Se acaban de cumplir cinco meses desde que el 15 de marzo se decretó el Estado de Alarma que vació las calles de todo el Estado y nos dejó confinados en casa, un modelo que también aplicaron otros tantos países del mundo para hacer frente a la pandemia del coronavirus que empezaba a colapsar hospitales y preocupar por su alto índice de mortalidad. Los movimientos quedaron restringidos, se cerraron escuelas, polideportivos, bares... los comercios redujeron horario y su aforo y comenzaron a montarse largas colas en el exterior que recordaban a tiempos de cartillas de racionamiento. Apenas se podía salir más que para ir trabajar -quienes no estában en paro, ERTE o teletrabajo-, y si se hacía era habitual toparse con controles policiales que pedían el permiso autorizado que te acreditaba como trabajador esencial. Aún no llevábamos mascarilla, pero sí papeles, muchos papeles que justificaran nuestra salida. Las calles se quedaron desiertas, las carreteras vacías y los lugares turísticos de postal parecían, así vacíos, una inquietante estampa de terror, la misma que se reflejaría en una ahogada economía de pérdidas y desempleo. Estábamos en casa, aplaudiendo a los sanitarios, jugando el bingo colectivo de los balcones, creando unos lazos de amistad entre vecinos de ventana que no tardaron en desaparecer cuando recuperamos la libertad para salir. Llegaron la fase 1, la fase 2 y la fase 3 de la llamada desescalada. Nos prometieron que seríamos mejores personas pero nos quedamos solo en personas, ni mejores ni peores, igual de egoístas en todo caso. Y llegó la nueva normalidad y nos supo tan a poco que nos esforzamos en que fuera como la vieja, con mascarilla obligatoria, vale, pero el mismo jaleo, palmadas y abrazos, y el comodín del vaso y el tabaco para poder quitárnosla. Hasta que nos prohibieron fumar. Hasta que cerraron discotecas y bares de copas. Hasta volver la Emergencia Sanitaria. Porque se están volviendo a llenar los hospitales y quienes afrontaron aquella primera ola, que quisimos que fuera única, ya hablan de caos y preocupación por lo que está viniendo... Se va cerrando un círculo perfecto por el que nos aterra volver a caminar porque sabemos que nos lleva al otro lado de la ventana, al de dentro de casa, mientras dejamos la vida otra vez ahí fuera. / Fotos: