obligados a alojarse en una cuadra en donde se producirá el alumbramiento de su Dios. Este es el origen de la fiesta navideña y el motivo de la celebración. A partir de la década de los sesenta, los dos grandes almacenes existentes entonces se encargaron de montar el remolino consumista que ahora nos arrastra de la mano de Amazon. Todo parece haber cambiado con el COVID-19 y ahora la preocupación de la sociedad, convertida en cuestión de estado, es saber dónde y cuántos podrán celebrar las denostadas fiestas navideñas.

No enteramos que, al escribir estas líneas, España ocupa el noveno lugar en el mundo y cuarto en Europa con más muertes por coronavirus y que el 25% de los que han superado la enfermedad arrastran secuelas graves.

No enteramos que los datos que nos muestra la curva epidemiológica descienden muy lentamente y que todavía estamos a unos niveles preocupantes, mientras vamos conociendo personas de nuestro entorno, más o menos cercano, que han fallecido a consecuencia del coronavirus o que posiblemente lo harán en fechas cercanas.

No enteramos que el éxito de esos datos, tímidamente optimistas, se debe hasta la fecha a las medidas restrictivas del movimiento de las personas, evitando aglomeraciones, especialmente en lugares cerrados, al uso de la mascarilla y a la higiene personal (No sólo las manos, los sobacos también deben lavarse con frecuencia). En breve comenzaremos a notar los posibles contagios debidos al Black Friday y el Cyber Monday (idioma vehicular del imperio). Luego vendrán los del puente de la Constitución, en torno al día 18, a los que habrá que añadir, los del regreso a casa de los estudiantes universitarios y el cambio de dinámicas sociales por las vacaciones escolares.

No enteramos, a pesar del esfuerzo de explicación del consejero de Salud de Andalucía, que la unidad convivencial son esas personas con las que compartimos el domicilio, con su cocina, baño y sala de estar. Mayoritariamente la familia, pero pueden ser unos compañeros de piso, sin ningún vínculo familiar.

En una época no muy lejana, esa unidad convivencial éramos seis o más personas. Entonces, lo habitual eran las familias numerosas. Ahora son bastantes menos. Esas unidades suponen una especie de burbuja que debemos evitar mezclarla con otras, aunque también sean familiares, por ejemplo, los primos de Tolosa, la hermana y su familia que viven en Valencia o la tía monja de Alcañiz que vendrán a pasar la nochebuena y Navidad, nochevieja y Año Nuevo y, por último, el día de Reyes.

Por supuesto, haciendo todo tipo de combinaciones de n elementos tomados de seis en seis o diez en diez (con y sin repetición). Eso en el supuesto de cumplir el número, porque en muchos casos esa cifra se va a superar con creces. No será mi caso ni el de mis familiares. Cada uno en su unidad convivencial, en su burbujita y sin excesos de ningún tipo.

No enteramos que el cierre de los establecimientos de hostelería y el toque de queda han contribuido al descenso de la curva y que esos lemas como Ostelaritza aurrera, Urkullu entzun, pim, pam, pum ya deberían estar periclitados. Y, sin embargo, escuché recientemente en la parte final de la manifestación donostiarra de los hosteleros. También me consta del enfado de un directivo que telefónicamente protestaba ante su interlocutor por esa manipulación, pero sabido es que nunca se debe discutir con un tonto. Te llevará a su terreno y te ganará por experiencia.

No enteramos que, a pesar del apoyo explícito de la televisión pública al sector hostelero, el COVID-19 no ha hecho más que adelantar su crisis anunciada. Sobran muchos establecimientos, especialmente en Donostia, donde, con apoyo de algunos políticos municipales, se creó hace unos años una burbuja que, antes o después, tenía que reventar.

Apoyando el Hartu eta eraman de los hosteleros innovadores, he tomado unos fritos del Paco Bueno en la Parte Vieja y arroz con gambones y tortilla de patatas del Nevada en Antiguo Berri. Chapeau. De postre nos han traído un queso con trufa denominado Yrula, de la quesería Goine del caserío Gorua Goena de Asteasu que acaba de lograr una Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Lyon. Merecida.

Doctor en Veterinaria